El cazador de búfalos
Kansas, 1874. El estudiante William Andrews abandona Harvard para viajar hacia el oeste. Allí acabará por dar con J.D. McDonald, un viajante que ha logrado amasar un buen dinero con las pieles de búfalos. Will quiere sumarse a una partida de cazadores… y su propósito se hará realidad cuando quede fascinado por la insistencia de Miller, un experto cazador y rastreador que ansía partir hasta Colorado en busca de la gran manada. (Cineycine).
“Hay una forma de matar al búfalo. Si vienen de frente el mejor tiro es a los pulmones. Pero si te acercas de lado, apunta debajo del hombro. Al corazón. Primero has de matar al líder de la manada… Nunca sabes lo que piensa un búfalo. Lo único que un hombre puede hacer es acercarse a ellos, matarlos cuando puede y no tratar de averiguar nada…”. Nicolas Cage se convierte en ‘El cazador de búfalos’.
“Una cacería como esta se da una vez en la vida” (Miller)
Crítica de El cazador de búfalos
Seguimos narrando el imparable camino hacia la inmortalidad de Nicolas Cage con sus habituales y variadas apariciones anuales. Esta vez, Cage visita el oeste en sus últimos reductos. Los indios pasan por ahí… pero no, aquí lo que mandan son las pieles de búfalos (en realidad bisontes confundidos en la traducción y en el doblaje). Y cuantas más, ¡mejor! La historia de ‘El cazador de búfalos’ parte de la novela del mismo título publicado por John Williams en ¡nada más y nada menos que 1960! La obra narraba, resumido muy a groso modo, los hechos reales sobre la casi aniquilación del búfalo en las altas praderas del oeste. Y todo al mismo tiempo que el hombre blanco compraba y arrebata las tierras a los indios. Es decir, si matamos a los búfalos… aniquilaremos a los indios. Eso es, más o menos, lo que Williams quería plasmar.
La simiente de la novela es la usada por Gabe Polsky para levantar este western independiente. Un film rodado al estilo documental en las mismas praderas de Montana, una de las pocas reservas naturales de búfalos de América. Polsky busca, ante todo, reivindicar aquel cruel ensañamiento. Tal y como el mismo largometraje nos recuerda en sus minutos finales, fue una cacería con mayores cuentas pendientes que las de solamente acarrear pieles de animales… Polsky fue, no por casualidad, el productor de ‘Teniente corrupto’ (Werner Herzog, 2009). Gracias a ese contacto, y su vinculación indirecta con otros productores afines a producciones de Cage, logró levantar ‘El cazador de búfalos’. Como curiosidad, apuntaremos que, en diferentes momentos, estuvo a punto de hacerse con Thomas Haden Church y Tye Sheridan en los papeles que, finalmente, interpretaron Nicolas Cage y Fred Hechinger.
Si ‘El cazador de búfalos’ recuerda a una película reciente de Cage, esa es a la casi igualmente reflexiva ‘Pig’ (Michael Sarnoski, 2021). Esto es, un drama independiente. Un drama menor sí así se quiere catalogar. Un film que uno decide visionar por estar protagonizado por Nicolas Cage. Lo cual también es la razón principal para que acaben viendo la luz verde este tipo de producciones, es decir: el mismo interés que Cage tiene en hacerla… es luego el interés del público en verla. Y esto no es ni mucho menos un menosprecio, o que estemos ante una mala película. No, esto no es así porque ‘El cazador de búfalos’ tiene aspectos destacados aunque también otros ciertamente mejorables.
Sobre todo, estamos ante un anticlimático y, al mismo tiempo, revisionista film de “aventuras” en el oeste. Un film que esconde un desolador drama humano. Una mirada frontal sobre la avaricia, la obsesión enfermiza, el viaje de descubrimiento y, finalmente, la lucha del hombre contra si mismo. Su principal, e inevitable influencia, es ‘El tesoro de Sierra Madre’ (John Huston, 1948) cambiando el oro de aquella por las pieles de búfalos de esta. Prácticamente con este símil, tendríamos la reseña ya hecha.
