El último tango en París
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“Siento muchísimo molestarla, señorita, pero estoy tan impresionado que he pensado que podría invitarla a una copa de champán. ¿Hay alguien con usted? ¿Puedo sentarme? Verá, bailar el tango es un rito. Sus movimientos son rituales. Tienes que observar las piernas de los que bailan”. Bernardo Bertolucci presenta a Marlon Brando y Maria Schneider a tumba abierta en ‘El último tango en París’.

“Mi padre era un hombre fuerte. Un peleón de taberna, amigo de prostitutas y borracho. Un tipo ordinario. Mi madre era muy romántica, pero también borracha. Y recuerdo muy bien que, una vez y siendo yo un crio, la arrestaron completamente borracha. Vivíamos en una pequeña ciudad, una comunidad de granjeros. Vivíamos en una granja” (Paul)

Crítica de El último tango en París

El film que hoy nos ocupa supuso la apoteósica, y controvertida, confirmación del regreso de Marlon Brando a la primera línea del séptimo arte. Brando volvía por la puerta grande para brindar dos actuaciones memorables y consecutivas. Y todo tras una serie de films que nadie vio desde 1967 hasta su épico regreso triunfal primero con El padrino (Francis Ford Coppola, 1972) y luego con el largometraje que hoy reseñamos: ‘El último tango en París’.

Lo cierto es que, tras su bien ganada fama de explosiva y polémica, ‘El último tango en París’ también es un largometraje que nos entrega una de las mejores actuaciones a tumba abierta de la historia del séptimo arte. La de un Marlon Brando que se muestra totalmente desnudo ante la cámara. Y no solo de un modo literal, sino sirviendo al espectador una actuación plena de matices. Una performance en donde brinda todas las emociones posibles. Sin maquillajes ni artificios y solo con su talento… A su lado, Maria Schneider aguanta el tipo soberbiamente. La actriz aporta una mezcla de candidez y explosividad notabilísima. Tras su personaje de Jeanne se esconde una personalidad altamente compleja, más aún que la de Paul (Brando), quien no deja de ser un hombre en su claro descenso a la vejez que se niega admitir que sus mejores años ya pasaron.

Rodada sin un guión per se, en interiores y exteriores reales de París, Brando afirmó que se volcó en aquel personaje más que en ningún otro. Concretamente, afirmaría lo siguiente: “Entré en lugares de mi alma en los que nunca había estado…”. A menudo se afirma que se interpretó a sí mismo. Y aunque hay diálogos escritos basados en su propia vida, como aquel en donde recuerda su niñez, la mayor parte procede de las notas orientativas del director Bernardo Bertolucci sobre aquellas dos almas perdidas: Paul y Jeanne. Dos personas que se encontraban en un destartalado apartamento para saciar su apetito carnal.

La fotografía del evento la firmó el maestro Vittorio Storaro. La obra se vio redondeada por la insinuante y también evocadora partitura a saxofón de Gato Barbieri. El libreto fue escrito por el propio Bertolucci con añadidos de Agnes Varda. Resaltar que fue redactado en francés porque gran parte de los personajes lo hablan en la mayoría del metraje, incluido Brando.

Más allá de la innegable potencia de su contenido erótico, ‘El último tango en París’ es un film sobre dos personas que tratan de encontrarse o reencontrase, comprenderse y que ansían tenerlo todo, pero no saben cómo. También es obvio, incluso hoy día, que sus escenas de alto voltaje pueden resultar incómodas. A fe que lo son, sobre todo por su veracidad. Secuencias rodadas sin ningún tipo de artificio y con una sequedad totalmente buscada. Algo que choca con como el cine comercial suele mostrar las escenas de cama.

La película también acabó por heredar una agria polémica cuando, ya fallecido Marlon Brando y la propia María Schneider, Bertolucci declararía que una de las secuencias cumbres se filmó sin el consentimiento y conocimiento pleno de la misma por parte de Schneider. Hablamos, como muchos ya sabrán, de la famosa escena de la mantequilla… Esto fue así para darle una mayor autenticidad a sus reacciones. El contenido de la misma, y la forma en la que se filmó, además de las declaraciones de Bertolucci arrepintiéndose públicamente de su proceder, inició un sonado boicot al film en RRSS por parte de algunas personalidades públicas como Jessica Chastain o Chris Evans. Ambos actores, que nunca han visto el film, acusaron al director y a Brando de abusadores y violadores. Y la cinta acabó por ser censurada en EEUU en medio de todo el escándalo “Me Too”.

Ahondando en lo anterior, conviene aclarar que en ‘El último tango en París’ no hay ninguna secuencia de violación como Chastain insinuó erróneamente. Tampoco hubo sexo real. Todo en el film es fingido. Pero las virulentas reacciones levantadas crearon una falsa fama sobre la cinta, y llenaron de insultos la memoria de su protagonista y la figura del director. Y todo para intentar hacer justicia con la desgraciada vida de Maria Schneider. Una vida plagada de escándalos, drogas y malas decisiones.

Lo cierto es que ‘El último tango en París’ se ganó su fama de controvertida a pulso. Lo hizo en su estreno y todavía, más de cincuenta años después, lo sigue siendo. Bertolucci supo dotar a su obra de un aire de puzle a medio completar y de redondear una buena serie de secuencias improvisadas con una premisa ya marcada. Su objetivo era provocar… y a fe que lo hizo. Escogió al mejor actor vivo del cine y lo mostró como nunca antes se había visto a una estrella del celuloide. Y lo hizo plenamente sabedor de que sí la jugada le salía bien se ganaría la inmortalidad.

En el aspecto comentando no se puede negar el valor indeleble del film: dar cancha a un actor mayúsculo para que llenara la escena con una fuerza inusual. También el de entregar a una joven intérprete un papel por el que ganarse la eternidad. Y, finalmente, el firmar una obra indeleble, exagerada, abrupta, explosiva y descarnada. Una película incómoda, cruel incluso con su visión del ser humano, de la vida y la muerte, de la incomprensión, de los sueños rotos, de las ilusiones quebradas y de las almas en pena. Una cinta de las vergüenzas expuestas y de las verdades tapadas. En definitiva, un film que debe ser visto.

“No sé quién es. No sé su nombre…” (Jeanne)

En resumidas cuentas.
Termino esta crítica de El último tango en París, una obra prácticamente inclasificable. La película se puede hacer grande o minúscula a ojos del espectador. Una cinta dotada de unas interpretaciones de gran fuerza y un aire totalmente amateur. Sin embargo, y al mismo tiempo, también goza de una perfectamente medida postal de la felicidad imposible, de la crueldad, del romanticismo y el salvajismo. En definitiva, de la vida.

Tráiler de El último tango en París

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