Pactar con el diablo
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“Te daré información de primera mano acerca de Dios. A Dios le gusta observar. Es un bromista. Piénsalo. Dota al hombre de instintos. ¿Y qué hace luego? Os utiliza para pasárselo en grande. Para reírse de vosotros al ver como quebrantáis las reglas. Él dispone las reglas y el tablero. Y es un auténtico tramposo. Mira, pero no toques. Toca, pero no pruebes. Prueba, pero no saborees. ¡Es el peor casero del mundo! ¿Y adoráis eso? ¡NUNCA!”. Al Pacino y Keanu Reeves se venden al maligno en ‘Pactar con el diablo’.

“Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo, ¿verdad?” (Kevin Loomax)

Crítica de Pactar con el diablo

Tres de los mejores actores de la edad dorada del séptimo arte decidieron divertirse, más tarde que temprano, afrontando en diferentes films la oportunidad de abrazar el lado más oscuro. Para ello dieron vida a personajes con una “procedencia muy cercana” en un lapso de tiempo de una década. Me refiero a Robert De Niro en El corazón del Ángel (Alan Parker, 1987), Jack Nicholson en ‘Las brujas de Eastwick’ (George Miller, 1987) y Al Pacino en ‘Pactar con el diablo’ (Taylor Hackford, 1997). Para todos aquellos que hayan visto las tres cintas, no hace falta comentar mucho más acerca del personaje interpretado. Para los que no, será mejor que dejen de leer, sí no se han enterado ya de las similitudes…

La comparación anterior viene por ese particular duelo que se creó entre los tres intérpretes. El público, además, debería elegir quien lució mejor. Y, por su parte, los tres actores se lo pasaron en grande en pantalla lanzados en busca de la inmortalidad… Personalmente, me quedo con De Niro como el más fascinante de todos ellos y, de lejos, el más comedido. La lucha por ver quien desencajaba más la mandíbula y ardía en llamas de cólera quedaría, sin duda, entre Nicholson y Pacino. Aunque con la ventaja de que el segundo tiene más cancha para jugar seriamente con su rol que el primero. A la versión de Nicholson le gusta mucho agitar el rabo, pero no deja de ser un muñeco en manos de tres mujeres.

‘Pactar con el diablo’ se convirtió en realidad gracias a la reducción de caché de Keanu Reeves para que pudiera ser contratado su rival en pantalla, el gigantesco Al Pacino. Reeves logró así imponerse a otros actores en la carrera por su papel del imparable abogado defensor Kevin Loomax. Y el film se pudo rodar dentro de unos parámetros con vistas a ser rentable. Por su parte, el director Taylor Hackford venía de un éxito de crítica y, parcialmente, de público con ‘Eclipse total’ (1995). Finalmente, la Warner Bros puso sobre la mesa un total de 60 millones de dólares para la producción. Al final se llevó a sus arcas más de 150 millones mundiales en su paso por cines tras su estreno el 17 de octubre de 1997.

‘Pactar con el diablo’ es, ante todo, un (falso) thriller judicial. El film busca dar cancha a Pacino para que se lo pase en grande. Además se monta todo un tremendo tinglado alrededor de Reeves para desgracia de su esposa en la ficción. Esta última interpretada por una recién iniciada en la primera línea de Hollywood como era, en aquel momento, Charlize Theron… El film se mueve entre el suspense (poco), viendo como la propia Warner Bros hizo todo lo posible para destripar el gran secreto de su guión. También destaca la ambición, la crítica a las corporaciones y su parte de mordaz vuelta de tuerca al concepto del libre albedrio.

Taylor Hackford resuelve hábilmente las trampas que presenta el guión. Hablamos de un libreto firmado a cuatro manos por Jonathan Lemkin y Tony Gilroy desde la novela de Andrew Neiderman. Y decimos trampas porque algunas de las decisiones que presenta el script se pueden considerar cogidas con pinzas. Además, cuando este se rebela como una especie de castillo de naipes sin retorno opta casi por el reseteo. En ese momento pone en jaque todo lo visto por el espectador en una doble jugada que cada uno se tomará como quiera…

Atención a cómo el film saca todo el jugo posible a su fotografía obra de Andrzej Bartkowiak. Destacan las impresionantes vistas desde las alturas de Nueva York, especialmente desde el ático de Milton. Y, por supuesto, a como juega con el espectador callejeando por la gran manzana, y trazando un nada disimulado paralelismo entre lo terrenal y lo celestial, entre el subterráneo y las alturas… En el apartado musical destacar la partitura de James Newton-Howard. Ojo al número musical final a lo Frank Sinatra para Milton/Pacino que fue improvisando por el propio actor y gustó tanto que acabó quedándose en el montaje final.

En el aspecto puramente interpretativo contamos con el imprescindible Al Pacino y su John Milton, un tipo dentudo a medio camino entre el latín-lover imparable y el ambicioso hombre de negocios. Los numerosos idiomas que habla su personaje en el film, en versión original, hacen imprescindible su visionado en inglés. Sin duda, este personaje se cuela entre lo más desatado de la filmografía de este genio interpretativo.

Junto a Pacino encontramos a Keanu Reeves intentando salirse de sus habituales papeles controlados. En este film, y en varias ocasiones, no sabe muy bien cómo hacerlo.. No entrega Keanu una mala labor, ni mucho menos, pero sí que uno tiene la sensación de que está aquí más por las posibilidades taquilleras que presentaba la película que por ser la mejor elección de casting. Acerca de Charlize Theron comentar que, de largo, tiene el papel más complicado de todos. Su personaje es la que debe experimentar un mayor cambio desde que empieza el film y hasta su última escena. Theron logra entregar una buena interpretación, pero va quedando algo tapada. No ayuda que parte de su sufrimiento lo tengamos que intuir. Aun así se le entregan un par de secuencias hechas para que destaque.

En roles secundarios de peso hallaremos a Connie Nielsen (Christabella), Jeffrey Jones (Eddie Barzoon), Judith Ivey (Alice Loomax), Rubén Santiago-Hudson (Leamon) y Craig T. Nelson (Alexander Cullen). Ojo al rol de la primera como una de las manos derechas de Milton en el bufete… y también al último heredando para el film la torre Trump. Allí, su personaje (un importante empresario que puede que haya matado a su mujer a sangre fría) deberá recluirse para que Kevin lo defienda en un próximo juicio.

“La vanidad es mi pecado favorito” (John Milton)

En resumidas cuentas.
Termino esta crítica de Pactar con el diablo, una película que nos entrega a Al Pacino en su versión más desatada, devorando la sobreactuación y abrazándola con total convicción en un personaje digno de sobresalir en su galería de caricaturas al borde del estallido. Una cinta que presenta claramente la definición de descenso a los infiernos. Imperfecta en ritmo, lo cual no es ninguna sorpresa viendo su duración, pero muy disfrutable… sobre todo si uno es capaz de dejarse llevarse por su diabólico juego digno del mayor de los pecados capitales.

Tráiler de Pactar con el diablo

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