La soga
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Un cadáver, un misterioso arcón y una amistosa cena. Con estos tres elementos, Alfred Hitchcock consigue hilvanar una inquietante historia que no deja indiferente a nadie. Corría el año 1948, y el maestro del suspense realizaba su primera película en color. Para ello se apoyaba en una obra teatral de Patrick Hamilton escrita en 1929, ‘La soga’. Arriba el telón.

“El crimen es, o debería de ser, un arte. Tal vez no uno de los siete establecidos, pero un arte al fin y al cabo. Y el privilegio de cometer un crimen debería reservarse únicamente a los individuos considerados individualmente superiores” (Brandon)

Crítica de La soga

En ocasiones, se suele decir que la realidad supera a la ficción. Y, en este caso, el dicho va como el anillo al dedo. Cuando Patrick Hamilton escribió su obra teatral, en 1929, estaba reflejando un crimen que había conmocionado a la sociedad norteamericana tan sólo unos años antes. Los hechos sucedieron en Chicago, en 1924.

En el tiempo y lugar comentados, dos chicos millonarios de 19 años secuestraron y asesinaron a un muchacho menor de edad llamado Bobby Franks. Los asesinos eran Nathan Leopold y Richard Loeb. El primero era un individuo sumamente inteligente, esclavo de sus fantasías sexuales y gran seguidor de las teorías de Nietzsche. El segundo representaba justamente el concepto de Superhombre que tanto fascinaba a Leopold. Juntos perpetraron un asesinato cuyo único fin era demostrar su superioridad intelectual frente a la debilidad de los hombres. Escogieron a Bobby Franks únicamente por motivos prácticos. Básicamente porque era su amigo y vecino. Pero Nathan y Richard cometieron una serie de errores que, finalmente, los llevaron ante la justicia.

Cuando Alfred Hitchcock descubrió el libreto de Hamilton se dio cuenta al momento de lo que tenía entre manos. La idea de adaptar esta obra teatral a la gran pantalla le inspiró para ofrecer una innovación que, a la postre, sería una de las señas representativas de esta película. Hitchcock quería una acción continua para centrar la atención en el trabajo interpretativo de los actores. Por consiguiente, decidió rodar la película en una sucesión de secuencias. Cada una hecha con una sola toma y sin cortes. Originalmente su idea fue rodarlo todo en una sola toma.

La idea original de Hitchcock no se pudo llevar a cabo porque las cámaras del momento sólo permitían grabar diez minutos seguidos. Esto obligó a improvisar el ingenioso encadenado de tomas. Para enlazar cada una de ellas, sin que no se notara la transición, con cada fin de rollo se hacía enfocar la cámara hacia algún espacio oscuro. El resultado es una de las películas donde mejor podemos disfrutar de la pericia narrativa de Hitchcock. Y más aún teniendo en cuenta las limitaciones que imponía el hecho de que toda la acción suceda dentro de un apartamento. En resumen, que tanto el ritmo como la puesta en escena son exquisitos. Sin olvidar ese punto de suspense que subyace durante toda la trama.

Tampoco está de más destacar que esta película fue un desafío para Hitchcock en más de un aspecto. Por una parte, era su primera película en color. Por ello tuvo que dedicar especial cuidado a la fotografía. También se tuvo que enfrentar al problema de mantener la estructura teatral de la obra original en la pantalla. Además, ‘La soga’ significaba el inicio de su colaboración con Sidney Bernstein y la puesta en marcha de su productora, Transatlantic Pictures. Y es que Hitchcock estaba cansado del control que ejercía el productor David Selznick. Y, aunque había conseguido el Oscar a la mejor película conRebeca (1940), decidió desligarse de él en cuanto tuvo ocasión. No es extraño que, para mucha gente, esta película sea toda una carta de intenciones.

