Una bala en la cabeza
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Jimmy Bomono es un letal asesino a sueldo. Un sicario de una organización nacional que elimina esas manchas difíciles de limpiar. Es el encargado de sacar la basura. Se enorgullece de no matar a nadie que no lo merezca y de ser uno de los mejores en lo que hace. Hasta que una mala jugada lo pone en el punto de mira del hombre equivocado, Keegan. El enfrentamiento es inevitable. No habrá detenidos. No habrá paz. La sangre comenzará a brotar y nada de esto acabará hasta que el último disparo atraviese… ‘Una bala en la cabeza’.

«Voy a darles lo que quieren, a recuperar a Lisa y a matarlos a todos» (Jimmy)

Crítica de Una bala en la cabeza

Dos especialistas del cine de alta testosterona se unen en este film para regalar a los fans del actioner de la vieja escuela una cinta de las de antes. Walter Hill, responsable de incontables obras cumbres del género y Sylvester Stallone, un tótem cinematográfico moderno, son las grandes bazas de ‘Una bala en la cabeza’. Esta película es la confirmación definitiva de que el viejo estilo no envejece.

Cuando uno ve una cinta de Hill, a estas alturas, ya debe saber que no está ante cine de arte y ensayo, sino ante un tipo de cine en vías de extinción. Un tipo de cine con un héroe que se rige por un código de honor muy personal, y con una estética sucia y descarnada. Aquí las mujeres son casi siempre meras comparsas del evento y la testosterona se respira en el ambiente. Y eso es lo que nos encontramos en ‘Una bala en la cabeza’.

Este film, seguramente, no está entre lo mejor de la filmografía de estos dos legendarios iconos, pero sí que es un desaforado intento de recuperar un cine de acción abocado a la muerte. Un estilo de filmar y ver el género que lleva en estado comatoso una buena pila de años. Y ‘Bullet to the head’ es eso. Aquí tenemos un agradecido regreso al cine de hombres para hombres que tanto abundaba en los 80 y 90. Unas décadas de las que Hill y Stallone fueron, y serán por siempre, estandartes. Para todo aquel que recuerde con añoranza aquellos maravillosos años este film es como la entrada mágica de El último gran héroe(John McTiernan, 1993), un pasaporte a la edad de oro del cine de músculos, sangre, sudor y cerveza (en este caso whisky).

Uno de los grandes aciertos del film es su ambientación en la eternamente decadente Nueva Orleans. Hill sabe sacarle todo el partido a las imágenes que las localizaciones le aportan. El director pasa de los bares a los pantanos con mano maestra. Conviene recordar que Hill ya filmó dos veces con anterioridad en dicha ciudad: en El luchador(1975) yJohnny el guapo(1989). Y aquí incluso se permite el lujo de repetir lugares comunes de aquellas. Me refiero, por ejemplo, a la central eléctrica en donde tiene lugar el clímax final de la cinta de Bronson, que es el mismo en donde se ven las caras, por última vez, todos los personajes relevantes de este film.

Otro de sus puntos fuertes es la (casi totalidad) elección de los actores. El propio Hill dijo una vez que Sam Peckinpah siempre le repetía que: “elegir correctamente al reparto es un 80% de la labor de un director”. Y esa máxima se cumple en esta cinta a rajatabla. Tan solo Sung Kang, que fue impuesto por Joel Silver para ampliar el demográfico de espectadores, es el único fallo del casting.

Un casting en el que Jason Momoa da verdadero miedo. Su Keegan se revela como una auténtica mole destructora sin sentimientos. Un tipo que se cree un guerrero moderno y que disfruta muchísimo con su trabajo. Sylvester Stallone simple y llanamente está inmenso. Sly luce un estado físico memorable, teniendo en cuenta su edad, y aporta un rol mucho más chulesco y con un punto macarra que pocas veces había reproducido delante de la cámara. Un ítalo-americano de la vieja escuela del estilo del que Sly interpretó en ‘Capone’ (Steve Carver, 1975). Los que tienen a su cargo roles más pequeños como Christian Slater o Akkinuoye-Agbaje saben muy bien como unirse a la fiesta y completan el equipo de ataque a la perfección. Por su parte, Sarah Shahi aporta la dosis de dureza que su personaje requiere. Además de enseñar cacho cuando toca.

Sobre la dirección de Walter Hill se nota que la cinta tuvo que pasar por una difícil post-producción. Aunque eso no sea óbice para que se note su esencia y su estilo impregne los fotogramas, pero también que se ha adaptado a los nuevos tiempos. Demasiado… diría yo. Hill deja su personal óptica un poco de lado. La cinta, a veces, va demasiado acelerada, muy rápida y comienza con una innecesaria escena que está acompañada de la voz en off de Jimmy (Sly). Escena a la que luego se regresa, sin que el haberla visto anteriormente suponga nada, aparte de la reiteración del momento en pantalla.

Ese tipo de truco de montaje comentado está totalmente fuera del estilo Hill. Se nota que no le dejaron imponer su edición y los productores optaron por embalar el producto a su antojo, dejando a Hill a un lado. Aún así, como digo, su sombra es muy alargada. Así pues, la visualización de la violencia, las confrontaciones cuerpo a cuerpo y su siempre presente aura de western hacen de ‘Una bala en la cabeza’ «una de Walter Hill«. Aunque no sin el control férreo que, por ejemplo, sí tuvo en la mini-serie‘Los protectores’ (2006) que hasta ésta era su último trabajo tras las cámaras.

“No se puede confiar en un hombre al que no le interesa el dinero” (Morel)

En resumidas cuentas. 
Termino esta crítica de Una bala en la cabeza, un film que es cine de evasión puro y muy duro. La propuesta presenta un tremebundo despliegue físico por parte de sus dos bestias pardas protagonistas: Sly y Momoa. Decididamente quiero recomendar esta película para todo buen amante de la acción ochentera.

Tráiler de Una bala en la cabeza

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