Extraños en un tren
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El concepto del crimen perfecto ha ocupado la mente de no pocos cineastas. Con esta película, Alfred Hitchcock nos propone un interesante viaje a través de la psicología humana. Todo mediante el fortuito encuentro de dos hombres que no se conocen. Y como pistoletazo de salida, una propuesta inquietante y muy poco usual. Conozcamos ya mismo a los ‘Extraños en un tren’.

«Hay gente que está mejor muerta. Como tu mujer y mi padre, por ejemplo» (Bruno Anthony)

Crítica de Extraños en un tren

Seguro que casi todos recordamos la película Tira a mamá del tren’ (Danny DeVito, 1987). En la misma, Danny DeVito y Billy Cristal acordaban liquidar a la madre del uno y a la mujer del otro respectivamente. En realidad, se trataba de una interpretación libre de ‘Extraños en un tren’, más centrada en la comedia que en la tensión y el suspense.

Cuando Hitchcock decidió dirigir esta película acababa de realizar dos cintas fallidas. «El maestro del suspense» necesitaba una historia que se amoldara a su estilo personal y con el mínimo riesgo posible. Es decir, lo que él solía llamar un «run for cover», o ponerse a cubierto. La solución vino a partir de una novela de Patricia Highsmith, que fue adaptada por el escritor de novela negra Raymond Chandler. Desgraciadamente, no hubo feeling entre él y Hitchcock porque la calidad del trabajo no era buena. Finalmente se contrató a Czenzi Ormonde. El resultado final es imperfecto y carente de fuerza en los diálogos. Esto último repercute en la caracterización de los personajes.

Pese a las referidas imperfecciones, Hitchcock consigue mantener la tensión y el suspense. Y lo consigue gracias a su brillantez habitual y a un trabajo de fotografía espléndido a cargo de Robert Burks. Esto que acabo de comentar se observa nada más comenzar la película gracias a una serie de travellings donde observamos los pies de dos hombres que caminan en sentido contrario el uno del otro. Es la secuencia que precede al encuentro fortuito entre Guy y Bruno. Hitchcock era un genio en muchos aspectos, y uno de ellos era la particular forma que tenía de mantener la intriga gracias a la minuciosa manipulación del tiempo o a la inclusión de elementos para potenciar el suspense de determinadas escenas. El momento en el que Bruno pierde el mechero sería un ejemplo, pero hay muchos más. Y atención al meticuloso trabajo de transparencias con la secuencia final del tiovivo, magistral.

El reparto, que suele ser un punto fuerte en las películas de Alfred Hitchcock, flojea aquí debido en parte a esos problemas de diálogos que comentaba al principio. Además, inicialmente, el rol de Guy debía ser para William Holden, un rostro mucho más fuerte y acorde con el papel. Pero finalmente recayó sobre Farley Granger, que ya había trabajado con Hitchcock en La soga(1948). El problema es que vuelve a calcar la mayoría de matices que le caracterizaron en esa película. De esta manera configura a un tipo sobreactuado y sumamente nervioso. De la elección de Ruth Roman no podemos echarle la culpa a Hitchcock porque era una actriz en nómina de la Warner y se vio obligado a contar con ella.

Por otro lado, me parece muy correcta la elección del malogrado Robert Walker para encarnar a Bruno, quizás porque en su vida personal tenía problemas emocionales y eso, queramos o no, suele trasladarse a la pantalla. Pero la verdad es que dibuja a un hombre realmente simpático, aunque ni por un momento podamos olvidar que se trata de un psicópata. Un claro indicio de esa psicopatía lo podemos observar cuando se cuela en una fiesta y está a punto de estrangular a una invitada. Es en secuencias como esas donde queda muy claro que su propuesta de doble asesinato no es sino una forma de saciar sus apetitos malsanos. Robert Walker era un actor prometedor, pero no deja de ser una ironía que, tras trabajar en esta película, falleciera debido a la alergia a los tranquilizantes que tomaba.

Los secundarios francamente son excelentes con una mención especial para Laura Elliot en la piel de la promiscua mujer de Guy. En palabras del propio Hitchcock: «una auténtica ramera que trabaja en una casa de discos todo el día». También está espléndida la actriz que da vida a la madre de Bruno. Probablemente porque, aunque esta película suponía su debut en el cine, tenía una dilatada experiencia en Broadway interpretando a mujeres del mismo perfil que la señora Anthony. Finalmente encontramos a la hija del director, Patricia Hitchcock, interpretando sorprendentemente bien a Barbara Morton.

En realidad, si reflexionamos acerca de lo comentado en esta reseña, nos daremos cuenta de que esta película, como tantas otras de Hitchcock, navega en las finas aguas que separan al ciudadano aparentemente modélico del falso culpable. Hablamos de un elemento recurrente a lo largo de la filmografía del director y alimentado por el temor natural que siempre sintió hacia la policía. En una ocasión Hitchcock comentó lo mucho que le horrorizaba pensar en el inocente que, de repente, se ve privado de todo, encerrado tras unos barrotes y rodeado de auténticos criminales, mientras el verdadero culpable sigue libre. Estamos pues ante un concepto que en este film sigue siendo un punto de referencia.

Conclusión.
Concluyo esta crítica de Extraños en un tren, no me atrevo a afirmar que sea una obra menor de Hitchcock. A fin de cuentas es excelente en muchos aspectos. Pero creo que podemos observar ciertas «carencias» interpretativas y de guión. Y también debemos reconocer que el concepto del falso culpable está mejor trabajado en películas posteriores como ‘Con la muerte en los talones‘ (1959). Al final nos queda una historia que, pese a mantener el interés y la tensión a lo largo de todo el metraje, no acaba de alcanzar las cotas de excelencia a las que estamos acostumbrados. Pero que nadie se confunda, pese a todo la considero de visión obligatoria para todos aquellos que quieran acercarse, una vez más, a la genialidad de Hitchcock. Tras los fallos que podamos apreciar se encuentra el estilo inconfundible y la buena factura de este brillante director.

Tráiler de Extraños en un tren

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