Sin perdón
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Clint Eastwood siempre ha estado ligado al género del western desde sus inicios como actor. Primero a través de la famosa «Trilogía del dólar» de Sergio Leone que inauguró el spaghetti-western. Y más adelante con otras notables películas como ‘La leyenda de la ciudad sin nombre’ y ‘Dos mulas y una mujer’. Ya en 1973 dirigió su primer western, ‘Infierno de cobardes’, al que seguirían ‘El fuera de la ley’ y ‘El jinete pálido’, ambas con un marcado estilo personal. Pero fue en 1992 cuando Eastwood reinventó el género con la maravilla que nos ocupa. Hoy toca hablar de ‘Sin perdón’, una cinta que ganó cuatro Oscars y que quedó encumbrada como una de las mejores películas de la historia del cine.

«Era una joven atractiva y no sin oportunidades matrimoniales. Por consiguiente, a su madre le partía el corazón que se casara con William Munny, un conocido ladrón y asesino. Un hombre de un carácter notoriamente inmoral y violento. Cuando ella murió no fue a manos de él como había esperado su madre, sino de la viruela. Eso ocurría en 1878»

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Crítica de Sin perdón

Con esta película nos encontramos ante lo que se denomina un western crepuscular. Un film donde los personajes son retratados con toda su crudeza y violencia. En la época dorada del western, cuando John Ford rodaba películas como La diligencia’ (1939) o Centauros del desierto’ (1956), se nos mostraba a héroes que encarnaban los valores más arraigados de la cultura norteamericana. Ahora, en cambio, se nos presenta una visión más melancólica del cowboy o del pistolero. Una visión poco o nada idealizada y que deja al descubierto las miserias que arrastra el personaje.

Al contrario de lo que se pueda pensar, esta forma de hacer westerns no nace con Sin perdón’. Así pues, hemos de remontarnos a 1950 cuando Anthony Mann rodó Winchester 73’, una magnífica película interpretada por James Stewart. Fue a partir de entonces que empezó a consolidarse esta forma de rodar westerns de la mano de directores como Sam Peckinpah, que cuenta en su haber con peliculones como Grupo salvaje’ (1969) o ‘Mayor Dundee’ (1965). Lo que sí podemos afirmar es que con ‘Sin perdón’ el western crepuscular alcanzó su techo. El listón quedó muy alto para cualquiera que se atreviera a adentrarse en este género. Tan sólo pequeñas joyas como Open Range (Kevin Costner, 2003) o la más reciente El tren de las 3:10(James Mangold, 2007) pueden acercarse.

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Clint Eastwood interpreta y dirige una visión revisionista y oscura del antiguo oeste. El actor y director trata de desmitificar a los héroes que durante décadas hemos podido ver en cientos de películas. También dedica especial atención al aspecto moral de la sociedad en aquellos tiempos y al valor de la vida misma. En ningún momento se nos presenta a los buenos y a los malos como cabría esperar. Aquí cada personaje tiene múltiples matices grises: desde el viejo granjero que busca enterrar las semillas de su pasado en pos de un futuro mejor hasta el joven pistolero que sueña con la gloria, pasando por un sheriff megalómano que poco a poco nos descubre su verdadero yo.

Tampoco vemos jugadores de póker o mujeres bellas seduciendo al sheriff en la barra del salón. En la cinta tan sólo vemos a un grupo de hombres que buscan sobrevivir. Hombres que buscan también una justificación a lo que han hecho en sus vidas. Con un ritmo narrativo acompasado, unas interpretaciones impecables y una profesionalidad abrumadora, Eastwood nos lleva a través de esta historia de venganza y redención.

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Y si hablamos de los actores, ¡qué mejor que empezar por el propio ClintEastwood! Debo decir que los años han tratado bien a este hombre. En vez de ablandarlo, el paso del tiempo le ha otorgado una especie de fiereza natural. Esto es algo que viene especialmente bien para ponerse en la piel de un tipo como William Munny. No en vano, Clint retuvo el guión de la película hasta ser lo suficientemente mayor como para poder ocuparse del papel. Es algo que se observa fácilmente si comparamos esta interpretación con la que hizo hace más de veinticinco años en Por un puñado de dólares’. Más flaco, más misterioso y con una dureza en la mirada que no deja indiferente.

Su personaje, William Munny, es un viejo granjero que vive con sus hijos. Su principal ocupación es ocuparse de sus cerdos. Durante diversos momentos nos recuerda que su pasado violento y ahogado en alcohol le llevó a ser un asesino. Fue su mujer la que le apartó de la bebida y le convirtió en un hombre diferente. Y en cierta forma sigue buscando su perdón… aunque ella esté muerta. Sólo la necesidad le obliga a volver a coger el revólver, pero en todo momento trata de decirse a sí mismo, de forma angustiosa, que él ya no es el que era. Una brillante interpretación, incluso me atrevo a decir que probablemente sea la mejor de su carrera.