La trama de ‘La soga’ sirvió a Hitchcock para plasmar el componente ideológico de una sociedad muy marcada por La Segunda Guerra Mundial. No hay que olvidar que el régimen de Hitler estuvo muy influenciado por las tesis de Nietzsche acerca del Superhombre. Algo que se traslada a la pantalla en forma de crimen gratuito. Un crimen que sólo busca la reafirmación del intelecto superior sobre el débil y que, mediante la figura del profesor, pone de manifiesto lo peligrosos que pueden ser ciertos ideales… Es una película, pero también un intenso drama psicológico donde los protagonistas juegan al gato y el ratón constantemente. Una obra con un argumento sombrío, pero que navega cerca de lo que sería una comedia negra.

Hitchcock siempre se supo rodear de buenos actores y esta película no es una excepción. Hay que decir que cuando se estrenó en 1948 provocó cierta indignación entre el público debido a la subliminal homosexualidad de los personajes interpretados por John Dall y Farley Granger. En ningún momento se desvela dicha relación. Pero, a tenor de los diálogos y la puesta en escena, es algo evidente. No fue casualidad, ni capricho del director, sino una aproximación a los hechos reales que he comentado antes, ya que los asesinos Leopold y Loeb eran homosexuales declarados. También podemos observar la relación de dependencia que se establece entre Brandon y Phillip. Esta última una clara alusión al concepto superhombre-esclavo que subyace en la obra de Nietzsche. Brandon es el que mueve los hilos y Phillip el que queda relegado a un segundo plano.

Gran parte del peso interpretativo lo lleva John Dall con un trabajo soberbio. Es un actor que había iniciado su carrera en el teatro y que ya en su primera película fue nominado al Oscar por su trabajo de secundario en El maíz es verde. Probablemente sea más recordado por su trabajo enEspartaco y, sobre todo, por El demonio de las armas’, una de las precursoras del género de las road-movies. En el papel de Phillip tenemos a Farley Granger. Si bien está un poco sobreactuado, consigue contagiarnos del estado de nervios que le asalta constantemente. Es la parte frágil de esa turbia relación que mantienen los dos asesinos. Uno calculador y frío como el acero; el otro temperamental y con un escaso autocontrol. Precisamente es Phillip quien acabará levantando la liebre en una tensa secuencia donde toca al piano para los asistentes.

Como profesor de los dos estudiantes citados tenemos a Rupert Cadell, encarnado por un soberbio James Stewart. Al contrario de lo que veríamos años más tarde en La ventana indiscreta(1954), aquí está más comedido y cerrado en sí mismo. En cierta forma representa a la sociedad y sus valores. Una sociedad que no ve con buenos ojos el asesinato por más que se argumente el motivo. Evidentemente el espectador juega un papel crucial en esta película porque se posiciona como el voyeur que observa desde su butaca. Y como tales nos sentimos atrapados, simpatizando con el profesor Cadell y su discurso moralista. Pero también con el pobre Phillip, que se remueve desesperado ante el inminente descubrimiento del crimen. Curiosamente hay un protagonista que nos pasa inadvertido y con el que nadie cuenta: el cadáver. Quizás porque él es otro mero espectador del crimen.

Otro detalle que no podemos olvidar es que el esfuerzo de los actores no se limitó a la vertiente interpretativa. Además tenían que respetar escrupulosamente las marcas del escenario para poder encontrarse los unos con otros en el momento adecuado, coincidiendo con la disposición de la luz y las cámaras. En cuanto al resto del reparto realiza una función complementaria, por decirlo de algún modo. La señora Wilson, como casera de los dos estudiantes, es un elemento de tensión que constantemente amenaza con desvelar el secreto que ocultan. Y bueno, tampoco podemos olvidar al padre de la víctima, interpretado por el gran actor Cedric Hardwicke. Con sus idas y venidas, para llamar a su esposa enferma, aporta dinamismo a una reunión aparentemente estática.

Conclusión.
Concluyo esta crítica de La soga, una película que sirvió a Hitchcock como excusa para realizar un alarde técnico. No consiguió cautivar a todo el mundo por entonces e incluso hoy en día provoca indiferencia en algunas personas. Hitchcock siempre lamentó que el público no entendiera lo que pretendía lograr, quizás por eso decidió dirigir años más tarde la antítesis de esta película, ‘La ventana indiscreta’, donde el voyeurismo se ejerce desde el exterior del apartamento y no desde dentro.

Tráiler de La soga

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