Un botín de 500.000 dólares
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“Yo no quiero tu reloj. Lo que quiero es tu amistad. Me caes bien. Eso es todo. Creí que llegaríamos a ser amigos. Nos avenimos. Tú estás de vuelta de todo, ¿verdad? Sentirse joven es ser joven”. Por separado sólo son dos hombres a los que el progreso dejó atrás. Pero juntos aspiran a metas muy grandes. La carretera delante, el cielo como límite y la recompensa a sus esfuerzos será ‘Un botín de 500.000 dólares’.

“A veces, cuando no hay nada que hacer, lo mejor es seguir adelante” (Thunderbolt)

Crítica de Un botín de 500.000 dólares

Michael Cimino era poco menos que un don nadie cuando Clint Eastwood, visiblemente impresionado por su trabajo de comprensión argumental en Harry el fuerte (Ted Post, 1973), le pidió que escribiera algo que pudieran hacer juntos. Ese mismo año, durante los meses de julio y septiembre, se rodó ‘Un botín de 500.000 dólares’. Lo hizo a una velocidad ciertamente inusual en el mundo del cine. Y fue gracias a una serie de factores diferenciales. Factores que no siempre van de la mano que une arte y negocio cuando hablamos del séptimo arte…

De un lado, existía la mediación y fe de Clint en el material escrito por Cimino. Tanto que él mismo se involucró en la producción con su sello, Malpaso. A esto se le sumó la inversión de United Artist. El estudio puso cerca de dos millones de dólares para rodarla y además lograrían un contrato con Eastwood para dos películas más, pero nunca se llegaron a rodar… Y, finalmente, se sumó el brazo fuerte de MGM para la distribución mundial en cines y posteriores derechos para televisión y formato físico.

La película tuvo su rodaje en Montana en el ya citado verano del 73. Posteriormente se estrenaría en EEUU el 24 de mayo de 1974. La idea principal venía, según fuentes del propio Cimino, del film de aventuras ‘Orgullo de raza’ (Douglas Sirk, 1955). De esta cinta, los protagonistas toman los nombres y el tono viajero. La base en la que Cimino se asentó fue el formato road-movie: dos buscavidas recorriendo América en busca de grandes oportunidades, a costa del menor esfuerzo posible. Por el camino verán como el país que conocían se van diluyendo en favor de lo que llaman “el progreso”. Aquí un hombre solo comienza a tener muy difícil vivir su propia vida por su cuenta y fuera del sistema. Todos estos ecos son parte fundamental del cine de Cimino… y estaban en cierta sintonía con el individualismo que hacia valer Eastwood como estrella.

Además del subgénero de películas de carretera, en su segundo y tercer tramo el film se adentra en el de las películas de robos imposibles, en clara contraposición a los sueños y anhelos de sus personajes. Tipos que van a una y que no han nacido para formar parte de un colectivo, sino como almas libres. Individuos que buscan con el menor esfuerzo físico posible vivir lo mejor que puedan.

En las “dos películas” en las que se divide el film cumple notablemente. Siendo no solo un largometraje que se queda grabado en la retina, sino también una experiencia vital que te hace valorar aún más el cine en su máxima expresión. Una especie de ventana para vivir otras vidas sin levantarte del sillón de tu casa… Redondean el evento la excelsa fotografía en los incomparables paisajes de Montana a cargo del maestro Frank Stanley. Y la no menos excepcional, y evocadora, música desde la batuta de Dee Barton con el añadido de la canción original a cargo de Paul Williams, “Where Do I Go From Here”.

Siguiendo con el reparto de la cinta tenemos a Clint Eastwood (Thuderbolt) en un papel que fue escrito expresamente con él en mente. Acompañándole estaba el muy pujante, por aquellos años, Jeff Bridges. Su opción se presentó toda vez que la película entró en producción. Y su entusiasta labor sería premiada con una nominación al Oscar de 1975. Por aquella época, Bridges buscaba deliberadamente papeles coprotagonistas al lado de actores más veteranos que fueran ellos los que llevaran el peso del relato. Así lograría destacar, con total justicia, junto a Clint. Juntos forman un sensacional binomio. Ambos en permanente lucha contra Red Leary, el gigante al que da vida George Kennedy. Este último entrega un papel de los que uno no olvida. Un tipo de pocas luces que soluciona todo con la violencia siempre que tiene ocasión. Intenta así minimizar sus nulas capacidades intelectuales y mentales.

Tanto la labor de Bridges como la de Eastwood son interpretaciones con la que es imposible no sentirse identificado. Mientras que Kennedy queda siempre como el reverso de ambos. Un sujeto que cree que la vida le debe algo y lo va tomar desde que tenga ocasión, por las buenas o por las malas. Sin duda, resulta muy fácil empatizar con los dos protagonistas. Seguro que en varios momentos de nuestra propia existencia nos habremos sentido como uno u otro de los personajes a los que dan vida. Los actores llenan totalmente las botas de ambos personajes con suma grandeza y una aparente sencillez que no debe desmerecer para nada su excelente labor. Se hace más bella la historia de ambos cuando uno descubre que la base de la interpretación de Bridges, según indicaciones de Cimino, era hacer reír a toda costa a Eastwood en escena.

Completando el reparto encontramos al siempre genial Geoffrey Lewis como Goody, un chofer siempre empequeñecido por su compañero de armas, el ya citado Red/Kennedy. También está Catherine Bach en el fugaz rol de Melody, una de las amigas de Lightfoot. Rol que citamos más por la fama posterior de la actriz, en la Serie B, que por su trascendencia en el film, la cual es mínima. Otro que si pestañeas te lo pierdes es Gary Busey mucho más comedido de lo habitual. Busey entrega uno de sus primeros papeles en cines como Curly, un albañil que se queja de que su cuñado no lo tiene en cuenta para nada.

Por último, inenarrable aparición para Bill McKinney en un alocado personaje que bien podría ser precursor de los loquísimos amantes de la velocidad y gasolina de la saga Mad Max. Y para el final dejamos al hijo mayor de Clint, Kyle Eastwood, que da vida a uno de los niños en las escenas de fuera del colegio. Como genial curiosidad, apuntar que Kyle cobró por su papel lo mismo que el resto de extras… y que el helado que recibe de parte de su padre no formaba parte de su paga. Aún con todo podremos ver en pantalla como su padre se lo roba al heladero y se lo entrega a su hijo sin que esto tenga ningún sentido argumental.

“Las pelirrojas traen mala suerte” (Lightfoot)

En resumidas cuentas.
Termino esta crítica de Un botín de 500.000 dólares, una gran primera película que posibilitó una carrera en el cine para el luego imprescindible cineasta setentero Michael Cimino. Estamos ante una de las películas de Eastwood que más merecen ser rescatadas. Sensacionales interpretaciones y sencilla pero gran historia con destacados paisajes naturales. En definitiva, uno de esos divertimentos que siempre apetece ver.

Tráiler de Un botín de 500.000 dólares

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