Morgan Freeman interpreta a Ned, un antiguo socio y amigo de Munny. En su caso, Ned accede a acompañarle, pese a que tiene dudas acerca de poder volver a matar por dinero. Freeman borda el papel. El actor sortea las trampas que conlleva un personaje como el suyo y expresando sutilmente el rechazo por su oscuro pasado. No obstante, es cierto que el peso de Freeman dentro de la trama es más secundario. Lo mismo podría decirse de Jaimz Woolvett, un actor desconocido que asume el papel de joven pistolero bravucón y bocazas. Hay que decir que su rol es sumamente interesante. Woolvett representa al joven rebelde que ansía conocer la gloria de los míticos pistoleros. Una gloria que, una vez alcanzada, no es ni mucho menos como él esperaba.

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Finalmente, no me perdonaría a mi mismo si no destacara el impecable trabajo de Richard Harris. El papel de Bob «el inglés» es destacado, ya no por la relevancia del personaje, sino por el hecho de que se nos muestre al típico pistolero como algo muy diferente a lo que estamos acostumbrados. Un tipo bocazas, sumamente elegante y que no duda en adornar sus fechorías pasadas con invenciones de todo tipo.

Y cómo no, hablemos del sublime trabajo de Gene Hackman como Little Bill, el sheriff de Big Whiskey. El que por tradición sería el bueno de la película, se nos presenta aquí en la figura de un tipo brutal, cínico y sin escrúpulos. Un hombre que no duda en apalizar a cualquiera que amenace con perturbar la paz de sus dominios. Incluso se atreve a compensar la agresión a una prostituta con un par de caballos y resulta incapaz de llevar la tranquilidad a Big Whiskey si no es mediante la violencia y la intimidación… Me gustaría remarcar una memorable escena en la que advierte al escritor Beauchamp de que el pistolero más peligroso no es el más rápido desenfundando, sino aquel que en todo momento mantiene la calma frente al enemigo. Hackman consigue bordar la interpretación con nota y se llevó el Oscar al mejor actor secundario (1993).

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Los demás actores también están francamente bien. El elenco aporta ciertos matices que, a su vez, ayudan a proseguir con esta desmitificación del salvaje oeste. Tal es el caso de las prostitutas que se nos muestran más humanas y vulnerables que nunca, pero a la vez duras y vengativas. Nada que ver con las glamurosas mujerzuelas que adornan los salones. O el digno papel que nos regala Saul Rubinek interpretando a un escritor en busca de historias legendarias. Sin embargo, por el camino, acaba encontrándose con un buen puñado de verdades inesperadas.

Para terminar hablemos de la fotografía y la música, que en esta película adquieren un protagonismo significativo. El encargado de la fotografía fue Jack N. Green, curiosamente ya ejerció de cámara en El jinete pálido (Clint Eastwood, 1985). En este caso dota al film de una iluminación muy particular que añade sensación de desolación y amenaza en todo momento. A ello se suman un cielo y unos paisajes sobrecogedores que aportan pesadez al conjunto pero que, pese a poder parecer excesivamente sentimentales, funcionan a la perfección. La música corrió a cargo de Lennie Niehaus, un habitual en las películas de Eastwood. El resultado es una bella música melancólica cuyo tema principal compuso el propio Clint.

«Así es. He matado mujeres y niños. He disparado sobre cualquier cosa que tuviera vida y se moviera. Y hoy he venido a matarle a usted, por lo que ha hecho a Ned» (William Munny)

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Conclusión.
Termino esta crítica de Sin perdón, una película con la que Eastwood consigue oscurecer y profundizar en el western retratando no sin cierta ironía el género que lo hizo famoso. Clint dota a esta película de una dimensión tan trágica que puso a su propia filmografía pasada en una perspectiva crítica. Además no tiene ningún problema en poner sobre la mesa la esencia misma del género. Una esencia que no es otra que el hecho de que nadie tiene lo que merece y el mal siempre es silenciado. La verdad es que resucitó un género que agonizaba. Finalmente, si me permitís el juego de palabras: sería imperdonable que alguien dejara pasar esta obra maestra sin haberla visto.

«Algunos años más tarde, la señora Ansonia Feathers efectuó el arduo viaje al condado de Hodgemon para visitar el último lugar de descanso de su única hija. Hacía mucho tiempo que William Munny había desaparecido con sus hijos… Unos dicen que se fue a San Francisco, donde se rumoreaba que había prosperado comerciando con mercancías en general. Y en la lápida no había nada que explicara a la señora Feathers por qué su hija se había casado con un conocido ladrón y asesino. Un hombre de un carácter notoriamente inmoral y violento»

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