Crank: Veneno en la sangre
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A veces nos topamos con una de esas películas que tras verla sientes la irrefrenable necesidad de ojear tu refresco por si alguien le ha echado algo. No hablo de comedias descacharrantes como ‘Hot Shots’ ni de producciones baratas que buscan el chiste fácil. Me refiero a algo absurdo y extremadamente acelerado. Algo que te deja en el asiento como si te hubieran dado una paliza. Y sin duda con ‘Crank: Veneno en la sangre’ estamos ante una de esas películas… ¡A correr!

«Es por la estimulación del riego sanguíneo. Tienes el esfínter urinario como un nudo, no podrías mear ni aunque en ello te fuera la vida!» (Doc)

Crítica de Crank: Veneno en la sangre

Mark Neveldine y Brian Taylor, dos jóvenes publicistas, dieron el salto a la gran pantalla con esta película. Ambos se encargaron de escribirla y dirigirla. La premisa argumental es tan simple que se resume en una sola frase: un tío es envenenado y no puede parar de correr o muere. Ante semejante alarde de creatividad uno se pregunta de dónde sacaron la idea. La respuesta nos la dan sin tapujos ellos mismos: «Con ‘Crank’ queríamos hacer una película en la que el prota se moviera, se moviera, se moviera todo el tiempo. Es como ‘Speed’, sólo que en lugar de un autobús, es un tío. Y si se para, explota”.

Por si acaso alguien no conoce la película Speed: Máxima potencia(Jan de Vont, 1994), recordaremos que fue interpretada por Keanu Reeves y Sandra Bullock. En ella un autocar iba a todo trapo por calles y autovías porque si se detenía o disminuía de velocidad estallaba con todos sus pasajeros dentro. Y en efecto, la única diferencia con la que nos ocupa es que Chev Chelios tiene piernas en vez de neumáticos. Pero si queremos encontrar la fuente original de la que bebe esta trama, hemos de remontarnos a 1950 y a un film noir dirigido por Rudolph Maté titulado ‘D.O.A’, una cinta que nos mostraba a un hombre en busca de los villanos que le habían envenenado.

Estos dos directores noveles deberían sonaros. Los dos también trabajaron con el famoso Gerard Butler en Gamer’ (2009) y con Nicolas Cage en Ghost Rider: Espíritu de venganza (2011). También tienen la costumbre de rodar, dirigir e incluso encargarse de la iluminación. Pues bien, el estilo acelerado de Neveldine y Taylor se adapta perfectamente a lo que querían conseguir. Con un montaje alocado y un enlace de escenas realmente descontrolado consiguen que el título de la película sea más que apropiado.

Resalto lo anterior porque «crank» es el nombre que se da a la metanfetamina. Hablamos de una droga que actúa estimulando el sistema nervioso e incrementando el ritmo cardíaco. Como todas las drogas, en exceso, provoca episodios de violencia que pueden derivar en una conducta agresiva. En nuestro caso el efecto es similar, ver tal cantidad de elementos nos acaba saturando, hace que nos revolvamos en la silla con nerviosismo porque no nos deja ni un segundo para asimilar lo que estamos viendo. Hay violencia desenfrenada, acción a raudales, comedia e incluso momentos dramáticos. Pero todo mezclado de una forma tan apresurada (el propio Neveldine rodó algunas escenas patinando y cámara en mano) que acaba dejando un poso agridulce difícil de digerir para más de uno.

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Para un proyecto como este se buscó contar con un tipo de actor muy concreto. Según palabras de Brian Taylor: «Repasamos innumerables actores norteamericanos intentando encontrar a alguien que tuviera esa especie de rudeza creíble de aquellos intérpretes idolatrados de los años 70, de los Steve McQueen y los Roy Scheider”. Y el elegido fue Jason Statham. Aunque diste mucho de parecerse ni en la sombra a nombres como McQueen o Scheider, es capaz de ofrecer un buen rendimiento cuando de lo que se trata es de repartir cera con un toque de humor y sarcasmo duro.

