Wild Bill
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Walter Hill pone su personal óptica dentro de la leyenda de uno de los más recordados forajidos del oeste americano. Su nombre no es otro que James Butler Hickok, más conocido como ‘Wild Bill’. En pantalla se mete en sus botas un acertadísimo Jeff Bridges. Estamos ante la enésima demostración del talento innato de Hill para regalar westerns de calidad en tiempos de sequía. Bienvenidos a… ‘Wild Bill’.

«Yo no pido perdón. Ni a ti, ni a nadie» (Wild Bill)

Crítica de Wild Bill

Tras filmar ‘Geronimo’ (1993), una epopeya sobre la leyenda del indio apache que desafió la supremacía del hombre blanco durante el siglo XVIII, Walter Hill regresó a su género favorito, el western. Lo hizo con ‘Wild Bill’ (1995) y con otro mito, esta vez el de James Butler Hickok, alias Wild Bill. Wild Bill fue uno de los pistoleros más rápidos y fabulosos del antiguo oeste, y su nombre se escribió con sangre y balas en la historia de los Estados Unidos.

Walter Hill intenta hacer un acercamiento a su figura de forma honorable y sincera. Esto es algo que queda patente al visionar el largometraje. No hay intención de vendernos a Bill como a un héroe al uso, sino todo lo contrario. Nunca se busca la redención de Hickok en pantalla. Es cierto que Hill se dedica a contarnos sus grandes hazañas (muchas de ellas en flashbacks en blanco y negro), pero también se centra en sus últimos días. Unas jornadas en las que lo vemos enfermo de glaucoma y carcomido por su pasado. Todo mientras revive, una y otra vez, pesadillas añejas de un ajado pistolero. Un hombre que debe de cargar con el peso de su nombre allá donde va, especialmente en el turbulento pueblo de DeadWood.

Para dar vida a toda una institución de la historia americana Hill optó por Jeff Bridges. Bridges es un actor que siempre estuvo más cerca de la categoría de intérprete de carácter que de rompe-taquillas. No fue hasta hace algunos años que volvió a lo más alto del Olimpo en Hollywood. En este film se anticiparía a su acercamiento al tuerto borracho deValor de Ley (Joel y Ethan Coen, 2010).

Lo cierto es que hay que alabar la labor de un colosal Jeff Bridges en la cinta que hoy nos ocupa. Bridges dota a su Bill Hickok de un aura de magnetismo y fortaleza realmente notable. Además del indudable carisma que el personaje desprende, y eso a pesar de algunos de sus actos. Por ejemplo: el hecho de nunca redimirse y de que este jamás pidiera perdón por sus acciones. Esto lo llevaría, colateral e inevitablemente, a la muerte. Una muerte totalmente inmerecida en su ejecución pero, al fin y al cabo, ciertamente creíble. A fin de cuentas, a un pistolero de su calibre era imposible ganarle en un duelo revólver en mano.

Junto a Bridges encontramos a un ecléctico reparto, muchos de ellos y ellas caras muy conocidas del cine de Walter Hill. Empezando por las bellísimas Ellen Barkin y Diane Lane. Las actrices dan vida a las dos mujeres más importantes en la vida de Bill. La dura Calamity Jane (Barkin) y la dulce viuda Susannah Moore (Lane). Ambas rayan a gran nivel, sobre todo una espléndida Barkin como una de las pocas mujeres que podían presumir de haber matado a dos hombres con sus pistolas. Por su parte, Diane Lane, en los flashbacks que relatan su romance con Bill, logra que rápidamente el espectador crea a pies juntillas el dolor de su personaje.

James Remar es el mercenario a sueldo Don Lonigan, un tipo que viaja expresamente desde Nueva York hasta DeadWood en busca de gloria. El fallecido John Hurt aparece como Charley Prince, el honorable amigo de Bill y curioso defensor de la palabra antes que la violencia. David Arquette es el cobarde y resentido Jack McCall. Y una joven Christina Applegate da vida la manipuladora prostituta Lurline.

En el capítulo de apariciones especiales encontramos a Bruce Dern y Keith Carradine. El primero como un lisiado con cuentas pendientes del pasado con Bill. Y el segundo como Búfalo Bill que da a Hickok un trabajo como actor de teatro con calamitosos resultados. También tenemos a Ted Markland en una fugaz aparición. Para finalizar, merece mención aparte el siempre grande James Gammon, que redondea el elenco como el parlanchín California Joe, inseparable compañero de batallas de Bill.

Como ya adelanté unos párrafos más arriba, estamos ante un western marca de la casa de Walter Hill. Sin lugar a dudas, el último gran director de este género en Hollywood. Un realizador que luchó durante los 80 y 90 porque el cine del oeste no muriera cuando ya era una víctima en estado vegetativo. Aquí nos ofrece un más que interesante acercamiento a la figura de “Wild Bill”. Lejos de sus mejores films, pero pleno de energía e intenciones. Véase su trabajo de montaje y su narración no lineal (atención especial a los recuerdos de un Bill empapado en opio, totalmente perturbadores). ‘Wild Bill’ tiene todas las señas de identidad del cine de Walter Hill y ya sólo por eso vale mucho la pena.

Además, Hill nos regala un buen puñado de momentos gloriosos que forman parte de la leyenda del personaje protagonista. Para ejemplos su duelo con un indio que lo reta en pleno desierto, o la descomunal batalla en el bar contra un ejército de soldados muy cabreados. Esta última es una oda al cine macarra del propio Hill que siempre incluye en sus películas una pelea sucia en un bar mugriento de borrachos, toda una escena patentada por el realizador californiano. Ya sólo por ambos instantes vale la pena el visionado de la cinta. Amén de su notable trabajo de fotografía y ambientación. Basta ver esos poblados encharcados y sucios que remiten irremediablemente al más puro oeste, y las apariciones constantes de sanguijuelas dispuestas a ser pasto de las balas de Bill Hickok.

«Voy a ir a ensillar mi caballo y coger mi rifle, si cuando vuelva veo a alguno de vosotros, hijos de puta, os mataré» (Wild Bill)

En resumidas cuentas.
Termino ya esta crítica de Wild Bill, para los que hayan visto la descarnada y muy recomendable serie DeadWood (producida por el propio Walter Hill) será una condensación de parte de aquella en apenas 100 minutos. Quizás esa sea su mejor definición. Dictamen que es al mismo tiempo cierto e injusto, puesto que esta cinta tiene la suficiente personalidad propia como para valerse por sí misma. Aunque, viendo la complejidad y extrema densidad de la historia que nos es narrada, al final se ve como lógico que una adaptación a la televisión hubiese sido el paso más acertado. No es la mejor muestra del talento de su director, pero vendría a estar en el segundo grupo, entre sus trabajos de notable.

Tráiler de Wild Bill

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