Street Fighter: La última batalla
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En la última batalla las fuerzas de la libertad se enfrentan a un dictador sediento de poder en una lucha por el destino del mundo. El vencedor se lo lleva todo. Jean-Claude Van Damme es el Coronel William F. Guile y Raul Julia es el General M. Bison. Ambos están en guerra desde tiempos inmemoriales en ‘Street Fighter: La última batalla’.

“Todo aquel que se enfrente a mi será destruido” (Bison)

Crítica de Street Fighter: La última batalla

Desde la perspectiva de un chico de apenas doce años, en el momento de verla, nunca entendí la tremebunda furia con la que fue recibida ‘Street Fighter: la última batalla’. Sí, tiene fallos. Sí, no es perfecta ni aspira a serlo. Sin embargo, no es ni de lejos una de las peores películas de la historia, y ni mucho menos una de las peores adaptaciones de videojuegos famosos a la gran pantalla. Simple y llanamente es la versión en carne y hueso al estilo cartoon (y en clara clave occidental) de un videojuego de luchas y machaca-botones. Un videojuego que, en su momento, fue un boom histórico de las recreativas y consolas de 8 y 16 bits. Ni más ni menos. Así por lo menos lo entendí yo desde que la vi por primera vez. Eso me hizo disfrutar como un enano de cada visionado.

Varios años después estrenaron ‘Street Fighter: La leyenda de Chun-Li’ (Andrzej Bartkowiak, 2009), una “secuela” que debía de llegar para mejorar y extender los mundos expuestos en ‘La última batalla’. Increíblemente ese film acabó por convertirse en una producción que casi elevaba a la cinta de 1994 a la categoría de obra maestra a su lado.

La dirección de ‘Street Fighter’ corrió a cargo del reputado guionista de acción Steven E. De Souza. Esta fue su gran y única oportunidad como director de cine. De Souza también se ocupó del guión. Un script que, por obligaciones contractuales con Capcom, debía incluir a todos los personajes del videojuego para luego extender el merchandising. El presupuesto asignado fue de 35 millones de dólares, de los cuales doce fueron a parar a los dos protagonistas de la función: 8 para Jean-Claude Van Damme y 4 para Raúl Julia (1940-1994).

El caso de Raúl Julia merece destacarse especialmente, pues ya antes de empezar a filmar fue diagnosticado como terminal debido al severo cáncer de estómago que padecía. Al poco de finalizar el rodaje moriría (24 de octubre de 1994) sin poder ver terminada la película. Debido a este duro contratiempo, sus escenas fueron las primeras en rodarse. Esto ya empezó por alterar el rodaje aumentando el caos al que se enfrentó la producción.

Respecto al caos al que me acabo de referir cabe recordar que los decorados en Tailandia fueron dañados por la mala planificación y tuvieron que ser rehechos. Al mismo tiempo, al poco de llegar a Tailandia, el comportamiento de JCVD empezó a tornarse totalmente inesperado. Años más tarde, unas incendiarias declaraciones de un Steven De Souza venido claramente a menos ahondarían en Van Damme. El director y guionista declararía que la culpa de todo lo malo del film no fue suya, sino de los ejecutivos y de Van Damme. A este último lo acusó de un desproporcionado consumo de cocaína, que la producción intento atajar poniendo vigilancia a Van Damme y trayendo a su, por entonces esposa, Darcy La Pier. Sin embargo, esta llegada se volvió en su contra, ya que Van Damme acabaría por descontrolarse aún más.

Capcom y Universal no quisieron aumentar el calendario de rodaje cuando De Souza pidió que fuera ampliado. De Souza alegaba falta de tiempo provocado por las incidencias meteorológicas que destruyeron parte de los decorados, incluidos los exteriores de la fortaleza de Bison. El calendario de rodaje estaba sobrepasado, había una colección de actores/personajes que debían aparecer simultáneamente en pantalla y una estrella protagonista en rebeldía. Todo eso y más llevó a De Souza a eliminar casi la mitad del guión escrito y anticipar la confrontación final sin muchas más explicaciones y de forma abrupta. Por increíble que parezca, esto le da al film un aire desenfrenado sin apenas tiempos muertos y de consumo rápido. Este desenfreno juega a favor de su visionado en formato doméstico, pero claramente resultó desfavorable en su salida a cines.

