Easy Rider (Buscando mi destino)
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“Antes este era un país agradable… les da miedo lo que representáis para ellos: la libertad. Todo el mundo quiere ser libre. Pero una cosa es hablar de ello y otra es serlo. Es muy difícil ser libre cuando te compran y te venden en el mercado. Pero no le digas que no son libres porque entonces se dedicaran a matar y a mutilar para demostrar que lo son”. Dennis Hopper, Peter Fonda y Jack Nicholson son tres hombres contra el sistema en ‘Easy Rider (Buscando mi destino)’.

“¡El primer trago del día, señores! Por D.H. Lawrence. Nic, nic, nic ¡Indios!” (George)

Crítica de Easy Rider (Buscando mi destino)

Si existe un ejemplo de película influyente a nivel cultural, y catártico, por encima de su valor cinematográfico… esa es ‘Easy Rider (Buscando mi destino)’. Además es el reflejo clave de un momento concreto en la historia de los Estados Unidos. Nacida de la rabia y la incomprensión, pero también del abuso de las drogas, ‘Easy Rider’ llegó como el día siguiente de una noche de fiesta alargada durante una década. La resaca de una juerga monumental. Un film que bebía en su semilla primigenia del clásico de serie B Salvaje (Laslo Benedek, 1953). Y que venía a situarse entre los films psicodélicos de Roger Corman y compañía. Unas cintas abundantes durante los últimos estratos del verano del amor y el auge de las drogas alucinógenas.

Para valorar en su justa medida ‘Easy Rider’, como debería hacerse con todo fenómeno cultural nacido en una época que no conocimos, es imprescindible situarse en su contexto. Primero de todo, el film se rodó fuera del sistema de estudios. Con 360000 dólares adelantados mediante la compañía Raybert. Y conseguidos gracias a la mediación de Bert Schneider y Bob Rafelson. El resto del presupuesto lo pagó, de su propio bolsillo, Peter Fonda… mediante su tarjeta de crédito Diners Club.

Segundo, la cinta se filmó cuando aún coleaba el asesinato de Robert F. Kennedy. El cual llegaba solo cinco años después del de su hermano, J.F.K. Dicho asesinato sacudió de nuevo a una nación plagada de demonios que acabaría por estallar y rebelarse tras el fin de la guerra del Vietnam. La película se rodó totalmente alejada de cualquier plató por exigencia inamovible de Dennis Hopper. El actor, posiblemente, era una de las personas más conspiranoicas del planeta en aquellos tiempos.

La producción viajó, como un circo itinerante, por escenarios reales de América. Desde Las Vegas hasta Nueva Orleans. En su paso por Texas, donde no se recibía precisamente bien a los hippies… los actores se hicieron detener de verdad al abordar un desfile. Esto fue provocado porque Hopper y su cuadrilla lo hacían todo fuera del sistema. Esta anécdota sirve como ejemplo práctico del estilo de filmación real que defendía Hopper en aquellos años. Un estilo durísimamente influenciado por los opiáceos y el cinema véritè europeo. La máxima aspiración de Hopper con ‘Easy Rider’ era ganar la Palma de Oro en Cannes. Algo que, todo sea dicho, no consiguió.

La idea para ‘Easy Rider’ vino de varios “hacedores”, siempre según la versión que se escuche. Pero la más cercana a la realidad es la que siempre contó Peter Fonda. Quién, mientras se encontraba promocionando ‘The Trip’ (Roger Corman, 1967), tuvo una revelación en un motel mientras, por supuesto, encendía un porro. Y todo cuando unió su viaje psicodélico con el subgénero del cine de motoristas que ya había abordado en ‘Ángeles del infierno sobre ruedas’ (Richard Rush, 1967). En ambas películas compartía créditos con Hopper y Jack Nicholson. Por aquella época, Nicholson estaba más pendiente de su eminente carrera como productor y futuro director que como actor. Por suerte, lo convencieron para que encarara un corto y decisivo rol en ‘Easy Rider’. Un papel que lo lanzaría a la fama y posibilitaría una carrera monumental.

Hablar solo en términos puramente cinematográficos de ‘Easy Rider’ casi no tiene sentido. Es indudable que hay unas cuantas imágenes potentes en su metraje, pero la mayor parte del film parece sacado de trozos de otras películas de motoristas y hippies. Retales que se han unido en la sala de montaje pero que, poderosa y sorpresivamente, tienen sentido una vez vistas. En consecuencia, se nota que no había un guión per se. Aquí simplemente había una serie de lugares a los que visitar y unos actores contratados que aparecen para aportar su visión al film… y luego salir de el para dejar que los protagonistas prosigan su imposible camino hacia la libertad.

Si hay un elemento que, junto a las imágenes, funciona por el poder de su mensaje esa es la música. Tanto la aportada por Bob Dylan, con dos dolorosas canciones claves, como el emblemático “Born to be Wild” (Steppenwolf), todo un himno de la libertad y los viajes en carretera. También sería un pecado mortal en una reseña de este film no alabar el monumental trabajo de fotografía en espacios reales de Laszlo Kovacs. El fotógrafo se jugó la vida en diversos momentos para entregar unos parajes que remitieran claramente a las películas de John Ford. Ojo a la desoladora, y hasta terrorífica, visualización de los minutos finales del film. Los cuales concluyen con un tremebundo plano picado que simboliza, junto a la música, el fin del viaje.

Liberado del influjo de locura del rodaje, el único actor que hace por interpretar, fuera del estereotipo asignado por su look, es Jack Nicholson. Esta leyenda aparece a mitad de metraje como un abogado por los derechos civiles muy aficionado al alcohol. Por su parte, Dennis Hopper (Billy) encara una actuación netamente “colocada”. Apenas enlaza dos frases seguidas en toda la película. Eso sí, le viene perfecto a su personaje: un agitador, un culo inquieto en busca de ir más allá siempre. Todo lo contrario que Peter Fonda. Su Capitán América admite haberse vendido al capitalismo con la secuencia que abre el film. Ahora solo quiere encontrar un hogar donde descansar.

El resultado de semejante unión, Billy y Capitán, traza un nada disimulado guiño a la clásica historia de Billy El Niño y Wyatt Earp. Eso sí, cambiando los caballos por las motos. La analogía está excelentemente filmada cuando acuden a un establo a cambiar las ruedas de una de ellas. La ley que los persigue vendría a ser la incomprensión de todo un país en clara guerra consigo mismo.

El casting de la propuesta lo completan: Luke Aswek, un autoestopista que los guía hasta una comuna hippie junto a Rio Grande. Karen Black como una acomplejada prostituta. Y la aún imberbe Bridget Fonda como una de las niñas de la comuna llevada allí por su padre en la vida real, Peter Fonda.

“Por aquí dicen que para embellecer América hacen falta las tijeras. Quiere que todo el mundo tenga el aspecto de Yul Brynner” (George)

En resumidas cuentas.
Acabo esta crítica de Easy Rider (Buscando mi destino), toda una sacudidora de conciencias. Un film de motoristas con mensaje, una destaca vuelta de tuerca al género de divertimento por excelencia en aquellos años. Rebelde, incendiaria y necesaria bofetada a todo un país.

Tráiler de Easy Rider (Buscando mi destino)

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