Una de anécdotas e historias insólitas de Hollywood
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A menudo las películas esconden anécdotas mucho más jugosas y divertidas que las propias cintas en las que acontecen. Acompáñanos a descubrir unas cuantas historias de lo más insólito que podrás leer en mucho tiempo.

‘Alfred Hitchcock patrocina este artículo’.

Hollywood Confidencial

Un ejemplo de lo que he comentado en la breve intrducción fue lo que ocurrió durante el rodaje de ‘La liga de los hombres extraordinarios’ (Stephen Norrington, 2003). El decorado submarino construido para la ocasión, sufrió gravísimos daños durante las catastróficas inundaciones que asolaron la ciudad de Praga a comienzos del mes de agosto del pasado 2002. El nivel del agua alcanzó más de seis metros de altura en el almacén donde se alojaba el decorado, destruyendo prácticamente todo lo que se encontraba allí dentro. Estas fueron las peores inundaciones que sufrió Praga en más de 130 años y son consideradas la segunda o terceras peores en 1000 años. Estos hechos dispararon en más de 25 millones de $ el presupuesto previsto. A todo aquello había que sumar las constantes peleas que Sean Connery, protagonista del film y Stephen Norrington, director de la película tuvieron durante la filmación en Praga. Ambos no pararon de desprestigiarse mutuamente y tirarse los trastos a la cabeza, hasta el punto de que el primero llegó a calificar el rodaje del film como la peor experiencia de su vida, mientras que el segundo asqueado por lo vivido en el rodaje, y el consiguiente fracaso artístico y taquillero del film, juró que nunca más volvería a dirigir un largometraje, hecho que hasta el día de hoy ha cumplido.

Otra historia curiosa a más no poder es la que envuelve a el excelente actor británico de carácter Alec Guinness y su participación en la archiconocida saga de aventuras espaciales, ‘Star Wars’, dirigidas por el S-O-B-R-E-V-A-L-O-R-A-D-Í-S-I-M-O George Lucas. Al parecer a Guinness el guión no le parecía gran cosa, Lo que nunca le dije a George Lucas es que no podía seguir recitando esas frases de la película, esas malditas, estúpidas y banales frases. Ya he tenido demasiado con todo ese rollo, gruñía Guinness cada vez que tenía ocasión. Y es que el mítico actor, rechazó en numerosas ocasiones participar en el film. Le parecía tan aburrida y chusca que sólo acepto a participar en la cinta sin cobrar por su trabajo. Lucas admirador del actor, le ofreció a cambio un 1% de los beneficios de taquilla del film para así intentar convencer a Guinness. A día de hoy los herederos del genial interprete ingés siguen ingresando miles de $ por ese 1%. Sin embargo, a Guinness el éxito del film no le cambió la opinión que tenia sobre él, cada vez que me la nombran me arrugo, decía.  Otra divertida historia con el mismo actor protagonista fue la que aconteció cuando el actor rechazó un guión mediante un educada nota, que fue respondida con otra nota que rezaba –Lo hemos cortado a su medida señor-, y adjuntaba de nuevo el susodicho guión, a lo que Guinness respondió –Pero nadie vino a tomar medidas-.

Hoolywood Confidencial

Corría el año 1971, cuando la Paramount buscaba a un director italiano para llevar al cine una novela que habían comprado por 410.000 $ a un tal Mario Puzo. La razón de tal búsqueda residía en que los dirigentes del estudio estaban hartos de tener en nomina a judíos rodando películas de gangsters. Finalmente, el elegido para llevar el libro a la pantalla grande fue Francis Ford Coppola. La consigna más clara que le dieron al joven Coppola fue que querían que el film irradiara italianidad (¡!) por los cuatro costados. Queremos que el plató huela a spaghettis le gritó uno de ellos. El film en cuestión era ‘El Padrino’ (1972).

Proseguimos con las anécdotas y no abandonamos ni a Coppola ni su primera y gloriosa obra. Para el papel principal Coppola lo tenía claro, quería a un joven y por aquellos años desconocido actor, que había visto actuar en el off-broadway llamado Al Pacino. Por el contrario, los dirigentes de la Paramount desconfiaban de la elección del director y buscaban a alguien más conocido, y por ello se barajaron nombres tales como Robert Redford, Warren Beatty o Ryan O´Neal. Finalmente, Pacino fue elegido para el papel protagonista pese a que los hombres fuertes de la Paramount no habían cambiado su opinión sobre la mala elección de Pacino, al que apodaban “enano bastardo”. No fue hasta que los productores vieron la legendaria escena del restaurante que cambiaron de opinión sobre la valía del joven Pacino.

Y no dejamos de lado a Pacino, y nos centramos en la historia que el mítico protagonista de ‘Carlitos Way’ (1993) protagonizó la misma noche que ganó su primer y merecidísimo Oscar por su extraordinaria performance del coronel ciego Frank Slade en la genial ‘Esencia de mujer’ (1992). Aquí la tienen relatada por él mismo: «Cuando gané el Oscar, estaba en estado de shock. Por todo en general. Bueno, subo a un ascensor. Y voy hacia abajo. Con mucha gente. Estábamos como enlatados. Y yo con mi Oscar. Y hay una actriz, muy conocida, justo delante de mí. En el ascensor, bajando. Y ella empezó a moverse un poco. Entonces, me di cuenta de que tenía el Oscar en su… que está tocando su trasero, ya sabes… Y pensé: “oh, tío, esto es rarísimo”. Retiré mi Oscar. Lo llevé hacia atrás. Y entonces me incliné hacia delante, al oído de ella, y le dije: “perdona, eso no era yo, era mi Oscar».