El Chev Chelios de Statham quizás sea el único acierto de esta descabellada película. Y es que Statham consigue dotar al personaje de esa ambigüedad típica en los canallas que protagonizaban las películas ochenteras. Le vemos esnifar coca en el suelo y hacer un montón de animaladas propias de un antihéroe que se precie. No es un gran actor pero la interpretación es lo que menos cuenta y si algo se nota es que lo pasó pipa… Eso sí, corre y reparte leches que da gusto durante la casi hora y media que dura la película.

Acompañándole en la aventura tenemos a Amy Smart, una actriz de tercera fila. Justificar su presencia es sencillo: a alguien se ha de tirar Chelios para subir la adrenalina. Y es que las dos apariciones estelares de Smart en la película se limitan a una felación en el coche y a un salvaje polvo en pleno mercado. No es raro teniendo en cuenta que la trama o los personajes son lo de menos. Lo único importante es correr como condenados y hacernos correr a nosotros con ellos. Y hablando de eso, el causante de la alocada carrera de Chelios es Ricky Verona, un mafiosillo hispano al que interpreta José Pablo Cantillo, otro actor primerizo y poco relevante. Tampoco hay que objetar nada a su trabajo. Es otra marioneta más en un espectáculo fuera de control.

Afortunadamente Chelios cuenta con dos apoyos. El primero es Kaylo, al que da vida Efren Ramirez, un joven actor que aquí se encarga de ayudarle a rastrear a sus enemigos. Y el segundo es Doc Miles, un médico que le va asesorando por teléfono y que es interpretado por Dwight Yoakam, un cantante y actor reconocido que ha despachado trabajos muy dignos en películas como La habitación del pánico’ (David Fincher, 2002) o ‘Los tres entierros de Melquiades Estrada’ (Tommy Lee Jones, 2005). Algo que sugiere una pregunta obvia: ¿Qué hacía participando en este circo? Como fondo encontramos a un montón de matones, facinerosos y delincuentes de medio pelo a los que Chelios deberá apalizar para abrirse paso entre la chusma.

Neveldine y Taylor no dudan en emplear recursos más propios de la publicidad que del cine, como por ejemplo ciertas imágenes que se intercalan entre los diálogos con vete a saber qué finalidad. Y también hay que advertir de su violencia explícita y racista, así como el aire políticamente incorrecto que impregna los diálogo. Todo eso puede ofender a ciertos sectores, sobre todo a aquellos que creen que las películas de acción también son aptas para los niños. Si nos ponemos a buscar una analogía esta cinta va más en la línea de Jackass’ que en el de las típicas películas de acción que todos conocemos. Estamos ante un film cuya trama sería más propia de un videojuego: una historia poco plausible y un empleo de las físicas absolutamente delirante. La diferencia es que aquí en vez de avatares usamos personas de carne y hueso.

La verdad es que los créditos de entrada, al más puro estilo arcade, con el tema ‘Metal Health’ sonando de fondo a todo trapo, nos deja muy claro lo que vamos a ver. Y es que la música que baña esta película se adapta perfectamente al ritmo acelerado que se pretende imponer. Canciones de rock metalero, temas de rap y poco más. Eso sí, con la típica estridencia de los ochenta. Puede que alguien piense que la película fue un desastre en taquilla, pero la verdad es que tras haber contado con un presupuesto de 12 millones de dólares, la recaudación global que se llevó fue de unos 42 millones. Más que suficiente para contentar a los productores y anunciar que se iba a rodar una segunda entrega. Pero esa ya es otra historia.

Conclusión.
Como he dicho en la introducción de esta crítica de Crank: Veneno en la sangre, cuando acabé de verla me quedé inmóvil en el sofá. No acababa de «entender» lo que había visto. Pero cuando haces balance te das cuenta de que, tras todo este cúmulo de despropósitos y descontrol, no se esconde ninguna pretensión malsana. Es innegable la influencia de los videojuegos y sus sonidos estridentes y, sin duda, la ración de humor barriobajero es otro ingrediente a tener muy en cuenta porque despierta alguna que otra sonrisa. La verdad es que la película, pese a la saturación extrema a la que nos somete, puede ser entretenida para una buena parte del público. Sobre todo aquellos que disfrutan con las productos ultraviolentos y de alto octanaje.

Tráiler de Crank: Veneno en la sangre

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