La jungla: Un buen día para morir
Comparte con tus amigos










Enviar

Bruce Willis regresa a la saga que le lanzó a la fama para demostrar que los viejos héroes aún no han dicho su última palabra. Y aunque McClane se resiste a sucumbir al paso de los años, seguimos sin ver ni rastro de la verdadera esencia ‘Die Hard’ que tanto nos deleitó en los 80/90. Así las cosas, nos encontramos ante un film claramente inferior y aún más plano que la cuarta entrega. Las razones de todo ello en ‘La jungla: Un buen día para morir’.

Crítica de La jungla: Un buen día para morir

A estas alturas no vamos a descubrir las maravillosas tres primeras entregas de la saga, especialmente la magistralJungla de cristal (John McTiernan, 1986). Tres películas que me parecen un claro ejemplo de lo que debe ser un buen film de acción. Aquella acción de los 80/90 que calaba hondo en el espectador gracias a las peripecias puramente físicas de sus actores principales. Y también gracias a la sensibilidad y vulnerabilidad que estos mostraban en pantalla, a pesar de su clara heroicidad y su predecible victoria final. Sin embargo, los tiempos cambian…

La inclusión deliberada de efectos especiales exageradamente increíbles en el cine de nuestros días ha neutralizado por completo la verdadera esencia del cine de acción y de sus héroes, tal y como los conocíamos. Aquellos con los que éramos capaces de identificarnos porque eran, precisamente, personas normales sometidas a una situación extrema. Un peligro del que debían salir airosos haciendo uso de su ingenio y sus proezas físicas. En la actualidad, lo físico y lo creíble (o medianamente creíble) ha sido sustituido por cromas, efectos digitales cuya base es recrear en pantalla «el más difícil todavía» y piruetas imposibles. Todo esto resta la posibilidad de crear tensión y credibilidad al relato, relegando a un segundo plano la historia y los personajes.

Obviamente la saga ‘Die Hard’ tampoco ha sido capaz de escapar de las garras de la «evolución digital». Esto último, seamos francos, ha convertido a nuestros personajes favoritos poco menos que en superhombres invulnerables. Y una buena prueba de ello la tuvimos ya en La Jungla 4.0 (Len Wiseman, 2007), una secuela exagerada hasta la extenuación en la que John McClane perdió por completo todo el atisbo de la credibilidad y vulnerabilidad que atesoraba su personaje en entregas precedentes.

En relación a lo anterior es cierto que en algún momento de La Jungla 2: Alerta Roja (Renny Harlin, 1990) y Jungla de cristal: La venganza (John McTiernan, 1995) McClane ya comenzó a dar muestra de «indestructibilidad». No obstante, recalco que fue de un modo puntual y no reiterativo. Por no hablar de la castración a la que fue sometido McClane en ‘La Jungla 4.0’ al disminuir su lenguaje soez y la socarronería tan características de su personalidad. En consecuencia, la cinta se convirtió en un producto de acción «light» y desprovisto de aquellos elementos que marcaron la base principal de la saga. Al final muchos seguidores quedaron grandemente defraudados.

Pues bien, cinco años después de la cuarta parte nos llegó la quinta entrega de la serie. Esta entrega prometía un regreso a las raíces de la saga y un acercamiento a la primera película. Pero de eso nada de nada… Lo que se nos ofrece aquí es, ni más ni menos, una especie de reiteración de ‘La Jungla 4.0’. Entre las pocas diferencias que encontramos está el cambio de escenario (Estados Unidos por la poco atractiva Rusia) y de descendientes coprotagonistas (la hija de McClane por su hijo). Por otro lado, resulta cuanto menos asombroso que la base dramática de ambas películas sea exactamente la misma: el empeño de McClane en recuperar a sus hijos aprovechando el ambiente hostil de la situación. Destaca así la alarmante falta de ideas y originalidad del guionista con un recurso dramático que se ve totalmente forzado y metido con calzador.

