Drácula: La leyenda jamás contada
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Estamos ante la enésima reinvención del famoso personaje de Bram Stoker. En este caso un apuesto Drácula sacrificará su mortalidad a cambio de adquirir fabulosos poderes para salvar a los suyos. Con el novato director Gary Shore, y un generoso despliegue de efectos visuales, todo lleva a pensar que estamos ante un simple producto de evasión.

«El poder siempre tiene un precio»

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Crítica de Drácula: La leyenda jamás contada

Digámoslo de entrada, películas de Drácula ya hay suficientes. De hecho, quizás haya demasiadas si tenemos en cuenta el proceso degenerativo que ha sufrido el personaje de Bram Stoker y el mito del vampiro. El chicle se ha estirado más de la cuenta, redefiniendo el vampirismo de un modo que ha dado lugar a productos lamentables que desvirtúan la leyenda de estos seres de las tinieblas. Así que cuando se anunció esta «leyenda jamás contada» reconozco que me puse en alerta. Como aficionado al género, y con los antecedentes que existen, creo que hay leyendas que es mejor no contar. ¿Y cuál es esa leyenda? Pues al final resulta que es más o menos la misma de siempre. Ahora bien, se añaden un par de elementos que modifican sustancialmente la ya conocida historia de Vlad el Empalador.

En esta película Vlad no es un dictador sanguinario que mantiene aterrorizado a su pueblo. Aquí es un padre amantísimo que rebosa simpatía y bondad por los cuatro costados, a pesar de su truculento pasado. Tan es así que cuando el sultán Mehmed reclama a mil niños, entre ellos el suyo, Vlad no dudará en desafiar al poderoso ejército turco aunque eso le lleve a pactar con el mismísimo diablo. Es en ese punto donde el vampirismo recibe su enésima estocada, dotando de bondad y generosidad a un Drácula convertido en vampiro, cuando en realidad debería ser todo lo contrario… A partir de ahí la película se acerca más a lo que sería un producto de la Marvel que a la leyenda de Drácula. De esta manera, sus nuevos poderes se ponen al servicio de un despliegue visual más que correcto.

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El director del invento es Gary Shore, que se estrenaba como tal con esta película. El film no termina de ubicarse por más que lo intenta. Como producto de terror no funciona, se encuentra a años luz de la época dorada de la Hammer y no consigue darnos ni el más leve sustillo. Como película romántica tampoco convence lo más mínimo. Lo mal trabajados que están los personajes y un guión demasiado fallido son responsables de que nos cueste demasiado creernos las bondades del protagonista. Y como película de Drácula aún funciona menos. Esto es así porque el personaje queda demasiado desdibujado y sólo recupera su personalidad en momentos muy puntuales. El único que se acerca a lo que debería ser es el vampiro maestro que otorga sus poderes a Vlad.

La película es muy justita a todos los niveles, a pesar de que sea un producto de evasión que consigue entretener lo justo si vas muy predispuesto a ello. El guión es tan flojo que acaba acusando todas sus flaquezas, incluso hay no pocas incongruencias que no comentaré para no destripar nada a nadie. Quizás lo más destacado a nivel técnico sea el empeño en acercarse al estilo de la saga Underworld, pero no lo consigue ni por asomo, tanto a nivel de libreto como en lo que a carisma interpretativo se refiere está muy por debajo.

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A nivel interpretativo hay poco que contar. Luke Evans no está mal en su registro pero parece un Hugh Jackman venido a menos. Y es curioso porque seguramente el motivo de que le escogieran a él es su curriculum interpretando a personajes épicos o divinos en películas como Immortals(Tarsem Singh, 2011). Sin embargo, aquí no hay épica, y si se pretende que la haya es obvio que no se ha conseguido.

También tenemos al siempre insustancial Dominic Cooper dando vida al gran sultán Mehmed. A Cooper lo recordamos por su papel de Howard Stark enCapitán América: El primer vengador (Joe Johnston, 2011) pero tiene de turco lo que yo de esquimal. Y Sarah Gordon hace de florero. Su personaje de Mirena es realmente innecesario y no aporta nada. Quién más está en su lugar es el eterno Charles Dance, el inolvidable villano deEl último gran héroe (John McTiernan, 1993), que rinde tributo al género.

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Conclusión.
Finalizo esta crítica de Drácula, la leyenda jamás contada. Si he de ser franco, creo que el Drácula que nos propone esta película debería ser enterrado en un profundo panteón, dentro de un féretro y con cinco crucifijos encima para que no se escape. Creo que cuando vendes una historia bajo palabras tan grandilocuentes como «la leyenda jamás contada», es necesario tener algo más en la chistera. Habrá quien se conforme, pero también quien haya escuchado esa misma leyenda de mil modos distintos y mejor contada. Es elogiable el intento de humanizar a Drácula, pero la marvelización es otra cosa muy distinta. Casi que los fans del género ya podemos empezar a correr sin mirar atrás.

Tráiler de Drácula, la leyenda jamás contada

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