Doce del patíbulo
El mayor Reisman, todo un experto en la lucha de guerrillas y el sabotaje, recibe la orden de realizar una misión suicida en Francia. Para ello deberá reclutar a doce voluntarios y adiestrarlos para que salten sobre suelo enemigo. El problema es que deberá seleccionarlos de entre la escoria del ejército aliado: soldados y oficiales condenados a muerte por los más diversos crímenes. (Cineycine).
La Segunda Guerra Mundial ha sido siempre una mina para la industria del cine. Y lo ha sido ya sea al servicio de la propaganda, de la historia o del entretenimiento. En cualquier caso, lo cierto es que se han hecho numerosas películas. Pero si hay algo que siempre ha preocupado a los cineastas es dar con la fórmula mágica que contente a todo el público por igual. Y Robert Aldrich la encontró con ‘Doce del patíbulo’, una producción inolvidable que esconde en su interior mucho más de lo que a simple vista parece…
«El deber de un soldado no es sino llevar su uniforme y matar al enemigo»
Crítica de Doce del patíbulo
Antes de que se rodara ‘Doce del patíbulo’ el cine bélico salido de las factorías de Hollywood apenas había abordado el llamado estilo canalla. El trato al estamento militar solía ser patriótico, rememorando las gestas heroicas de los valientes soldados en un claro intento de ofrecer una imagen seductora del ejército. O bien se establecía una tibia crítica hacia la guerra y sus consecuencias a nivel humano. Pero con esta película Robert Aldrich prefirió dar un salto al vacío…
Aldrich nos muestra el lado más rastrero y miserable de los soldados que combaten en una guerra. Quizás estemos ante la antítesis total de películas como ‘El sargento York’ (Howard Hawks, 1941), porque aquí en lugar de héroes que vierten su sangre en pos de altos ideales tenemos a los doce del patíbulo. Hablamos de un grupo de criminales cuya única motivación ante la misión que se les presenta es la posibilidad de recuperar su libertad. Heroísmo frente a egoísmo, en realidad podría resumirse así. Y siempre alejándose en estilo y mensaje de películas que tratan de heredar esta esencia canallesca. Sin ir más lejos ahí tenemos como ejemplo la visión llena de excesos que ofreció Quentin Tarantino en ‘Malditos bastardos’ (2009).
Robert Aldrich ya tenía en su haber películas tan estimables como ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ (1962). Pero esta vez abordó el lado más comercial del cine con una película bélica que, a la postre, le reportaría suficientes beneficios para fundar su propia productora. Si por algo se recuerda a ‘Doce del patíbulo’ es por la fina coreografía de sus escenas de acción y por una sencilla pero entretenida trama. La estructura es lo más simple posible con un planteamiento donde Reisman recluta a sus soldados, un nudo que desarrolla la trama y un trepidante desenlace. Todo con un ritmo acompasado que no decae en ningún momento y ciertos errores de montaje que debemos señalar, pero que no desmerecen el resultado.
Obviamente, el mensaje que subyace tras esta historia es que la guerra es despiadada y que, en ocasiones, los mejores soldados resultan ser los sociópatas y criminales que campan por nuestras calles. De hecho, la escena inicial que muestra la ejecución de un soldado es toda una declaración de intenciones. Resulta una forma bastante contundente de acabar con el falso cliché de los «buenos y malos» que se había impuesto en Hollywood. Además, Aldrich consigue algo más con esta película: cautivar a fans del cine bélico y de la acción por igual.
Cada época tiene sus actores y Lee Marvin era la estrella del momento. Un tipo que, además del carisma propio de las estrellas de acción, poseía un innegable talento como actor. Por ello no es de extrañar que el personaje del mayor Reisman, rudo e indisciplinado, se haya convertido por méritos propios en un referente dentro del género bélico. La labor de Reisman consiste en reclutar a soldados que han sido condenados a muerte o a cadena perpetua. Reisman les ofrece la conmutación de sus penas si participan en una misión de la que, probablemente, no regresarán. A partir de ahí se dibuja un retrato nada gratificante del estamento militar. Ni tan siquiera la elección de Reisman es casual, ya que debido a su indisciplina e insubordinación se ha convertido en un elemento a depurar. ¡Y qué mejor forma de hacerlo que encargándole una misión suicida!
Para encarnar a los doce renegados que han de llevar a cabo la misión se contó con actores reputados. Aunque hay que remarcar que tanto Telly Savallas como Donald Sutherland aún no habían despuntado. Aldrich consigue crear una mezcla de los diferentes estratos sociales. Jim Brown como el típico soldado negro condenado por matar a un blanco, Charles Bronson es el tipo duro, John Cassavetes borda el papel de rebelde y el citado Telly Savalas es el arquetipo del fanático religioso. El resto de secundarios realiza un trabajo más que correcto. Eso sí, como decía al principio, Lee Marvin es el catalizador que consigue hacer funcionar a un equipo tan dispar.
Antes comentaba que con esta película se rompía con la imagen que se tenía de los militares y la guerra. Y concretamente Aldrich consigue transmitir la idea de que en un conflicto armado todos cometen salvajadas y actos reprobables. En este caso se muestra la quintaesencia del asesinato de civiles, eufemísticamente llamado «daño colateral», en una sublime escena final donde más que un acto heroico se comete una verdadera masacre. Es en ese momento cuando apenas hay diferencia entre aliados y alemanes. Sólo hay una misión que cumplir y un enemigo que eliminar, sin importar los que caigan para conseguirlo. También se aborda el tema de la camaradería, sobre todo cuando algún que otro soldado se sacrifica por el bien de sus compañeros, ofreciendo la única licencia amable. Son elementos que, sin duda, influyeron en Steven Spielberg cuando muchos años más tarde rodó ‘Salvar al soldado Ryan’ (1998).
El presupuesto de esta película fue elevado en su momento, en parte porque había actores con un caché importante. Pero el departamento técnico no escatimó en esfuerzos a la hora de mostrar con el máximo realismo las escenas de acción. El mejor ejemplo es la mansión donde transcurre la misión: un edificio construido enteramente con el único objetivo de ser destruido. Es por eso que todo el aspecto pirotécnico parece tan real… incluso pasados 50 años. Porque lo era.
El apartado musical merece una mención, y es que los temas compuestos por Frank De Vol son ante todo de un marcado carácter heroico. Algo que sería normal si no fuera porque esta película no tiene nada de heroico. En mi opinión, la respuesta a este interrogante no es otra que la intención de ofrecer una película de aventuras donde sólo los que profundicen encontrarán carne donde cortar.
Conclusión.
No estamos ante lo que popularmente se denomina obra maestra, pero sin duda se trata de una película que combina muy acertadamente el género bélico con unas buenas dosis de acción y unas notables interpretaciones. Ver a Lee Marvin siempre es gratificante porque deja su sello personal en cada personaje que interpreta, y el grupo de secundarios que le acompaña es uno de los mejores aciertos de casting que recuerdo. Con todo tiene sus errores de montaje, la mayoría de continuidad, pero no estropean lo más mínimo la experiencia que supone disfrutar de esta película. Porque si algo se puede decir en esta crítica de Doce del patíbulo, es que que consigue mantenerte pegado a la butaca. Lo conseguía cuando se estrenó hace más de cincuenta años y lo sigue consiguiendo actualmente.
Tráiler de Doce del patíbulo
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