Es cierto que ‘La jungla: Un buen día para morir’ es un film notable en lo referido a espectáculo y acción. Sin embargo, esta nueva secuela adquiere, de nuevo, todos los vicios y modos del cine de acción moderno. Esto último no encaja para nada en el espíritu de la franquicia. Por otra banda, la acción física se encuentra “algo” más presente en pantalla que en su predecesora. Y es una acción rodada con mucha solvencia por John Moore. Eso sí, al final de la cinta nos encontramos una espectacular secuencia que convierte a McClane, de nuevo, en un superhombre de forma ridícula. También destaca cómo el realizador muestra en pantalla algunos planos realmente interesantes y haciendo un uso inteligente del Slow Motion. Incluso seremos testigos de alguna que otra secuencia que homenajea cariñosamente al primer ‘Die Hard’.

Tampoco habría problema en reconocer que Bruce Willis mantiene la suficiente personalidad como héroe de acción. Willis sigue siendo capaz de imprimir en pantalla el carisma necesario como para seguir resultando atractivo y apto para este tipo de cine. Pero ‘Die Hard’ dejó de ser ‘Die Hard’ hace tiempo, concretamente desde 1995. Toda la picardía e ironía de McClane pasa a convertirse en pequeños chistes y gracietas pueriles. Chistes sin gracia alguna y con afán de buscar la risa facilona de un fan que aún se está preguntando qué fue de aquel personaje plagado de interesantes matices e inquietudes, y que era capaz de transmitirlas al espectador con cada gesto y cada línea de diálogo. En resumen, todo aquello que nos hacía empatizar a la perfección con un McClane humano, vulnerable y afectado por sus problemas personales como nosotros mismos.

Es obvio que el cine de acción ha cambiado y actualmente prima más lo «políticamente correcto» que lo incorrecto. Esto ha afectado a la personalidad de McClane de tal forma que no queda ni rastro de aquel tipo sarcástico, fumador y pícaro que era capaz de hipnotizarnos con tan sólo la mirada. Pero realmente esto es lo de menos, ya que ‘La Jungla: Un buen día para morir’ se encuentra realmente lastrada por una historia totalmente carente de gancho e interés (una trama aún menos interesante de la narrada en la más atractiva ‘La Jungla 4.0’) y por unos personajes que ya no importan lo más mínimo al espectador.

Lo anterior quedó patente en la anterior entrega. Una secuela en la que comenzó a existir una alarmante falta de química entre McClane y su compañero de fatigas. Esto vuelve a suceder ahora con más ímpetu aún si cabe con Jai Courtney. El actor australiano no sólo no logra conectar con Willis, sino que su personaje (Jack, el hijo de McClane) le roba protagonismo de forma deliberada y de modo incomprensible. Quizás sería un buen momento para volver a la estructura de las primeras películas de la serie y recuperar al McClane solitario, un tipo que era capaz de arreglar una situación por su propio ingenio y pericia. De hecho, y por momentos, McClane es aquí una simple caricatura de sí mismo, algo totalmente impensable en los films rodados por John McTiernan y Renny Harlin.

Por otra parte, y volvemos a otro de los defectos más garrafales de la anterior secuela, se incluye en esta quinta entrega un villano de nula personalidad y entidad. Si en el film de 2007 fue Timothy Olyphant el tipo que no dio la talla como villano, en esta ocasión ese «honor» recae en Radivoje Bukvic, un actor que provoca más carcajadas que intimidación. Atrás quedaron los tiempos en los que gente como Alan Rickman o Jeremy Irons ponían en verdaderos aprietos a McClane. Sendos villanos que eran capaces de erizar el vello del espectador con su cinismo.

En resumidas cuentas.
Termino esta crítica de La jungla: Un buen día para morir, un film rápido de «usar y tirar». Una prueba más de que muchas de las secuelas actuales del cine de acción ochentero se han convertido en productos facilones y superficiales. Cintas cuyo principal afán es llenar las arcas de los productores más que satisfacer a los verdaderos fans de las originales. Y la saga ‘Die Hard’ es, sin duda, una de las más damnificadas en este aspecto. Lástima.

Tráiler de La jungla: Un buen día para morir

Escucha nuestro podcast