La tutora
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Durante miles de años, una orden religiosa conocida como “Los Druidas” adoraba a los árboles, haciendo a veces sacrificios humanos en su nombre. Para estos adoradores cada árbol tiene su espíritu guardián. La mayoría están alineados con la bondad y la vida. Sin embargo, algunos lo están con la oscuridad y la maldad. Es hora de conocer a… ‘La tutora’.

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Crítica de La tutora

La vuelta de William Friedkin al terror tras la obra clave del género, El exorcista (1973), se hizo esperar 17 años. En 1990, Friedkin estaba ya muy lejos del status de cineasta referente del “Nuevo Hollywood” de los setenta que un día llegó a tener. En esta nueva etapa sólo acumulaba severos y dolorosos fracasos de taquilla.

‘La tutora’ (The Guardian) fue más una apuesta por lo comercial que realmente un film personal. Como sí lo fueron todas las que le precedieron, incluso sus incursiones en la comedia: ‘El mayor robo del siglo’ (1978), o la complicada por su accidentada producción ‘El contrato del siglo’ (1983). Friedkin y Universal, con el productor Todd Black (este último en su primer film importante), veían en ‘La tutora’ una apuesta segura. Este film se presentaba como un “extra-bonus” de vida para que Friedkin sumara un éxito de taquilla. Un triunfo que le abriera las puertas a empresas más personales. Todos ganarían: Universal sumaría millones a sus cuentas anuales y Black se foguearía ante una auténtica prueba de fuego, lidiando con un cineasta con fama de quemar a quienes le rodeaban.

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El resultado en taquilla no fue del todo mal. En su paso por cines USA logró entrar entre el Top 3 en la semana de su estreno, sólo por detrás de Tortugas Ninja (Steve Barron) y Pretty Woman (Garry Marshall). La cinta fue lanzada en el fin de semana del 27/29 abril de 1990 compitiendo con ‘Distrito 34: Corrupción total’ (Sidney Lumet), ‘Orquídea salvaje’ (Zalman King) y la cinta juvenil ‘Locos invasores del espacio’ (Patrick Read Johnson). Estos tres últimos films fueron duros reveses de taquilla, sobre todo la de Lumet y la protagonizada por un Mickey Rourke en clara caída libre.

Aun y con todo, la película de Friedkin se quedó muy lejos de contentar a ninguna de las partes implicadas. Friedkin fue (de nuevo) duramente atacado por la crítica y siguió perdiendo crédito. Así las cosas tuvo incluso que irse a filmar para la Televisión. Universal no amasó los billetes verdes que esperaba y no volvió a contratarle. Por último, Todd Black tendría que esperar hasta ‘Destino de caballero’ (Brian Helgeland, 2001) para lograr su primer hit en la taquilla mundial.

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Todo lo anterior sirve para entender un poco más como un director ya legendario, para lo bueno y lo malo, como William Friedkin, siempre excesivo en su forma de ser y realista en su visión cinematográfica, se enfrentaba en 1989 con sólo cuarenta y cuatro años a un producto menor. Un film de clara vocación de serie B (actores y medios) y volcado a un género, el fantástico, que nunca había tocado por completo.

‘La tutora’ no es un mal film de terror y tiene momentos muy conseguidos. Al respecto de estos últimos destaca todo lo que tiene que ver con ese árbol de los sacrificios. Un árbol que resulta muy bien visualizado (aunque su enclave sea geográficamente imposible). También cabe resaltar la secuencia del asedio de los perros rabiosos que es monumental y tremendamente agobiante. Y, por supuesto, el personaje del título que es un caramelito que Friedkin saborea y visualiza con sumo gusto.

Por otro lado, sobra decir que, por supuesto, en todo lo que tiene que ver con crear una atmósfera opresiva su director sabe moverse como nadie y hasta un subproducto de serie B como este acaba estando por encima de la calidad media de este tipo de cintas. Ahora bien, aún con todo, sigue siendo un film menor en la filmografía de un cineasta con mayúsculas. Un film que pasó, en su momento, desapercibido. En mi caso, si opté por ver ‘La tutora’ fue por saber cómo se movería Friedkin con el material que tenía entre manos.

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Respecto a los actores, me refiero en primer lugar al matrimonio formado por Dwier Brown (Phil) y Carey Lowell (Kate), actriz cuyo mayor mérito era (y hoy día lo sigue siendo) encarnar a una chica Bond en la muy recuperable ‘Licencia para matar’ (John Glen, 1987). Brown y Lowell encarnan a una pareja: ella como sufrida madre y él como amante marido. Ambos deciden contratar a una niñera para que cuide de su bebé. Cuando ya se habían decidido por Arlene, encarnada por Theresa Randle, esta sufre un tremebundo accidente en bicicleta. Para «compensar», la empresa “El Ángel Guardián” les envía a Camilla, una tremendamente inquietante Jenny Seagrove abriendo la veda para la interpretación y caracterización posterior de Natasha Henstridge enSpecies (Roger Donaldson, 1995).

Además, por la cinta, también se dejan ver Xander Berkeley en un papel de policía descreído. Miguel Ferrer como un compañero de trabajo de Brad Hall (Ned), un arquitecto vecino que se queda prendado de Camilla. Y, finalmente, Natalija Nogulich (Molly Sheridan) quien sabe en realidad quién es y qué es lo que pretende la nueva niñera.

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Desde un principio, Friedkin y Universal pusieron sus miras en potenciar el aspecto fantástico del relato. Ese toque fantasioso se fue añadiendo a posteriori y no estaba en la novela original ni en los primeros borradores. Fue algo de lo que se quejó ostensiblemente Jenny Seagrove. Universal apaciguaba a la actriz advirtiéndole que nadie iría a ver un film sobre una niñera que roba niños visto desde una perspectiva real. Años después, con el triunfo en taquilla de ‘La mano que mece la cuna’ (Curtis Hanson, 1992), Seagrove llamó a un conocido que aún trabajaba en la major desde los tiempos de ‘La tutora’ y le restregó por la cara su fallida predicción.

También influyó en la visión de Friedkin el hecho de considerar el tema de la niñera una sobre-explotación de los réditos de un éxito del mercado de video, ‘El padrastro’ (Joseph Ruben, 1987). Así, y no queriendo ser acusado de ir a lo fácil, Friedkin decidió complicarse la vida. Esto último es algo que este director sabe hacer como nadie.

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En resumidas cuentas.
Finalizo esta crítica de La tutora, un acercamiento por parte de Friedkin a un género en claro tono de Serie B que el cineasta quiso llevar al terreno de las grandes ligas. Sus actores, en su mayoría desconocidos y televisivos, no pasan de ser meros figurines en manos de un director de escena que dibuja interesantes set-pieces sacadas de lo más recóndito de su alma. La película merece una reivindicación, sobre todo, porque fue la única vez que Friedkin aceptó volver al género que le dio la inmortalidad. Eso sí, los resultados quedaron muy lejos de los originales.

Tráiler de La tutora

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