Queda claro que los grandes protagonistas aquí son tres: Los escenarios naturales de Montana (todos ellos filmados regodeándose en sus amplias llanuras). Buen trabajo el que lleva a cabo el colombiano David Gallego tras la fotografía. Véase la descarnada visión que dan de los búfalos. Tan imponentes y lustrosos a nivel de pelaje… como pesados y torpes en movimientos. Los bisontes americanos son, sin duda, el segundo elemento clave del asunto. Y el último de ellos es ¡cómo no! Nicolas Cage con la cabeza afeitada a lo Yul Brynner. Cage pierde la cordura en un par de buenos momentos mientras saborea sus diálogos pipa en mano…y mata indiscriminadamente búfalos. No hay más en sus 105 minutos de metraje. Buscar, o exigirle más, sería pedirle demasiado.
La dirección de Polsky puede pecar de pomposa en varios tramos. Por ejemplo, cuando se regodea en ciertas imágenes oníricas para hacernos penetrar en las mentes de los protagonistas. Se nota también, en algunos momentos, que aún le queda para licenciarse como director de cine a tener en cuenta. Por otro lado, resaltar lo malicioso de su guión y montaje. Especialmente cuando promete que en el viaje de caza, además de búfalos, también contendrá otros tipos de enemigos. Enemigos nombrados, pero no visualizados… o visualizados, pero no explicados (como esa extraña y desesperada mujer con dos niños en medio de ninguna parte). En cualquier caso, lo mejor es no llevarse a engaños y ser conscientes de la película a ver. So pena luego de salir decepcionados del envite.
Lo que sí merece destacarse son las desgarradoras interpretaciones de todos los actores con peso del film. Estos se resumen rápidamente en solo seis nombres. El primero de todos es el ineludible Nicolas Cage. Aquí da vida a Miller, un rastreador veterano que no pierde el tiempo con nada que no sea su meta vital: cazar a la mayor manada de búfalos de Montana. La dejada barba de Cage es un claro homenaje a la llevada por Bogart en la ya citada ‘El tesoro de sierra madre’. Y su cabeza rasurada le da un mayor espectro de intriga a las posibles intenciones ocultas de su personaje. El segundo a bordo es Fred Hechinger, una suerte de joven Elijah Wood. Buen papel el suyo. Hace de un descreído y huido estudiante de Harvard que busca su propio destino en el incipiente final del salvaje oeste.
También está un irreconocible Xander Berkeley (Charlie) como el anciano y manco cocinero de la partida de caza. Además es un enfermizo lector del libro sagrado y se las tendrá de todas las maneras con el desollador del grupo. A este último lo encarna de forma bastante ambigua Jeremy Bobb (Fred). Decimos lo de ambiguo si analizamos fríamente al personaje, pero eso queda ya en manos del espectador. Ojo, eso sí, a unas cuantas miradas a lo Jack Nicholson que lanza en determinados momentos del metraje. Quedan para el final Paul Raci como el tendero McDonald, un hombre que levantó su negocio con las ventas de pieles. Y la fugaz Rachel Keller como una joven agradecida de que un joven angelical y perfumado como Will se acerque a ella.
“Estoy aquí para cazar búfalos. Acarrear sus pieles y luego venderlas” (Miller)
En resumidas cuentas.
Acabo esta crítica de El cazador de búfalos, un western atípico cocido a fuego lento. En otras circunstancias, sin Cage implicado en el asunto, hubiese sido obviado por la mayoría o tildado de film documental sin más. Presenta una curiosa variación del cine de oeste de serie B con aquellos asentamientos y partidas de búsqueda/caza con su consabida trama clásica, sus homenajes claros, un mensaje reivindicativo y una ambientación realista.
Tráiler de El cazador de búfalos
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