La ambientación y la música no están nada mal, ni mucho menos tan mal como las pintaron. Algunos de los sets del juego se recrean aquí en forma de sedes de combates con un cartón-piedra que tiene su toque. Incluso se añade el mando machaca-botones de las recreativas en la consola de la nave de Bison, un guiño realmente muy guapo por parte de De Souza. Por su parte, la música de Graeme Revell es lo suficientemente trepidante como para que acompañe a las imágenes de forma acertada. Además, y como indiqué unos párrafos más arriba, el ritmo de la cinta apenas deja un respiro para pensar en las numerosas incongruencias de guión y del imposible plan de Bison para dominar el mundo.

Detalle a tener en cuenta es que este film fue calificado apto para mayores de 13 años, siendo la primera película de Van Damme en recibir dicha calificación. Por ello no busquen sesudas explicaciones de nada porque desde el minuto uno el film no se toma en serio a sí mismo. Simplemente los malos son muy malos y los buenos acuden al rescate en pos de la libertad y con grandes dosis de flipamiento.

Respecto a los actores y sus personajes decir que en líneas generales cumplen al estilo brocha gorda. Además ciertamente están bien elegidos y caracterizados, salvando las distancias con el videojuego y algunas muy dolorosas excepciones. Me refiero concretamente a Wes Studi como Sagat y a Robert Mammone como Blanka. Ambos quedan relegados como auténticos convidados de piedra. El Sagat de los videojuegos era un descomunal luchador de muay-thai y el de aquí es poco menos que un mindundi con parche en el ojo. Por si fuera poco, Bison lo trolea de forma épica entregándole un maletín de “Bison-Dólares” que no valen más que el papel en el que están impresos. Por su parte, el Blanka de la película es pura carne de meme y ni siquiera tiene un momento de lucimiento en forma de combate. De lejos estos son los personajes peor representados.

De parte de los villanos destaca la genial pose de dictador encantado de conocerse que adopta Raúl Julia como Bison. Tampoco están mal Andrew Bryniarski como Zangief o Miguel Angel Núñez Jr como Dee Jay. Los dos viven a la sombra de Bison, al igual que el secuestrado doctor Dhalsim al que encarna Roshan Seth.

El equipo de los buenos es el más numeroso. Primero tenemos al trío de “periodistas” interpretado por Ming-Na Wen como Chun-Li, Grand L. Bush como Balrog y Peter Navy Tuiasosopo como Honda. También están los buscavidas de Ken y Ryu encarnados por Damian Chapa y Byron Mann. Por supuesto, las fuerzas de la libertad están lideradas por Jean-Claude Van Damme que replica la patada especialidad de Guile. Al lado del astro belga se contrató como gran golpe de efecto a la cantante australiana Kylie Minogue que encarna a Cammy. ¡Ah! imposible no olvidar, por la parte que nos toca, la representación patria del luchador/torero Vega con Jay Tavare dándole vida. Lamentablemente este mítico personaje pasa con más pena que gloria.

“Navegaré río arriba y patearé el culo de ese hijo de puta de Bison con tal fuerza que hasta el próximo aspirante a Bison lo va a sentir. Bien, ¿Quién quiere irse a casa y quién quiere venir conmigo?” (Guile)

En resumidas cuentas.
Termino esta crítica de Street Fighter: La última batalla, una adaptación en carne y hueso de un juego de lucha legendario. Sus mejores bazas son su ritmo non-stop y su humor blanco y simple. A pesar de que contaba con historias y base para llegar más alto, no es ni mucho menos una cinta horrenda (o de las peores de la historia) como muchos fans y críticos se han encargado de propagar durante años.

Tráiler de Street Fighter: La última batalla

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