A todo gas: Tokyo Race
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Tras el tremendo éxito que supuso ‘A todo gas’, las productoras vieron una mina esperando ser explotada. Pero lo que puede ser una buena película no necesariamente acaba siendo una buena saga. Y tras abandonar el barco tanto Vin Diesel como Paul Walker, alguien decidió trasladar la acción al país del sol naciente y llenar la trama con pandilleros japoneses obsesionados por el tunning. El resultado es ‘A todo gas: Tokyo Race’, tan vertiginosa como atropellada.

«No sólo has jugado con fuego, has empapado las cerillas de gasolina»

Crítica de A todo gas: Tokyo Race

Primero de todo quiero dejar claro que me gustan las películas de coches. Me encantan las carreras y no siento ninguna animadversión especial por el tunning. Puntualizo esto porque si no cumples esos requisitos se considera normal que no te guste esta película. Y no, A todo gas (Rob Cohen, 2001) fue una película que me encantó. Pese a nutrirse de ese curioso mundillo del motor conseguía sacar adelante una trama ágil y unos personajes cuanto menos interesantes. A todo gas 2(John Singleton, 2003) me pareció claramente más floja, pero seguía teniendo algo de gracia. Pero todo tiene un límite, y la forma más rápida de cruzarlo es caer en la chabacanería y los excesos.

Antes de ver ‘A todo gas: Tokyo Race’ traté de informarme sobre el director. Al margen de averiguar que era de origen chino y había dirigido un par o tres de películas de dudosa calidad no saqué en claro nada más. Luego repasé el reparto, que a veces esconde sorpresas reveladoras, y me puse en guardia al encontrar a esa vieja gloria del cine nipón que es Sonny Chiba. Llegado a este punto ya estaba listo para la carrera y crucé los dedos.

Por aquella época, de Justin Lin no había mucho que comentar… En esta ocasión dirige la película con corrección pese a que no hay mucha carne donde cortar. Sorprendentemente, tras una película tan fallida como la que nos ocupa, le encargaron dirigir la cuarta y la quinta entrega de esta saga. En todo caso, el primer responsable de este pastiche no es él, sino otros aspectos que vamos a ir comentando. El primero es un flojo guión que fácilmente podría haberse sacado de la manga un becario. Inconsistente, con considerables agujeros argumentales y con unos personajes muy anodinos que pueden llegar incluso a caernos mal. En realidad es un defecto que ya se venía arrastrando desde la segunda entrega. Pero en esta ocasión consiguen rizar el rizo y sólo quedan tres protagonistas absolutos: los coches, las tías y la música a todo trapo. Lo demás no importa.

Porque si observamos el reparto es evidente que no se esforazaron mucho. Por una parte tenemos a Lucas Black, un actor tirando a malo que supuestamente debe ponerse en la piel de un adolescente que intenta eludir el reformatorio. Hombre, actores jóvenes para interpretar el papel hay unos cuantos en el mercado, ¿por qué escoger a un tipo con pelos en los huevos que iba camino de los treinta? Seguimos ahora con su compinche de aventuras interpretado por Bow Wow, un rapero sin ningún talento para la cámara que lleva en la mochila todos los tópicos sobre los negros. Y, finalmente, la chica, una modelo peruana de nombre Nathalie Kelley que intenta ir de “femme fatale” sin éxito. Entonces es cuando reparamos en Sonny Chiba y nos damos cuenta de que lo incluyeron como mero anzuelo…

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El resto de secundarios la verdad es que no merecen una atención especial, salvo Sung Kang. Todos son japoneses con pinta de pandilleros y con las más variopintas vestimentas. Quizás por ello sea todo tan inverosímil. Porque tenemos a un montón de adolescentes en edad escolar pero con pinta de treintañeros. Chavales que tienen negocios y talleres ilegales, y que encima solucionan sus problemas con la mismísima Yakuzza haciendo carreritas. En fin, que todo está cogido con pinzas. No obstante, da igual… porque como he comentado antes los protagonistas de esta película son los coches. Ese es su defecto, aunque para algunos sea una virtud, porque con esta película sólo es posible asegurarte el disfrute si te conformas con ver un desfile de vehículos tuneados, carreras vertiginosas, motores que rugen, tías medio en pelotas y música a toda caña… cine “poligonero” en su máxima expresión.

Igual hay quien pueda pensar que el apartado visual es otro punto fuerte. Pero no lo es. A no ser que por apartado visual entendamos los escotazos que lucen las titis, los cuerpos sudorosos contoneándose a cámara lenta y unas fiestas tan fantásticas que hasta los feos pillan cacho. Eso sí, las carreras están bien filmadas, con ese estilo videoclipero que está tan de moda y con unos especialistas al volante que de buen seguro se ganaron hasta el último céntimo. Que bueno, tratándose de una película de carreras ilegales considero que es obligado.

Conclusión.
Así hemos llegado al final de esta crítica de A todo gas: Tokyo Race, una de esas películas que se despachan rápido. El guión es muy flojo con una trama inverosímil y llena de agujeros. Los actores son mediocres y ni siquiera encajan en el perfil de sus personajes. Todo el interés reside en disfrutar de los coches tuneados y las bellezas japonesas, algo que es francamente insuficiente porque para eso no necesitamos una hora y media. Este film supone la degeneración de la franquicia, un producto de esos que se hacen para sacar dinero pero que fracasan y amenazan con salpicar… lo curioso es que, con el paso del tiempo, la llegaron a convertir en «la más importante de la franquicia» y todo gracias al destino del personaje interpretado por Sung Kang.

Tráiler de A todo gas: Tokyo Race

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