Dos mulas y una mujer

Un forastero se encuentra con tres indeseables que intentan violar a una mujer y los acaba matando. Poco después descubre que la mujer es una monja que huye de las tropas francesas que la perseguían por su simpatía con la “causa juarista”. Tras varias discusiones, y polémicas, ambos acabarán por formar una improbable pareja por conveniencia. ¿Su misión? Asaltar una guarnición francesa plagada de dinero. (Cineycine).
“¿Una pala? ¿Después de cómo la han tratado? Hermana, no me importa haberlos matado por usted… pero ahora no me van a hacer sudar por usted. Y si quiere bendecirlos hágalo en seco”. Shirley MacLaine y Clint Eastwood suman juntos: ‘Dos mulas y una mujer’.
“En casos como este la Iglesia concede ciertas dispensas” (Hermana Sara)
Crítica de Dos mulas y una mujer
Casi recién llegado de Europa, y convertido en estrella con Sergio Leone, Clint Eastwood prosiguió sus andanzas en el oeste. Y lo hizo, entre otras, con ‘Dos mulas y una mujer’, una propuesta claramente concebida para explotar su recién ganada fama. En la dirección encontramos a otro amigo de Estawood, Don Siegel. Para el director este fue su penúltimo western. Seis años después se despediría del género, junto a John Wayne, con un romántico y sentido adiós en ‘El último pistolero’ (1976). Para ‘Dos mulas y una mujer’, Eastwood tendría como pareja a toda una actriz de probada eficacia en comedia y enredos como Shirley MacLaine. Por medio de su productora, Malpaso, Eastwood aceptó un segundo crédito en importancia y menos sueldo en favor de MacLaine. Para ella, este film significaba su regreso al viejo oeste desde casi sus comienzos con ‘Furia en el valle’ (George Marshall, 1958).
‘Dos mulas y una mujer’ fue un guión que estuvo largo tiempo esperando producción. Su escritura inicial correspondió a un icono de lo mejor del western clásico como Budd Boetticher. De su reescritura se ocupó Albert Maltz. Y tanto mutó el libreto inicial que, finalmente, Boetticher acabó renegando del mismo. El título de ‘Dos mulas y una mujer’ para España era una traducción más o menos exacta del original, ‘Two Mules for Sister Sara’. Eso sí, eliminaba las referencias a que el personaje de MacLaine era una monja con simpatías hacia los “rebeldes” mexicanos. Y, aunque hoy se ve casi como un detalle banal, el film fue duramente censurado recortando metraje para que pudiera ser estrenado. Esta es la causa de que, en las ediciones en video y DVD y formatos actuales, la cinta tenga varios tramos que tuvieron que ser redoblados para recuperar el montaje original.
La esencia de la película es la colisión que se presenta entre los dos personajes protagonistas. Dos personajes totalmente alejados en principios y valores el uno del otro. De un lado, una monja a la fuga por luchar en favor de los oprimidos. Y, del otro, un descreído vaquero sin más ambición que la del dinero, ni más amigos que su revolver y un cartucho de dinamita. Hablando de dinamita, el personaje de Clint la usa constantemente. Seguro que esto fue un chiste con clara retranca hacia Sergio Leone y ‘¡Agáchate maldito!’ (1971), una cinta que Eastwood rechazó en favor de esta y en donde justamente debía de interpretar a un experto en explosivos.
La fotografía viene firmada, en primera instancia, por Gabriel Figueroa. Supuestamente, y en un momento dado del rodaje, fue fulminado por Don Siegel. Y fue entonces el propio director quién acabó por llamar a Robert Surtees para que acabara la película. Sin duda, sea obra de uno, o de los dos, la fotografía en escenarios reales de México, con el añadido del clímax filmado en los Estudios Universal, está fenomenalmente filmada. Uno siente el calor, el polvo, el hedor, la podredumbre y, por último, la feroz violencia que toda buena película del oeste debe presentar en pantalla.
No menos sensacional es la música, obra ¡nada más y nada menos! que de Ennio Morricone. La suya es una soberbia partitura totalmente reconocible y tan o más mítica que la propia película. Por supuesto, también toca alabar lo bien llevada que está la dirección de Siegel, tanto en la planificación de Hogan y la hermana Sara en sus huidas de los franceses, como en ciertas secuencias inolvidables. Entre estas estaría la extracción de la flecha, borrachera monumental mediante de Hogan/Eastwood, que aún hoy posee un timing inigualable. Ni si siquiera pasados más de cincuenta años ha podido ser superada, aunque ha sido infinidad de veces referenciada… Sobre la acción, comentar que los tiroteos, casi por entero, se concentran en el inicio. Y en el clímax que va a por todas… incluso con muertes realmente violentísimas para un film de más de medio siglo.
En el elenco claramente destacan ¡como no podía ser de otra forma! Shirley MacLaine y Clint Eastwood. Cada uno en un “vehículo propio” para su claro lucimiento. La primera, “demasiado guapa para ser una monja” según Hogan (Eastwood), aprovecha un personaje que el espectador no puede, una vez visto, pensar que otra actriz lograra superar. Aún mejora su interpretación una vez se ha visto ya la película y se vuelve a redescubrir la genialidad de los detalles ocultos de la hermana Sara. Eastwood, por su parte, repite en gran medida lo que ya había venido haciendo con Leone y en los westerns que filmó a su vuelta a EEUU. Sin duda, su personaje es uno de esos que Clint fue patentando y amoldando a sus dotes interpretativas. Sentenciador cuando habla, economista en gestos y sin contemplaciones cuando debe entrar en acción.
Del resto del casting, limitado ya en nombres de nivel, destacar si acaso a Manolo Fábregas como el coronel Beltrán. Y también a Alberto Morin como un alto cargo francés claramente volcado a la caricatura. Ojo a cuando, ciertamente emocionado, dice admirar como los campesinos cantan “Las mañanitas” en procesión. Por último, veremos a David Povall (Juan) como un tabernero local que pronto heredará el bar de su moribundo padre… y a José Chávez (Horacio) dando vida a uno de los “mandados” de Beltrán.
“Yo solo soy patriota de Hogan y quisiera tener dinamita como compañera. Estoy metido en este asunto y ningún malnacido me sacará de él” (Hogan)
En resumidas cuentas.
Acabo esta crítica de Dos mulas y una mujer, un genial aroma al spaghetti western totalmente buscado hacen de esta propuesta un tremendamente disfrutable film del oeste. Un western que une las inevitables conexiones de los films de Leone con el estilo mexicano seco y visceral de los films de Peckinpah. Todo un pequeño clásico que fue gestando una fama mayor por sus numerosas emisiones en televisión.
Tráiler de Dos mulas y una mujer
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