Grupo salvaje
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“Dispones de 30 días para matar a Pike o volver a Yuma. Tú eres mi Judas preferido, querido Thornton. ¡30 días para atrapar a Pike o 30 días para volver a Yuma! Aquí los quiero a todos cabeza abajo sobre la montura”. Sam Peckinpah dirige a William Holden con su cuadrilla de forajidos buscando un último atardecer en ‘Grupo salvaje’.

“Dime una cosa, Harrigan: ¿Qué se siente dirigiendo la caza legalizada del hombre?” (Thornton)
“Satisfacción” (Harrigan)

Crítica de Grupo salvaje

En la historia del cine existen un buen número de cineastas que llevaron consigo su nombre por delante de sus propias películas. Aquellos que su fama, y su “marca”, eran mayor de la que podían alcanzar a ser mientras ellos mismos vivieran sus propias obras. Sam Peckinpah, posiblemente, ejemplificaba como ninguno esa “maldición”. Encasillado en la violencia, los demás temas claves de sus películas quedaban tapados por ella. A Sam parecía que solo se le juzgaba por la cantidad de muertos, por la sangre derramada y por el inevitable aroma macho que poblaba sus obras… Pero, tras la vistosidad del rojo encendido de la hemoglobina que bañaban multitud de los fotogramas de su cine, había una serie de temáticas tan grandes como la vida. Una vida visualizada como pocos han alcanzado a plasmar en la gran pantalla.

Se nota en su filmografía que Sam Peckinpah era un hombre complicado y en perpetua guerra consigo mismo. Un tipo que parecía hablar por medio de los personajes de sus películas. Alguien para el que la vida real eran los films que rodaba. Mientras que lo que “vivía” fuera del cine era solo el entretiempo. En 1969, bajo el amparo de la Warner Bros, entregó la que era “solo” su cuarta película en ocho años de carrera en la gran pantalla. Y la que también suponía su cuarto western. Género al que ya no volvería más oficialmente de la misma manera tras la cinta que hoy nos ocupa: ‘Grupo salvaje’.

‘Grupo salvaje’ supuso el cierre del camino entre el viejo cine del oeste y el nuevo. Todo ello vino de la misma mano. De la de Sam Peckinpah. Y todo ello se gestó en el punto más bajo de su fama. Hablo del fiasco de ‘Mayor Dundee’ (1965), la obra que casi acaba con su carrera… sino hubiese sido por Charlton Heston. Peckinpah sobrevivió a ella y desde el fango se levantó. El realizador se puso nuevamente sus espuelas y se alzó camino a la inmortalidad.

Con ‘Grupo salvaje’ estamos ante uno de esos largometrajes que te atrapa de lleno desde el principio. Y eso sin hacer nada que agrade por parte de los personajes que ves en pantalla. A todos se los muestra con aristas. Individuos tal y como son y con sus propios códigos. Los vemos de la forma en que debían ser para llegar a viejos en el mundo en el que vivían. Así pues, el film no es para nada amable con el espectador. No lo quiere ser. Desde el minuto uno se anuncia como una obra tremendamente personal de su director. Y esto no se olvida en sus gloriosos 145 minutos.

El libreto de la película venía firmado por el propio Peckinpah en colaboración con, el por aquel entonces novato escribano, Walon Green. A los escritos de ambos se les sumarían las aportaciones de Roy N. Sickner, especialista de acción. El grueso de la historia no puede ser más peckinpaniano: Unos hombres renegados a los que el progreso parece estar dejando atrás ven como los grandes golpes que daban antes, y les servían para vivir, ahora ya no salen como planean. Además, la vida que conocían está a punto de extinguirse. Y, por el camino, la difusa línea entre el bien y el mal, cada vez se hace más pequeña.

Quedan marcadas a fuego un buen número de escenas claves. Escenas que dicen muchísimo con una simpleza desgarradora. Entre ellas: el momento en que Pike ve como sus mejores años han pasado ya al no poder subir a su caballo, o la aparición del coche a combustión. Estos dos casos son perfectos ejemplos de lo que comentamos. También lo es el descomunal momento dramático en donde un encolerizado Ángel dispara a su antigua prometida, vendida totalmente al poder del general. Por no hablar de la ya directamente inenarrable entrada a la fortaleza de Mapache por parte de los cuatro jinetes dispuestos a un último baile. Todos estos instantes son, directa y llanamente, historia del cine. Y, como tales, así los debe sentir tanto el espectador veterano como aquel que llega al film por primera vez.

Redondean el conjunto las bellas y muy mejicanas sonatas a cargo de Jerry Fielding. Y la árida fotografía del habitual del director, Lucien Ballard, plasmando en glorioso slow-motion una violencia claramente revolucionaria en su momento. Una violencia que sirvió como escuela de cine para muchos directores futuros.

En cuanto al elenco, hay que decir que, como la ocasión lo merecía, Sam se rodeó de viejos conocidos y de dos iconos ya ajados del género. Entre los antiguos compinches reclutó a: Strother Martin, Ben Johnson, Warren Oates, L.Q. Jones. Los cuatro en diferentes lados de la ley. Martin como un viejo con su inevitable risa y sus buenas sentencias sobre la vejez. Ben Johnson y Warren Oates como dos hermanos que pierden el culo por las mujeres, pero que responden cuando toca sacar las armas. Y L.Q. Jones dando vida a uno de los zarrapastrosos contratado por el ferrocarril para dar caza al “grupo salvaje”.

Los viejos iconos del género irían a parar a las manos de los durísimos William Holden y Robert Ryan. Aquí son dos antiguos socios que vieron separaron sus caminos cuando uno de los dos fue atrapado por los agentes del ferrocarril… al mismo tiempo que el otro huía. Holden es Pike Bishop, todo un jefe. Un tipo recto de principios inquebrantables y que tiene su propia visión del bien y el mal. La manera en la que Holden llena la escena cada vez que está en ella es inigualable. Menos brillante es el rol que carga consigo Ryan. Me refiero a Thornton, un pistolero con código de honor que lleva a su lado a tipos incompetentes y con una tremebunda losa a sus espaldas: una condena a muerte en Yuma si no da caza a su antiguo socio.

Redondeando el cast están las simpares aportaciones de Ernest Borgnine, Emilio Fernandez y un fugaz Albert Dekker. El primero encarna a Dutch, el dentudo segundo de a bordo de Pike. Genial caracterización clásica de la galería de este sensacional actor de carácter. En pantalla comparte buenos minutos con Jaime Sanchez (Ángel), el único mexicano del grupo. Por su parte, Emilio Fernández es Mapache, un tarugo al que siguen sus soldados como borregos, mientras él se apoltrona en su sillón a llenarse la barriga de vino y comida. Y todo esto siempre bien rodeado de mujeres. Por último, Dekker es Harrigan, el más despreciable de todos. Un tipo que mata amparado por la ley a inocentes y culpables a partes iguales… Semejante elenco daba, y de sobra, para armar el grupo salvaje del título.

“Vámonos” (Pike)

En resumidas cuentas.
Acabo esta crítica de Grupo salvaje, una obra de esas que, como las elegidas, supo llegar en el momento y lugar oportuno. Marcada con total justicia como una las más grandes aportaciones al western, vino a cerrar la época del renacimiento del mismo desde el prisma europeo con el auge del spaghetti western. Prácticamente todas las demás grandes obras después de esta quedarían en manos de Clint Eastwood.

Tráiler de Grupo salvaje

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