La chaqueta metálica
Un grupo de reclutas se prepara en Parish Island, centro de entrenamiento de la marina norteamericana. Allí reina el sargento de Artillería Hartman, duro e implacable, cuya única misión en la vida es endurecer el cuerpo y el alma de los novatos para que puedan defenderse del enemigo. Pero no todos los jóvenes soportan por igual sus métodos. (Cineycine).
Stanley Kubrick ya había plasmado sus ideales antibelicistas en la película de 1957 ‘Senderos de gloria’. Treinta años más tarde, y ya convertido en un veterano director, abordó el mismo tema. Pero esta vez lo centró en la polémica guerra de Vietnam. El mensaje sigue siendo el mismo, mostrando en toda su crudeza el mayor horror que ha creado el hombre: la guerra. Es hora de regresar al infierno y de ponerse ‘La chaqueta metálica’.
«A Dios se le pone dura con el Cuerpo de Marines porque matamos a todo bicho viviente. Él juega a lo suyo, nosotros a lo nuestro. Y para mostrarle nuestra gratitud, ante su inmenso poder, le llenamos el cielo de almas hasta los topes» (Sargento Hartman)
Crítica de La chaqueta metálica
La guerra de Vietnam fue un episodio sangriento y especialmente polémico para el público norteamericano. Por una parte porque, por primera vez, se dieron muestras públicas de repulsa ante la participación de Estados Unidos en un conflicto. Y, por otra, porque fue una guerra que, finalmente, se perdió. Además, arrastró tras de sí a miles de jóvenes norteamericanos que luchaban en una guerra que no era suya.
Se han hecho muchas películas ambientadas en este episodio bélico. Además de la que hoy nos ocupa, hay otro referente obligado: ‘Apocalypse Now’ (1979) de Francis Ford Coppola. Se puede decir que hay un debate continuo acerca de cuál de estas dos películas es mejor. Un debate que es absurdo porque tanto Coppola como Kubrick emplean la guerra como mero pretexto para indagar en la condición humana. Al final todo queda resumido a una mera cuestión de gustos. Pero hablemos de ‘La chaqueta metálica’ y de cómo se nos muestra el descenso al infierno a nivel individual. Porque, en realidad, eso es lo que hace esta película. Aquí se plasma la deshumanización del soldado cuando la supervivencia es lo único que importa.
Stanley Kubrick nunca fue un director que apostara por lo casual. Ni siquiera el título de la película lo es. Dicho título está basado en el nombre que reciben las balas de fusil que utiliza la infantería. Además, desde un principio, nos adelanta por dónde irán los tiros. Esto lo hace mediante una secuencia que muestra (a través del rapado sistemático de los reclutas) como la libertad individual queda subordinada a la disciplina militar. Esa pérdida de libertad y, al mismo tiempo, de identidad, no se limita sólo al pelo, sino que tras la aparición del sargento instructor, Hartman, incluso los nombres y las raíces de cada recluta dejan de importar. En ese momento se inicia un proceso lento y cruel que ha de transformarlos en máquinas de matar.
Ese cambio del que hablaba en el párrafo anterior queda retratado magistralmente a través del proceso de deshumanización al que los somete Hartman. El sargento emplea diálogos que despiertan la risa y el espanto por igual. El estado final de dicha transformación queda fielmente reflejado en las palabras de Bufón: «Estoy tan feliz de seguir vivo, de una pieza y listo. Este mundo es una puta mierda. Sí, pero estoy vivo y no tengo miedo». Al final todo se limita a sobrevivir para poder seguir matando, perdiendo aquello que nos hace humanos.
Kubrick establece una dualidad constante dentro de esta guerra absurda. Por una parte están los que creen que cumplen con su deber protegiendo a su país y sus valores. Por la otra, aquellos que no entienden su participación en el conflicto y que consideran un sinsentido estar matando gente al otro lado del mundo. Pero también hay que decir que no hay un juicio moral concreto, ni a Hartman ni al resto de personajes. Por ejemplo, queda en manos del espectador discernir acerca del destino del sargento. Decidir si es víctima de sus propios errores disciplinarios o, si por el contrario, estamos ante lo que popularmente se llama «justicia divina». Tampoco encontraremos el patriotismo de otras películas. Aquí no hay buenos o malos, no existe el motivo justificado que justifique la guerra. Sólo la deshumanización del soldado y la manipulación propagandística del estado.
