A la caza

Steve Burns es un agente de patrulla que, por su físico y edad, encaja dentro del patrón de una serie de victimas de bares de ambiente homosexual/sadomasoquista de Nueva York. Por su parte, el capitán Edelson está siendo presionado para que encuentre al asesino que suele usar un atuendo parecido al de un policía para cometer sus crímenes. Finalmente, Edelson asigna a Burns una misión encubierta en un submundo que desconoce y en donde solo ellos dos sabrán su verdadera identidad. (Cineycine).
“Sé que es una película controvertida. Lo sabía entonces y lo sé ahora. Pero es original. No sé parece a nada anterior. Y nunca he visto una película posterior que se la parezca. Tiene el poder de afectar a la gente a niveles profundos…”. William Friedkin presenta a Al Pacino desapareciendo en la noche y ‘A la caza’.
“¿Te gustaría desaparecer? ¿Ser un infiltrado?” (Capitán Edelson)
Crítica de A la caza
En 1979, William Friedkin aún estaba relamiéndose las heridas del fiasco de la mastodóntica ‘Carga maldita’ (Sorcerer, 1977). Por otro lado, Jerry Weintraub, un productor independiente, buscaba un director imprudente para adaptar los derechos de una novela que había comprado años atrás. La novela estaba basada en una serie de asesinatos reales en ambientes gais de NY. Pero, en palabras de Friedkin, se había quedado desfasada y no le interesaba. No obstante, había un fondo posible para ambientar un film de misterio. Friedkin se puso en contacto con Randy Jurgensen, experto agente encubierto de narcóticos y asesor en la materia. Jurgensen le relató que estuvo en mitad de una investigación parecida en ambientes homosexuales. Y aconsejó que la dirección del film debía derivar a la moda de locales de ambiente sadomasoquistas situados en los bajos de los barrios más decadentes de la ciudad.
Lorimar, el mítico sello ochentero de nivel medio-bajo, fue quien se hizo cargo de poner el dinero necesario para la película: unos 10 millones de dólares. El estudio contrataba a directores que venían de fracasar o se encontraban en puntos bajos de sus carreras. Si volvían a tener éxito, Lorimar ganaba. Y, si seguían fracasando, los directores ganaban igualmente porque se mantenían en activo mientras esperaban una nueva oportunidad. ‘A la caza’ era así vista, y a priori, un “win to win” de manual.
El film se rodó durante el verano de 1979 en Nueva York. La filmación tuvo lugar por entero en localizaciones reales y con una ingente cantidad de extras de la comunidad gay. Estos extras además eran asiduos de los bares donde tiene lugar la acción del film. El estreno tuvo lugar 15 de febrero de 1980 en EEUU con un ruido mediático tremebundo y cuando todavía no había estallado con dolorosa notoriedad el VIH. La mitad de la comunidad LGBT de la gran manzana (la más conservadora) atacó con virulencia el film durante su rodaje. Montaron piquetes y sabotearon tomas exteriores. Cuando vieron que no podían parar la producción actuaron con más saña… pero sin llegar a boicotear su estreno en cines. Los críticos rápidamente se adhirieron a esta corriente mediática.
El propio Al Pacino se vio metido en una persecución inesperada hacia su persona. El actor se veía obligado a dar explicaciones acerca de su postura sobre dicha comunidad y su opinión sobre los hechos expuestos en la película: “Este tipo de problemas no me gustan. Nunca he querido permanecer en el terreno político. No es para mí. Los aspectos sociopolíticos de la película que estoy haciendo nunca son lo principal para mí. Lo son la historia y el personaje…”. Mientras tanto, Friedkin disfrutaba del momento. Sabía que la cinta daría qué hablar y esa fue su intención al rodarla: transgredir. Por consiguiente, ‘A la caza’ era y es una película controvertida… pero también un film totalmente atrapante. Un largometraje que juega, sobre todo, con las identidades. Que va más allá del ambiente, del misterio y del quién es el asesino.
Resulta muy interesante como ‘A la caza’ lanza al espectador varias propuestas. Entre ellas estarían la teoría de los abusos de los padres hacia los hijos para que no sean algo que ellos no quieren o aspiraban para ellos. También muy bien hilado es el tema de las dobles identidades. Incluso de la impunidad según el lugar y el nicho hacia donde se proyecta la violencia. Y de la verdadera balanza entre el bien y el mal… Todo lo que propone Friedkin y el film no deben quedar tapados por su envoltorio. O por ver a Burns/Pacino atado desnudo boca abajo totalmente indefenso o esnifando popper y bailando poseído en un ambiente sudoroso, lleno de tipos semi-desnudos y con barra libre de vaselina.
