Vencedores o vencidos
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Después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, las potencias aliadas se encontraron con la necesidad de impartir justicia ante las atrocidades cometidas bajo el régimen de Hitler. Los llamados Juicios de Núremberg sirvieron para calmar las ansias de venganza de la sociedad. Recordemos que en toda guerra siempre hay… ‘Vencedores o vencidos’.

«Quiero prestar declaración… es importante que lo comprenda no solamente el tribunal, sino también el pueblo alemán» (Ernst Janning)

Crítica de Vencedores o vencidos

Seguramente no hay otro suceso ligado a la Segunda Guerra Mundial que nos haya horrorizado tanto como el Holocausto. Ya se han realizado películas sobresalientes como ‘La lista de Schindler’ (Steven Spielberg, 1993) o ‘El pianista’ (Roman Polanski, 2002). También contamos con documentales imprescindibles como ‘Shoah’ (Claude Lanzmann, 1985). Pero lo que nos propone ‘Vencedores o vencidos’ es una mirada a esa otra barbarie. Una barbarie que tuvo lugar en los tribunales de Alemania bajo el amparo de las leyes promulgadas por los nazis.

Los orígenes de esta película hay que buscarlos en las acciones perpetradas contra los distintos grupos raciales, étnicos y políticos que formaban parte de la sociedad alemana. Mediante leyes raciales, promulgadas por el Reichstag, la eugenesia se utilizó para purificar la raza aria. Para ello fue necesaria la colaboración de quienes administraban la Ley: los jueces. El encarcelamiento y la esterilización fueron los métodos más comunes gracias a las condenas que impartían los magistrados nazis. Fruto de todo aquello, e inspirándose en un caso real, nació esta película con guión a cargo de Abby Mann. La trama está cimentada sobre las miserias de aquel mundo jurídico alemán. Especialmente se analiza la retorcida interpretación por parte de la justicia nazi.

En la dirección tenemos a Stanley Kramer. El director californiano nos ofrece una visión alejada de los campos de exterminio. Con su trabajo detrás de las cámaras, Kramer orquesta una inteligente película que ahonda en las consecuencias que implica evaluar la culpabilidad de todos aquellos funcionarios que, con su trabajo, allanaron el camino para que la jerarquía nazi cometiera sus crímenes. Y no es sólo que la película esté bien construida, sino que se permite abordar tanto la oscuridad latente en aquel régimen infame como las actitudes viscerales de quienes ganaron la guerra.

También es interesante algo que se adivina tras todo el proceso judicial. En aquellos años, la Guerra Fría estaba arrancando y no interesaba castigar en exceso a un país que, a todas luces, iba a ser un aliado crucial en la lucha contra el malvado comunismo. Desgraciadamente se pasa muy de puntillas por ese tema. No en vano, se trata de una producción estadounidense que se basa en analizar y enjuiciar sólo a los vencidos.

El trabajo actoral es brillante e impecable. Por un lado tenemos a Spencer Tracy. Aún en el ocaso de su carrera fue capaz de regalarnos un papel inolvidable dando vida al juez Hayward. Un magistrado que enarbola los valores morales más lúcidos. Su discurso final, de 13 minutos de duración, fue ovacionado incluso por el equipo de rodaje. Tracy demostró que seguía siendo uno de los mejores actores del momento. Por supuesto que fue nominado al Oscar, pero quien se llevó la estatuilla fue un joven Maximilian Schell con su interpretación del defensor Hans Rolfe. Schell consigue transmitirnos el fanatismo latente de aquellos funcionarios alemanes que se excusaban porque sólo obedecían la ley.

La acusación está encabezada por un Richard Widmark monolítico que representa con gran fogosidad esa parte mayoritaria de la sociedad estadounidense que exigía el máximo castigo para los acusados. Widmark siempre interpretó en sus papeles de western a tipos duros e intransigentes. Un tipo de cowboy que al final nos permitía atisbar cierto punto de misericordia, pero en esta película se limitó a lo primero. Por último tenemos a Burt Lancaster un año antes de rodar esa grandísima película que fue ‘El hombre de Alcatraz’ (John Frankenheimer, 1962). Aquí da vida con su solvencia habitual a Ernst Janning, uno de los cuatro jueces acusados. Tan sólo al final de la película rompe su silencio con un magnífico discurso de inculpación y autocrítica.

Sin duda los puntos más intensos de la película son los protagonizados por Widmark y Schell con sus enfrentamientos. Por supuesto, y tal y como he comentado, también brillan los alegatos finales de Tracy y Lancaster. Son esos momentos los que nos invitan al debate, más que los conmovedores testimonios de las víctimas o las imágenes de archivo de los campos de exterminio. Por otra banda hay una serie de escenas paralelas al juicio donde el juez Hayward trata de entender el por qué de aquellas barbaries y al propio pueblo alemán que las permitió.

En el casting también hay tres personajes importantes que son el contrapunto del apartado meramente judicial. Uno es el de la señora Bertholt, la viuda de un militar alemán interpretada por la eterna Marlene Dietrich. La actriz representa a aquella Alemania que cerró los ojos ante la barbarie de sus dirigentes… para luego confesar que no sabían nada y que el pueblo alemán no era el monstruo que todo el mundo pretendía. Obviamente la película nos permite sacar nuestras propias conclusiones al respecto. Si bien es justo señalar que estamos ante una película y no ante un documental que busque ahondar en los detalles históricos.

Otro personaje en el que conviene detenerse es el de la señora Hoffman, a quien da vida Judy Garland. Su rol es el de una víctima directa de una farsa judicial que la sentenció a ella y a un anciano judío por mantener relaciones que, supuestamente, iban más allá de la amistad. Esto último era algo que bajo las leyes aprobadas en Núremberg en 1933 era ilegal y propició una brutal condena dictada por uno de los acusados, Ernst Janning. Precisamente es su testimonio ante Hayward, y la fiera reacción de la defensa, lo que propicia que Janning rompa su silencio.

Finalmente, hay que destacar a otro secundario de lujo como Montgomery Clift. Su personaje es el vivo retrato de la impotencia y desesperación de quienes padecieron las vejaciones y el trato inhumano por parte del sistema nazi. Para colmo debe enfrentarse a una defensa que, en no pocos momentos, traspasa la línea de lo moralmente aceptable.

Conclusión.
Finalizo esta crítica de Vencedores o vencidos, una de esas películas que bajo mi punto de vista son imprescindibles. El film nos aparta del sempiterno escenario trágico que conforman los campos de exterminio para mostrarnos una faceta más desconocida del Holocausto. Si a eso le sumamos una trama sólida y un trabajo actoral más que notable, digamos que quien aún no la haya visto ya está tardando.

Tráiler de Vencedores o vencidos

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