12 hombres sin piedad
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Doce actores y una pequeña estancia. Estos son los únicos elementos que necesitó Sidney Lumet para ofrecernos, probablemente, el mejor drama judicial de la historia del cine. Me refiero a ‘12 hombres sin piedad’. Doce hombres cargados de prejuicios y férreas convicciones que influirán decisivamente a la hora de juzgar el destino de otro hombre. Si nuestros lectores lo desean, quizás puedan convertirse en el jurado número trece. De esta forma, podrán acompañarnos en esta trama que ahonda en las debilidades humanas.

«No es fácil desprenderse de los prejuicios personales en estos casos. Por una u otra razón los prejuicios siempre ofuscan la verdad»

Crítica de 12 hombres sin piedad

Los orígenes de esta película se remontan a 1954. Ese año, el guionista Reginald Rose escribió esta historia para el prestigioso programa de la CBS Studio One. La recepción fue tan positiva entre el público norteamericano que sólo un par de años después ya comenzaba a gestarse la que sería su primera adaptación cinematográfica. Una adaptación dirigida por un debutante llamado Sidney Lumet.

La versión de Lumet no sería la única adaptación. En 1997, se realizó una segunda versión destinada a la televisión. En este caso dirigida por William Friedkin y protagonizada por Jack Lemmon. La base argumental es sencilla, pero tremendamente efectiva. Aquí se retratan las vicisitudes de un jurado que debe juzgar a un joven muchacho. Es en esa valoración cuando los prejuicios e ideas preconcebidas ponen en peligro el buen juicio de este grupo de hombres.

Hay dos elementos que llaman la atención del espléndido guión. El primero es que la trama, a excepción de los tres minutos iniciales, se desarrolla íntegramente en una pequeña salita de atmósfera asfixiante. Y el segundo que todos los miembros del jurado son hombres. Estos dos elementos no son un capricho o una moda contextual, sino que obedecen a un plan orquestado donde la trama y el análisis de la psique humana son el centro de todo. El sexo o la identidad de los miembros del jurado son elementos irrelevantes. De hecho, es un acierto que sean todos del mismo género porque de ese modo se evita un posible motivo de distracción. Lo importante es analizar cómo estas doce personas se enfrentan a un caso aparentemente claro y de qué modo ven nublado su juicio, poniendo en peligro la evidencia de una duda razonable.

Esta película no sólo supuso el bautismo de fuego para Sidney Lumet, sino que le ofreció la oportunidad de demostrar que era un director prometedor. Con la colaboración del experimentado Boris Kaufman, y un reparto de lujo, consiguieron dibujar a cada uno de los miembros del jurado y transmitirnos sus angustias y sensaciones a la hora de valorar el caso. El propio Lumet sabía que desarrollar esta trama en apenas hora y media sería todo un reto. El objetivo consistía en pasar de una condena unánime a un debate abierto. Una porfía que invitara a poner en duda la culpabilidad del acusado. Y siempre tuvo claro que quien lo haría posible era el personaje interpretado por Henry Fonda.

Lo más importante era crear una muestra representativa de los arquetipos sociales más habituales que pueden darse en un juicio. Ante todo tenemos la figura de los tres hombres que, sin quererlo, se convierten en líderes. El primero es el personaje interpretado por un magistral Henry Fonda. Su rol es el típico hombre seguro de sí mismo. Un hombre que defiende sus convicciones sin que la presión externa le afecte. Luego tenemos a un padre temperamental, Lee J. Cobb, que representa al hombre autoritario y cargado de prejuicios. Un tipo que trata de imponer su criterio a los demás. Por último, Martin Balsam es el presidente del jurado. Balsam recrea al típico norteamericano de clase media que cumple con sus obligaciones ciudadanas de forma religiosa. Estos tres hombres acaban chocando, en tanto en cuanto su modo de liderar al jurado crea conflictos entre ellos y los demás.

El resto de miembros se ajustan a otros comportamientos humanos. Comportamientos que también terminan influyendo en su forma de ver el caso. Por ejemplo, tenemos al ejecutivo interpretado por E. G. Marshall, una persona analítica y segura de sí misma que pronto acaba dándose cuenta de que nada está tan claro como parecía. También está el típico vendedor más preocupado por el partido de la noche que por el destino del acusado. O el propietario de un garaje que encarna un rencoroso Ed Begley, quien considera culpable al chico desde buen principio. Y, claro, no puede faltar el veterano actor Joseph Sweeney dando vida al anciano del grupo. Un veterano cuya experiencia y perspicacia son menospreciadas debido a su edad.

El eje principal es el enfrentamiento que se produce entre Henry Fonda y Lee J. Cobb. El primero muestra serias dudas sobre el veredicto de culpabilidad y prefiere asegurarse de que no condenan a muerte a un inocente. El segundo no es capaz de dejar a un lado sus odios personales y culpa al acusado sin querer atender a razones. El resto de miembros, poco a poco, van evolucionando. Se «alistarán» en uno de los dos bandos e incluso se enfrentarán a sus fantasmas interiores. Un excelente ejercicio de reflexión acerca de lo voluble y frágil que es el ser humano cuando es llevado a una situación tensa.

Un aspecto a tener muy en cuenta es el inteligente uso que se hace del pequeño escenario donde sucede todo. Supuestamente el juicio tiene lugar un día muy húmedo y caluroso. Eso provoca que los personajes pronto sucumban al calor reinante. Por ello tratan de apresurar el veredicto para poder abandonar el juzgado. Sudan, están sedientos, nerviosos, y tan sólo una fuente de agua y un baño les sirven de evasión. En esos momentos es cuando algunos de los miembros intercambian impresiones o se permiten tocar aspectos más frívolos del día a día. Pero al final esa atmósfera asfixiante termina minando sus defensas y obligándoles a hacer justicia dejando a un lado todo lo demás.

Conclusión.
Termino esta crítica de 12 hombres sin piedad, una película un tanto utópica ya que se nos hace raro pensar que un hombre pueda acabar influyendo poderosamente en otros once individuos en tan poco tiempo, y menos aún que consiga romper sus férreas convicciones. Pero, la verdad es que, como reflexión acerca del comportamiento humano, funciona con la precisión de un reloj. Todo está tan bien conducido que es irrelevante esa utopía de la que hablo. Buena parte del mérito es de los doce actores. Ahora bien, también destaca por su guión magistral y por un director que tenía las ideas muy claras. En resumen, una oportunidad única y maravillosa de poder disfrutar de un grandioso drama judicial. Una experiencia imprescindible para cualquier amante del cine.

Tráiler de 12 hombres sin piedad

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