Sansón y Dalila
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La Biblia ha sido siempre una fuente inagotable de relatos a lo largo de la historia del cine. Y si hay uno que todos recordamos especialmente es la tragedia de ‘Sansón y Dalila’. La recordamos quizás porque reúne una serie de elementos que se combinan perfectamente para ofrecer una aventura memorable. Con esta gran producción, dirigida por Cecil B. DeMille, retrocederemos una vez más en el tiempo hasta la época dorada del cine.

«Tus brazos fueron arenas movedizas, tus besos mortales. El nombre de Dalila se maldecirá por siempre en labios del hombre» (Sansón)

Crítica de Sansón y Dalila

Los años cuarenta estuvieron marcados por la guerra, pero también significaron el resurgimiento del cine como espectáculo de masas. Lo que frecuentemente se suele calificar como cine de cartón piedra no fue otra cosa que un intento de llevar al público a las salas de cine. Una estrategia que, sin duda, cuenta con su mayor exponente en Ben-Hur(William Wyler, 1959). Pero en lo que a ‘Sansón y Dalila’ se refiere, estamos ante la primera película que aprovechó el Technicolor para narrar una historia épica y religiosa. Obviamente había un director ideal para encargarse de un proyecto como este: el veterano Cecil B. DeMille. Cierto es que la mayor parte de su filmografía está compuesta por películas mudas, pero siempre fue un director que gustaba de emplear enormes cantidades de extras y no escatimaba en gastos para convertir sus films en un espectáculo que el público no pudiera olvidar.

Y Cecil B. DeMille fue fiel a sus principios. Así pues, encargó más trabajo que nunca a los carpinteros, a los sastres y al equipo técnico. El resultado es una producción espectacular con una enorme cantidad de elementos en escena, con gran variedad de vestuarios y ricas decoraciones, con más edificios y templos que en ninguna otra película suya anterior. En resumen, un espectáculo visual que aprovechaba las ventajas del Technicolor gracias a la fotografía de George Barnes. Quizás ahora pensemos que no había para tanto. Sin embargo, en aquellos años, donde el ciudadano medio norteamericano iba a la iglesia cada domingo, ver en movimiento y en color los relatos que escuchaba en el sermón dominical debió ser toda una sensación. Precisamente es en esta suntuosidad y glamour donde radica la grandeza de esta película.

El guión escrito por Lasky y Frank se centra en el aspecto más romántico de la historia y suaviza en extremo a Sansón y Dalila, dando un giro radical al relato bíblico original. No encontramos a un Sansón tiránico y a una Dalila dominada por la codicia, sino que ambos personajes son dibujados con extrema nobleza y virtuosismo. En otras palabras, lo que debería haber sido un retrato sobre la lascivia y la codicia humanas termina convertido en una historia sobre la traición y el arrepentimiento.

La trama se potencia mediante unas líneas de diálogo que navegan entre la poesía y la metáfora. De esta forma, se dota a la película de ese inconfundible tono bíblico. Quizás el mayor acierto del libreto sea ir más allá de la mística que rodea al relato bíblico para profundizar en la figura de Sansón como hombre, con sus virtudes y defectos, pero también mostrando una evolución más racional del personaje a lo largo de la trama. Una trama que termina con un Sansón vulnerable que se da cuenta de que ha traicionado a Dios.

Para encarnar a Sansón era necesario un actor de físico trabajado y el primero en quien se pensó fue en Burt Lancaster. No obstante, unos problemas de espalda le apartaron del proyecto. Finalmente, el escogido fue Victor Mature, quien posteriormente se ganaría el desprecio de DeMille al negarse a realizar la escena de la lucha con el león, un pobre animal que no tenía garras ni dientes. En cualquier caso, con esta película y otras como La túnica sagrada (Henry Koster, 1953), Mature se adentró en el género del peplum, a pesar de que como actor dejaba mucho que desear. Basta recordar ese viaje a España, en pleno franquismo, cuando los actores eran vistos como vagos y le negaron el acceso a un restaurante. A Mature le bastó sacar un compendio de críticas para demostrar que no era actor. Como suena.

Para interpretar a Dalila, la bella mujer que seduce y traiciona a Sansón, tenemos a Hedy Lamarr. Obviamente era una mujer guapísima con un glamour natural que le iba de perlas a la película, pero tampoco podemos decir que fuera la quintaesencia de la interpretación. En realidad, si echáramos un vistazo a su vida, comprobaríamos que su faceta como actriz fue muy menor. Y claro, cuando observamos a Mature y Lamarr juntos, abrazados en pleno frenesí, notamos que algo no funciona. Demasiada belleza, demasiado glamour, demasiado artificio para una historia que se nos antoja trágica. No obstante, el resultado es aceptable porque, como hemos comentado anteriormente, todo se sustenta sobre un fastuoso espectáculo de color.

Por cierto, no podemos dejar de comentar la presencia de unos buenos secundarios. Si bien están un poco desaprovechados, dejan muestras inequívocas de su talento. Por un lado, Angela Lansbury que acababa de rodar Los tres mosqueteros (George Sidney, 1948) junto a Gene Kelly. Y, por el otro, un experimentado George Sanders, al que probablemente muchos recordéis por su papel en Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940), y cuyo mayor éxito fue el Oscar que ganó por su trabajo en Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950). También curiosa la aparición de un jovencísimo Russ Tamblyn, el inolvidable Riff de West Side Story (Jerome Robbins y Robert Wise, 1961).

En resumidas cuentas, al final lo que queda es una superproducción diseñada para entretener al público. Una historia épica y romántica donde la moraleja que extraemos es que la fuerza del amor y el remordimiento son más fuertes que cualquier otra cosa. Un alegato cristiano que condena claramente la avaricia y la lujuria… pero que, al mismo tiempo, nos invita a reconciliarnos con ese dios que aprieta pero no ahoga. Un dios que siempre está presente para ayudar a su rebaño, aunque su ayuda venga acompañada del sacrificio de la oveja descarriada.

Conclusión.
Termino esta crítica de Sansón y Dalila, cuando hablamos de entretenimiento no es sencillo despachar esta película. No me cabe duda de que si lo que se busca es una historia épica, de gran riqueza visual y fastuosos vestuarios, entonces es una buena elección. Si por el contrario buscamos el lado más trágico y humano de la historia estamos ante una película que se queda corta. A fin de cuentas, la elección de Victor Mature y Hedy Lamarr fue toda una declaración de intenciones. Con ellos se apostó por el romanticismo y el glamour. Sin duda, hablamos de un film que es hijo de su tiempo, tanto en contexto como en forma y, como tal, debe entenderse. Finalmente, me permito recomendar que, al menos, le deis una oportunidad.

Tráiler de Sansón y Dalila

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