La película se divide claramente en dos bloques. El primero, magistral, relata el proceso de adiestramiento de los reclutas. Y el segundo, claramente más flojo, centra la acción en el campo de batalla. Es una estructura que sería empleada por otras películas como ‘El sargento de hierro’ (Clint Eastwood, 1986). No obstante, en la cinta de Kubrick adquiere un significado muy concreto porque contribuye a marcar la pérdida de inocencia y la anulación del individuo.
Sin duda lo más remarcable de las escenas de cuartel son las frases y discursos del sargento Hartman. Este exagerado militar consigue despertar las risas con sus ácidos comentarios, pese al tono cruel y obsceno con que los adorna. R. Lee Ermey, que con su personaje acabaría creando un icono memorable. Ermey retrata de forma impecable la disciplina castrense más recalcitrante en un papel que originalmente le fue ofrecido a Clint Eastwood. También tenemos a un Vincent D’Onofrio en estado de gracia que tuvo que engordar 30 kilos para poder meterse en la piel del recluta Patoso. Su progresivo deterioro mental, debido a las humillaciones a las que le somete Hartman, acaban dotando al personaje de ese aspecto perturbador e inquietante que recuerda al Jack Torrance de ‘El resplandor’ (1980) o al Alex de ‘La naranja mecánica’ (1971), ambas cintas dirigidas por el propio Stanley Kubrick.
También es importante el trabajo de Matthew Modine. A través de su personaje, Bufón, se encarga de narrar la historia y marcar la transición entre los dos episodios argumentales. También es uno de los personajes que más marcan la dualidad y el desorden. Un ejemplo es la clara contradicción entre el símbolo de la paz que luce en su guerrera y «el nacido para matar» que lleva escrito en el casco. Un desorden que tampoco es casual o accidental, sino que es empleado por Kubrick para acentuar la diferencia entre el periodo de entrenamiento y la guerra. De hecho, los dos bloques de los que he hablado podrían parecer de dos películas diferentes. Mientras las escenas de barracón muestran una clara asepsia en todos los aspectos, propia del ambiente militar, el Vietnam urbano es mucho más caótico y gris.
El trabajo interpretativo del resto de actores, la mayoría desconocidos cuando se rodó la película, es espléndido en todos los aspectos. Desgraciadamente, muchos quedan reducidos a la mínima expresión al acabar el adiestramiento. Esto contribuye a restarle fuerza a la segunda mitad de la película. No obstante, algunos otros como Adam Baldwin, en su papel de Animal, irrumpen destacadamente en esta «segunda mitad».
Dentro de esta tragicomedia que es ‘La chaqueta metálica’ hay un pilar fundamental común en la mayoría de películas de Kubrick, la música. Aquí no encontramos ninguna pieza de música clásica, muy posiblemente para restarle toda posible grandeza a la guerra. En lugar de eso la banda sonora está compuesta por diversos temas de los sesenta y los setenta. Estos temas ayudan a acentuar el tono dinámico y explosivo de la película. Canciones ya populares como «These boots are made for walking» de Nancy Sinatra o «Surfin’ Bird» de los míticos The Trashmen. Finalizando con una ácida crítica al estamento militar personificado en el himno de Mickey Mouse que cantan los soldados mientras desfilan entre las ruinas humeantes. Un himno que, además, insinúa que esas máquinas de matar deshumanizadas siguen siendo unos niños en su interior.
Conclusión.
Termino esta crítica de La chaqueta metálica, una cinta que está en un selecto grupo acompañando a ‘Apocalypse Now’ y a esa otra maravilla que es ‘El cazador’ (Michael Cimino, 1978). Quizás el problema que le encuentro a este film es que su segunda hora es floja. Es decir, toda la fuerza que acumula durante el entrenamiento de los marines acaba disipándose en cuanto la acción se traslada al campo de batalla. Sí, está bien escenificado y dirigido, pero no mantiene una cohesión a lo largo de todo el metraje. En términos generales no me cabe duda de que ‘Senderos de gloria’ (1957) está un escalón o dos por encima. No obstante, concluyo afirmando que ‘La chaqueta metálica’ tiene los ingredientes necesarios como para ser considerada una de las grandes películas acerca de la guerra de Vietnam.
Tráiler de La chaqueta metálica
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Menudo pepino de reseña! Genial y muy bien transmitido todo lo que la película viene a representar y mostrar, pese a que más de uno no se ha enterado.