Carros de fuego
Unos años antes de que comiencen los JJOO de París 1924 (Francia), dos jóvenes corredores británicos, Harold Abrahams y Eric Liddell, con personalidades y formaciones diferentes, van entrenando duramente y compitiendo entre sí. Su objetivo es coronarse en París consiguiendo la medalla de oro para el equipo británico y para ellos mismos. (Cineycine).
En las Olimpiadas de 1924, los corredores británicos compitieron al más alto nivel. De aquellos hombres «con alas en los pies» destacaron los nombres de Harold Abrahams y Eric Liddell. Estos dos atletas parecían correr en auténticos… ‘Carros de fuego’.
“Cerrando los ojos podemos recordar a aquellos hombres jóvenes con esperanza en sus corazones y alas en sus pies” (Lord Andrew Lindsay)
Crítica de Carros de fuego
Este mítico film que comento hoy está basado en parte de la vida de Harold Abrahams y Eric Liddell. Hablamos de dos atletas británicos que despuntaron en los JJOO de París 1924. Allí hicieron frente en la pista a rivales que, teóricamente, eran muy superiores a ellos.
Hugh Hudson dedica todo el film a ambos atletas. El director los sigue desde que en el año 1919 Harold ingresa la Universidad de Cambridge para culminar con la actuación de Abrahams y Liddell en los JJOO de 1924. Ese es el punto escogido por Hudson para poner fin a la película con un breve salto temporal. Un salto que nos lleva a una iglesia católica del Londres de 1978 dónde ambos hombres son recordados por sus amigos. Iglesia que también es el punto de arranque de la película.
Teniendo en cuenta lo anterior, la narración del film se divide claramente en dos mitades. La primera mitad está dedicada a ir viendo la evolución de Abrahams y Liddell con el paso de los años (de 1919 a 1923), su formación como atletas y personas, y las relaciones con sus amigos y entornos. En ambos casos se incide especialmente en su entorno religioso. Abrahams como hijo de un rico empresario judío. Y Liddell con un gran sentimiento y fe católicas que le definen como un gran predicador y ejemplo para su comunidad escocesa.
La segunda mitad de la película la componen los JJOO de Paris del año 1924. Ahí asistiremos a la inauguración de los juegos y al desarrollo de las diferentes competiciones con sus alegrías y fracasos. Por supuesto, también seremos testigos de las tramas y politiqueos que tendrán lugar en el seno de Comité británico. Apuntar que el guionista, Colin Welland, se llevó el Oscar al mejor guión en la ceremonia de 1982.
La ambientación conseguida por Hugh Hudson resulta fenomenal. Todo en el film respira a los años veinte: las calles, los vehículos, los muebles y, sobre todo, el vestuario, tanto en las ropas de calle como en las deportivas de aquellos años. Ni que decir tiene que la modista italiana, Milena Canonero, consiguió alzarse con el Oscar al “Mejor Diseño de Vestuario”. Por aquel entonces, esa fue su segunda estatuilla tras haber ganado en 1976 otro Oscar por ‘Barry Lyndon’ de Stanley Kubrick.
Con especial interés hay que remarcar la filmación que Hudson hizo de las escenas deportivas. Fundamentalmente de las carreras en las que participaron Abrahams y Liddell. Las mismas están francamente bien rodadas y aplicando, en ocasiones, una “cámara superlenta” con la que se puede apreciar claramente la peculiar forma de correr de Liddell (casi parecía poseído) o las llegadas a la meta tocando con el pecho la cinta.
Imposible pasar por alto en esta reseña la inolvidable banda sonora de Vangelis. Su tema principal, también repetido en los créditos finales, resulta absolutamente mítico y todavía hoy pone la piel de gallina. Un tema al mismo nivel de memorabilidad (a otro nivel, eso sí) que, por ejemplo, el “Gonna Fly Now” compuesto por Bill Conti para ‘Rocky’. Este tema de ‘Carros de fuego’ tuvo tanta trascendencia que fue empleado en juegos de la época como el ‘Hyper Sport’ de Konami, para aquella gran máquina que fue el Commodore 64. También hay que destacar el gran ejercicio de tensión creado para la preparación de la carrera final de los 100 metros lisos, convirtiendo la misma casi en una cuestión de vida o muerte… Esta BSO recibió un merecido Oscar.
Pasando a comentar las actuaciones hay que referirse, obligatoria y principalmente, a Ian Charleson y Ben Cross. Ambos intérpretes dieron vida en pantalla a Eric Liddell y Harold Abrahams, respectivamente. Los actores recrean a dos jóvenes universitarios que, en aquella época, y a diferencia de que lo sucede con la juventud actual, ya eran auténticos hombres hechos y derechos. Hombres con principios fuertemente establecidos y grandes responsabilidades. Casi a modo de cameos quedan relegados Brad Davis y Dennis Christopher como los competitivos corredores del equipo norteamericano.
Primero quiero detenerme en el caso de Ian Charleson, que falleció de manera temprana y muy cercana en edad a la del propio Eric Liddell (Ian murió con 40 años y Eric lo hizo a los 43). Antes de su fallecimiento, Charleson hizo casi toda su carrera en la televisión, siendo ‘Carros de fuego’ la segunda película que hacía para cines. Aquí supo dotar a su personaje de un gran porte y personalidad. Un auténtico predicador que es el modelo a seguir y respetar por su comunidad. Un hombre intachable e insobornable que sólo sirve a Dios. Para ejemplo esta frase: “Sólo Dios puede escoger”, o esta otra donde revela sus motivos para correr: “Dios me hizo rápido. Vencer es honrarle”.
Por su parte, Ben Cross también hace una muy notable interpretación en su rol de Harold Abrahams, un joven judío de fortísima personalidad y carácter que sabe que su ascendencia le obligará siempre a remar más fuerte que los demás. Esta forma de ser le lleva a unos niveles de exigencia altísimos. Niveles recogidos en esta frase que resume a la perfección su personalidad: “Yo no corro para ser derrotado. Corro para ganar”.
A su lado destacaron y brillaron también los pilares en los que Abrahams se sustentaba: Nicholas Farrell como su comprensivo amigo Aubrey Montague. Alice Krige como Sybil Gordon, una soprano que se convierte en su novia. Y, sobre todo, Ian Holm como Sam Mussabini, un viejo entrenador de ascendencia italiana y árabe que ayudará a Abrahams a darlo todo con sus modernos métodos de entrenamiento y observación de rivales. Finalmente, mención para Nigel Havers en el que fue el papel más alegre y optimista del film: el del joven aristócrata Lord Andrew Lindsay, un buen amigo y gran competidor en las carreras de vallas.
“Corre con fuerza y con la verdad”
En conclusión.
Acabo esta crítica de Carros de fuego, una de las más loables películas que se han realizado sobre los JJOO, quizás la mejor de todas. De hecho, fue premiada en su conjunto con el Oscar a la “Mejor Película” de 1982. Hugh Hudson acertó plenamente con ella y tuvo la suerte de contar con dos jóvenes intérpretes, Ian Charleson y Ben Cross, que lo dieron todo en sus respectivos papeles. La banda sonora de Vangelis fue la culminación final a una gran obra que, sin duda, llevó alas en los pies.
Tráiler de Carros de fuego
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