Malas calles
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“Señor, no soy digno de comer tu carne. No soy digno de beber tu sangre. Bien, acabo de confesarme. Y el cura me pone la penitencia de siempre: 10 Ave Marías, 10 Padre Nuestros y 10 lo que sea. ¿Sabes que la semana que viene volveré? No sé, si hago algo mal, quiero pagar por ello a mi manera. Y hago mi propia penitencia por mis propios pecados. Todo es mentira, excepto el dolor. El dolor del infierno. Los pecados no se redimen en la Iglesia. Se redimen en las casas. Se redimen en las calles. Y tú, lo sabes”. Martin Scorsese nos invita a adentrarnos en las ‘Malas calles’.

“¿Quieres algo bueno o quieres mierda?” (Mike)

Crítica de Malas calles

‘El tren de Bertha’ (1972) fue la última cuota a pagar por parte de Martin Scorsese para poder ponerse detrás las cámaras de las películas que realmente le interesaban. Y eso por mucho que la posterior ‘Alicia ya no vive aquí’ (1974) aún fuera una especie de peaje hasta la confirmación de su salto a la primera línea. Un salto que se produjo gracias a Taxi Driver (1976). Pero fue con ‘Malas calles’ (1973) cuando, por fin, pudo escribir y dirigir un cine que le llenaba por completo. Un cine que conocía, que le haría destacar y que le permitiría crear su propio mundo cinematográfico. Un mundo que había conocido y mamado desde pequeño en Nueva York.

‘Malas calles’, del original ‘Mean Streets’, es un título sacado de una cita de Raymond Chandler. Y, sobre todo, es un tremebundo drama que aúna el cine negro y el género de mafiosos de poca monta con las claras influencias del neorrealismo italiano. Algo que Scorsese nunca escondió a todo aquel que le quisiera escuchar. Incluso cuando sujetaba cámaras como un asalariado más para Roger Corman, o como cuando frecuentaba lugares elitistas en el Village siendo un don nadie.

Scorsese era el más ambicioso en cuanto a cambiar el cine americano de los años sesenta a un nuevo y revitalizado cine setentero que rompiera con todo. De toda la generación de los barbudos, Scorsese fue el primero que logró hacer su cine antes que vender su alma. Para quien no lo sepa, la generación de los barbudos eran unos jóvenes que iban a acabar con todos aquellos viejos de traje gris que llevaban las majors. La “banda” estaba compuesta por Francis Ford Coppola, George Lucas, Brian De Palma, Steven Spielberg y el mismo Scorsese. La historia los alzó a todos como los grandes de aquella generación. Aunque, claramente, algunos tocaron más la gloria que otros.

Sin duda, lo que más destaca en Malas calles es su enorme crudeza. Scorsese logra, con un trabajo de cámara realmente innovador en su momento, entregarnos un film casi atemporal. Filma una historia tan de cerca que el espectador acaba sumergido en ella y arrollado por las personalidades, historias y lugares de sus protagonistas. Su guión, obra del propio Scorsese en colaboración con Mardik Martin, consigue dar de lleno en la época en la que está ambientado. Aquí tenemos unos Estados Unidos post-Vietnam. Y la figura trágica de Kennedy sobrevolando todo con las drogas de aguja tomando el control de las calles. Al mismo tiempo, nos lleva por los guetos que estaban separados por procedencias del Nueva York más desgarrado. Negros, hispanos, italianos,… El cine que conocemos de Scorsese desde el minuto uno.

Solo el uso de la música, directa de la gramola del propio director, hace que se rompa ese hechizo. Esa bofetada de realidad. Y lo hace de vez en cuando. La fotografía, firmada por Kent Wakeford, nos lleva por completo al lado más italiano de Brooklyn, Little Italy, un barrio lleno de fealdad urbana realmente atrapante: los antros que lo pueblan, los restaurantes típicamente identificables, los buscavidas en perpetua acción y siempre al acecho de un gran negocio ya fuera tabaco ilegal, papel higiénico de calidad o lentes para el cine. Y ¡cómo no! las gentes comunes, los tipos que deben su tributo a la mafia y son asediados para pagar. O aquellos que van apostando y pidiendo a diferentes prestamistas, y no tienen intención de devolverlo. Como Johnny Boy, la bomba detonadora de todo el film.

Precisamente, Johnny Boy está interpretado por Robert De Niro. La suya es una nerviosísima y exagerada performance desde la primera escena. Conforme vamos desgranando las capas de su personaje, vamos descubriendo a un De Niro cada vez más entonado y entregando una rabiosa actuación digna de ponerle en el candelero.

Por su parte, Harvey Keitel fue el primer actor elegido para la película. No en vano, era el actor fetiche de Scorsese. Y lo fue hasta que, en ‘Taxi Driver’, De Niro lo adelantó como a un tractor. Keitel es Charlie, un acomplejado. Un tipo que no pelea porque dice que tiene una mano mal. Charlie se conforma con vestir como un hombre honorable, pero esconde que tiene una relación con su vecina, una joven que padece epilepsia y que ayuda a su primo, Johnny Boy, para que su Tío Giovanni, un capo influyente local, no lo tache de su lista de jóvenes prometedores. Charlie es el gran protagonista y va unido al resto de personajes. Claramente acabará por convertirse en un mártir, en el San Francisco de Asís de los intentos de mafiosos. Ojo a los minutos finales porque en ese sentido resultan tremebundos.

David Proval da vida a Tony, el propietario de un antro de mala muerte. Un lugar donde está prohibido el juego y las drogas. Como su coche… es un proyecto de futuro, pero sin futuro. También tenemos a Richard Romanus como Mike, un prestamista local que no para de acechar a Johnny Boy. Mike es un sujeto elegante que está permanentemente amenazando haciéndose acompañar de su pistolero particular, Shorty (Martin Scorsese). Papeles pequeños van para Amy Robinson como Teresa, la novia epiléptica de Charlie. David Carradine como un borracho. Y, finalmente, acabamos con Victor Argo y George Memmoli. El primero es otro mindundi “apadrinado” por Charlie y el segundo es un gordo malencarado y dueño de un local de billares.

“La gente honorable va con gente honorable” (Tío Giovanni)

En resumidas cuentas.
Concluyo esta crítica de Malas calles, una patente ineludible de la personalidad de Martin Scorsese tras los tres primeros encargos que tuvo que dirigir para poder ponerse detrás de esta historia. Una película que, claramente, toca de lleno un mundo que él redefinió para el séptimo arte: los microcosmos de las familias italoamericanas.

Tráiler de Malas calles

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