Baby Driver
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Edgar Wright regresa a lo que mejor sabe hacer: una comedia. Pero no una cualquiera… este film cuenta a su favor con varios elementos muy potentes. Entre ellos destaca su apartado musical que da ritmo a un endiablado montaje convirtiendo la película en una «virguería». Conozcamos a Baby y su rítmico estilo de conducción en… ‘Baby Driver’.

“Soy conductor” (Baby)
“Conductor… ¿Cómo un chofer?” (Debora)
“Más o menos” (Baby)

Crítica de Baby Driver

Tras el varapalo que supuso quedarse sin filmar su versión de Ant-Man (Peyton Reed, 2015), Edgar Wright se propuso seguir a su propio ritmo. Un ritmo sin injerencias de estudios o productores deseosos de films “de baratillo”. Si algo le sobra a Wright es estilo, personalidad y forma. Este cineasta británico nos ha ofrecido algunos de los más desternillantes (e inteligentes) productos dentro del cine reciente. Ahí están películas como: Zombies Party (2004), ‘Scott Pilgrim contra el mundo’ (2010), o Bienvenidos al fin del mundo (2013). Pocos pueden rechazar a Wright y ‘Baby Driver’ es otra prueba de que no ha perdido facultades.

‘Baby Driver’ es un prodigio de ritmo narrativo como pocos en los últimos años. Además, presenta un montaje que, si bien, no es  tan grandioso como el de Dunkerque (Christopher Nolan, 2017), sí que demuestra que estamos ante un producto realizado con cariño, “artesanía” y mimo. Un genial homenaje en lo que concierne al cine de atracos, comedia y persecuciones de vehículos. Todo esto filmado con un pulso tremendo y acompañado con una banda sonora que es casi el personaje principal de la película. Tan es así que la música acompaña al milímetro a cada escena, ya sea de diálogo o persecución automovilística.

Ya en sus primeros 10 minutos el film comienza con una brutal persecución entre el protagonista y la policía (todo perfectamente medido por los compases de “Bell Bottoms” de Jon Spencer). Ese inicio agarra al propio espectador en una espiral que rezuma no sólo al estilo visual y narrativo del británico, sino también al del mismísimo Quentin Tarantino (acreditado en los Special Thanks de los títulos de crédito finales). De esta forma, nos encontramos con unos personajes que escupen palabrotas, tacos y cuyas personalidades representan un verdadero arco iris.

Efectivamente, uno de los mayores logros de Wright son los protagonistas. Encontramos aquí a unos tipos tan variopintos como carismáticos. Personajes que son interpretados enormemente por un reparto que, a priori, podría desconcertar con nombres tan dispares como el del joven Ansel Elgort (Baby) o Kevin Spacey (Doc). Además de ellos tenemos a gente como Jon Bernthal (Griff), Jon Hamm (Buddy) y Jamie Foxx (Bats). Sin olvidarnos de las chicas: Eiza González (Darling) y Lily James (Debora).

En relación a lo que he comentado en el párrafo anterior, cabe destacar que Edgar Wright siempre ha sabido sacar el máximo jugo a sus intérpretes. El cineasta consigue hacerlos creíbles incluso cuando se ponen chiflados. En este sentido, un personaje como el de Bats podría haber sido ridículo y exagerado. Sin embargo, Wright (con su libreto y dirección) consigue equilibrar esa locura, además del carisma y personalidad de Jamie Foxx.

La parte floja de la cinta es lo que tiene que ver con la historia de Baby con sus padres. Aunque aporta al personaje ciertas capas, queda un tanto desdibujada y resulta poco emocional. Lo cierto es que gran parte del empuje del director y guionista concierne más claramente al Baby adulto. Esa es la versión que sale claramente ganando dentro del guión de Wright.

En conclusión.
Finalizo esta crítica de Baby Driver, uno de los films más destacados del año 2017. Una cinta con un gran montaje, una dirección notable, una selección musical medida al milímetro y un reparto de actores bastante dispares pero que funcionan. Todo esto bajo el muy acertado mando de Edgar Wright.

Tráiler de Baby Driver

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