Por encima de la ley
Comparte con tus amigos










Enviar

Los ochenta, para muchos, la época dorada del cine de artes marciales. Por aquel entonces ya había actores consolidados en un género que había irrumpido con fuerza, pero alguien nuevo estaba a punto de llegar. Un actor predestinado a ser grande en más de un sentido. Tras pasar su infancia inmersa en las artes marciales y labrarse un nombre en Japón como maestro de Aikido, la hoja estaba lista para ser forjada. En 1988, Steven Seagal debuta en la gran pantalla con ‘Por encima de la ley’. Esta película de acción sería un trampolín para su carrera e inauguraría la ya famosa Trilogía del dolor junto con ‘Señalado por la muerte’ y ‘Buscando justicia’.

«Creéis que estáis por encima de la ley… pero no estáis por encima de mi» (Nico Toscani)

Crítica de Por encima de la ley

Esta fue la primera película que protagonizó Steven Seagal para la gran pantalla. No obstante, ya había trabajado como instructor marcial en Nunca digas nunca jamás’ (Irvin Kershner 1983), gracias a su amistad con Sean Connery. Si comparamos ‘Por encima de la ley’ con películas más tardías advertimos dos cosas: Una, que en cierto modo es un trabajo atípico en la carrera del actor, ya que esta no es una película saturada de huesos partidos y articulaciones dislocadas, sino que es un thriller de acción compensado donde se dedica buena parte del metraje a lo que sería la típica investigación policial y las persecuciones, dejando en un segundo plano las escenas de lucha. Y dos, que Seagal estaba hecho un dandy. Aquí presenta un cuerpo delgado y el pelo engominado. Quedaban así lejos los implantes capilares y los problemas de peso actuales.

La cinta está dirigida por Andrew Davis, un director que más tarde dirigiría la que ha resultado ser la mejor, o más popular, película de Seagal, Alerta máxima(1992). Davis es un todoterreno que ha rodado pocos films pero decentes, lógicamente unos mejores que otros. Por ejemplo, ya había trabajado con Chuck Norris dirigiendo Código de silencio’ (1985) y años más tarde realizaría El fugitivo’ (1993) con Harrison Ford. Esta última, sin duda, el mejor de sus trabajos.

Algo típico de las llamadas «películas de vigilantes» es que, al principio, el protagonista no suele ser una despiadada máquina de matar, sino que oculta sus aptitudes bajo una imagen amigable e incluso va a Misa los domingos. En el caso de Nico ocurre algo parecido. Nico ha dejado de banda su oscuro pasado como fostiador de vietnamitas, su mejor colega es un cura y toda la familia son devotos religiosos de ascendencia italiana. Por cierto, cuanto menos curioso que un actor que desciende de cheroquis y se ha educado en Japón tenga predilección por los personajes de origen italiano. A lo que iba, la cuestión que lleva a la «catarsis» es tan sencilla como cabría esperar. A saber, la agresión a los suyos: un desplante que le saca de sus casillas y desata el Apocalipsis…

En esta ocasión, Davis parte con el único objetivo de entretener y, sin duda, lo consigue desde un principio. Eso sí, la película pueda hacerse un pelín pesada en algún momento al apoyarse más en los diálogos que las escenas de lucha. Este dato es algo peligroso si está protagonizada por un tío que es más hábil rompiendo huesos que pronunciando «polvorón». Claro, hay una pega… y es que el estilo de lucha de Seagal, basado en el Aikido, puede parecer monótono o repetitivo. Es decir, pillo brazo, rompo hueso… piñaco en los morros… pillo brazo, crujo el codo… Vamos, como piedra-papel o tijera pero a golpes. Aun así, las escenas de lucha son la mejor baza de la película.

Llegado este punto hay que recordar que el Aikido es un arte marcial que se aleja de otros mucho más espectaculares y que sólo apreciarán los más entendidos en la materia. De lo que no hay duda es que en un género como el de las artes marciales que, por aquel entonces, estaba dominado por los chinorris saltarines, la idea de ver a un tío engominado partiendo esfínteres sin despeinarse era algo impactante. Amén de introducir un estilo particular de entender las coreografías marciales.

Respecto a Steven Seagal no conviene engañarse. Como actor es más malo que un dolor de muelas y carece totalmente de sentido del humor. Pero cuando se trata de repartir galletas no hay nadie como él. Esto es algo que queda patente cada vez que algún facineroso comete el error de atacarle. De hecho, la película empieza con un espectacular repaso de sus habilidades como aikidoka. Inevitablemente empiezas a pensar: «Ojo que este tío sabe cascar de verdad». Podemos encontrar raro que la mayoría de mafiosos y delincuentes lleven machetes o porras en vez de pistolas, pero eso son minucias que se olvidan cuando la sinfonía de roturas y dislocaciones empieza a sonar.

Pero si hay algo más doloroso que los ataques de Seagal son algunas de las interpretaciones. En el caso de Seagal no importa demasiado porque su función es más física que vocal (impagable escucharle susurrar en VOS). Aunque he de decir que si comparamos esta interpretación con algunas otras suyas estamos ante su mejor trabajo. El problema es que Seagal desprende más carisma que el resto de actores juntos, lo cual significa que algo falla con los secundarios…

No obstante lo anterior, el veterano Henry Silva está correcto en su papel de malo maloso. La escena del inicio donde amenaza con cortarle los pies a un pobre Charlie es toda una declaración de intenciones. La pena es que su personaje resulta ser más plano que el encefalograma de Chita. Por otra parte tenemos a una madura Pam Grier. La ex-reina del blaxplotation está totalmente desubicada y como si se limitara a recitar sus diálogos. Por no hablar de una primeriza Sharon Stone… que despacha el papel de la mujer devota de una forma totalmente insípida. Los mafiosos y chusma diversa, en cambio, cumplen su cometido: caernos mal para que cada vez que reciban notemos un agradable cosquilleo de satisfacción.

Finalmente, quien se acerque a esta película de una forma casual, esperando disfrutar de unas interpretaciones impecables o un sólido argumento, dudo mucho que acabe de verla. Habrá quien diga que es para cinéfilos poco exigentes y quizás tenga razón, aunque francamente me importa un huevo. Esta es una de esas películas para puristas del denominado cine fostiador. Un título que no pretende otra cosa que entretener con una historia amena y lucir las habilidades marciales de Seagal. Lo único que hay que hacer es sentarse, coger el bol de palomitas más grande que haya en casa y disfrutar. Eso sí, como se te ocurra detenerte a pensar ni que sea un solo segundo se romperá la magia.

Conclusión.
Despachar esta crítica de Por encima de la ley es sencillo. El film contiene suficientes persecuciones, luchas y tiroteos como para satisfacer a cualquier fan del cine de acción. Ver cómo Seagal despliega todo su arsenal de roturas, luxaciones y mamporros no tiene precio, sobre todo teniendo en cuenta que lo que hace es tan real como la vida misma. También se agradece que en esta primera etapa de su carrera hiciera películas donde la trama tenía tanta importancia como los golpes, algo que con el tiempo iría decayendo preocupantemente.

Tráiler de Por encima de la ley

Escucha nuestro podcast