Teniendo en cuenta lo anterior, la experiencia inmersiva que propone la película puede lucir claramente fuera de lugar al no ponerla en contexto, pero su fondo es mucho más interesante. Especialmente para Friedkin y para lo que buscaba y quería contar. Para intentar cuestionar quienes son todos en realidad. Qué de real hay en lo que ves a primera vista y en lo que esconde dentro esa misma persona si la dejaran ser realmente quién quiere ser. O jugar a ser quién le gustaría ser si nadie juzgara o si nadie supiera de dónde viene. Todo esto lo hace con un ejercicio de estilo apabullante. A nivel de dirección, fotografía y sonido, la propuesta contiene rasgos del mejor Friedkin. Nos transmite sus señas, filias y fobias. Camina por el borde, sugestiona y provoca hasta el límite.
Tremendo es el uso del sonido aquí. No solo en las memorables canciones de grupos de estética punk, sino también en la banda sonora (obra de Jack Nitszche) y en el ruido de las cadenas, llaves y botas de los protagonistas. Impresionante también es la fotografía de James A. Cobner. Junto a la dirección de Friedkin, logra instantes que respiran peligrosidad con elementos, a priori, architípicos. Inerrables son todas y cada una de las secuencias en el interior de los bares. Escenas rodadas con unos pocos actores y extras que realmente eran clientes asiduos. Por otra banda, resulta magistral también el cómo Friedkin va introduciendo al espectador, al mismo tiempo que Burns, en el ambiente a investigar. Queda como reflejo de eso misma la ejemplarizante y didáctica secuencia de la tienda acerca del uso de los pañuelos.
En el reparto, la película fue la primera o una de las primeras oportunidades delante de las cámaras para bastantes actores que luego harían carrera. Algunos en papeles de fondo o de una sola escena (como Powers Boothe). No vamos a enumerarlos a todos, so pena de hacer interminable esta reseña, pero sí que les invitamos a buscarlos por el metraje. El gran protagonista es Al Pacino encarando un rol que podría ser una mezcla de lo ya ofrecido en ‘Serpico’ (Sidney Lumet, 1973) y ‘Tarde de perros’ (Sidney Lumet, 1975). Hace de Steve Burns, un policía infiltrado y un hombre atrapado por su sexualidad. No entrega ni mucho menos una actuación menor, pero sí que luce tapado por Friedkin. Eso sí, para la historia queda su último plano mirando al espectador…
Karen Allen es Nancy, la novia de Burns. Prácticamente queda limitada a esperar en casa a su pareja viendo cómo va desapareciendo de sus ropajes y de su cuerpo para convertirse en otra persona. Paul Sorvino es el superior Edelson que encarga el caso a Burns. Gene Davis interpreta a DaVinci, un travesti que actúa al mismo tiempo como confidente para la policía. También está Richard Cox como Stuart, un sospechoso al que Burns asedia en un cambio de roles perfectamente medido por Friekdin. Don Scardino es Ted, un jovial aspirante a escritor que intenta crear una amistad con Burns, sobre todo aprovechando que el abusador de su exnovio está fuera de la ciudad. Finalmente, con papeles secundarios, también veremos a Joe Spinell (DiSimone) y Mike Starr (Desher) como dos abusadores agentes de patrulla.
“¿Quién está aquí? ¿Yo estoy aquí? ¿Tú estas aquí? Tú me has obligado hacerlo” (Asesino)
En resumidas cuentas.
Acabo esta crítica de A la caza, toda una deconstrucción del género de suspense/misterio a cargo de un William Friedkin que rebasa los límites de la provocación. El realizador consigue entregar una experiencia audiovisual que logra perdurar por sí misma. No es un film perfecto, o al que uno acuda en busca de ser entretenido, pero sí que es una película que hay que ver y logra atraparte en el mundo que Friedkin deliberadamente quiere que entres. Imprescindible para entender la filmografía de uno de los cineastas mas brillantes y controvertidos de la historia de Hollywood.
Tráiler de A la caza
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