Hoolywood Confidencial

Y para acabar una historia de esas que pocas veces se dan en Hollywood, y que dejan bien claro la enorme valía como persona de su actor protagonista. Un famoso productor de películas de Hollywood estaba ocupado en la selección del protagonista de su próximo film, y se encontraba al borde de la frustración porque ninguno de los actores que se habían presentado hasta entonces parecían lo suficientemente buenos para él. De repente entró en su oficina un joven mensajero, entregó su mensaje y se despidió con una sonrisa.
El productor lo vio todo desde su despacho, desde la distancia, y en silencio. Llamó a su asistente y le ordenó que alcanzase  al joven mensajero y lo hiciera regresar, Ya tengo al próximo Marlon Brando, aseguró. Sus compañeros lo miraron incrédulos. Al casting se habían presentado actores de renombre, algunos ya consagrados, y sin embargo este productor se veía entusiasmado por un joven mensajero… ¡al que ni siquiera le habían tomado una prueba de actuación!
– ¿Estás seguro? – le preguntaron, incrédulos.
Señores, ¡Esa sonrisa que acabo de ver vale un millón de dólares! Y no estoy dispuesto a perderla – les dijo, dando por finalizada la discusión.
Mientras tanto su asistente había dado alcance al joven mensajero, pero tuvo que esforzarse en convencerlo de que no estaba bromeando cuando le dijo que un productor de películas lo había hecho buscar. Aquel joven había agarrado con las dos manos el puesto de mensajero porque era lo único que pudo conseguir para estar cerca de su íntimo sueño de ser actor de cine. Un par de años atrás había atravesado todo el país de costa a costa, desde New Jersey en el extremo Este, hasta California en el Oeste persiguiendo su sueño de dedicarse a la actuación.
Hasta ese día sólo había conseguido pequeños papeles secundarios en películas de muy bajo presupuesto para un productor de serie Z y apenas había logrado juntar el dinero necesario para cubrir las clases de actuación que estaba tomando. Ahora, el productor y el mensajero estaban frente a frente. El primero le explicaba al segundo cual era su punto de vista de la situación y el segundo no podía creer lo que oía. Se estaba reponiendo del shock justo cuando llegaron a la parte donde debían acordar su sueldo.
Te pagaremos 11.000 dólares – dijo el productor.
No estaba mal por un par de semanas de trabajo, pero el joven mensajero estaba recién divorciado y tenía una pequeña hija a quien pasarle la pensión, por lo que le echó dos huevos, abrazó al productor y, para que nadie más notara que estaba rogando un aumento le dijo al oído:
¿Podrían ser 11.500? Por favor, tengo una hija pequeña a quien alimentar.
Hijo, ¡entonces serán 12.500!
¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¡Jamás me olvidaré de esto! – le juró el mensajero al oído.

Con las vueltas de la vida, se convirtieron en amigos íntimos. Aquel arriesgado productor, más tarde, cayó en desgracia, mientras que el mensajero dueño de la sonrisa del millón de dólares se convirtió en un gran actor de fama mundial. Estando en ese punto trágico de su vida, el productor recibió una llamada del ahora consagrado actor invitándolo a que lo acompañase a la próxima entrega de los premios de la Academia, los Oscars, al que había sido nuevamente nominado. El productor no quería ir. La última vez que había asistido a esa gala una de sus películas competía en varias categorías, esta vez, sin embargo, casi nadie recordaba su nombre. Casi nadie. Su amigo, el mensajero que había prometido no olvidarse jamás del hombre que le dio su primera gran oportunidad, estaba cumpliendo su palabra. Quiero que camines esa alfombra roja a mi lado le había dicho por teléfono. Esa noche, después de la ceremonia, en el baile que ofrece la Academia para homenajear a todos los nominados y los ganadores, el actor caminó mesa por mesa con su mano apoyada en el hombro del desafortunado productor como para devolverle la confianza en sí mismo, diciendo a quien quisiera escucharlo: Este es el mejor productor que hay en la industria, él es mi amigo.

El productor recuerda esa noche como uno de los mejores momentos de su vida. Sólo uno de los mejores… porque hubo otros. En otra ocasión, el productor sufrió un derrame que lo llevó directo al hospital. Una noche, mientras aún permanecía en la UVI, ve a su amigo, al afamado actor en la puerta con su sonrisa del millón de dólares instalada en su rostro.
Vas a estar muy bien. Muy pronto – le dijo.
Dos enfermeras y un encargado de seguridad llegaron hasta ahí y le ordenaron que abandonara el lugar.
Ud. puede ser muy famoso, una estrella de cine, pero aquí dentro hay reglas que TODOS deben respetar, ¡y en este lugar NO se puede estar! – le gritaron.
El actor, lejos de intimidarse, miró a su amigo convaleciente y guiñándole un ojo le dijo: Regreso en veinte minutos. Exactamente en ese tiempo regresó su amigo con veinte pizzas, se sentó con las enfermeras, los que hacían la limpieza y los encargados de seguridad y las compartió con todos ellos. Aquel consagrado actor, famoso mundialmente, en lugar de estar en un lugar glamoroso, disfrutando de su vida privilegiada, estaba allí, una noche, compartiendo una pizza con trabajadores anónimos para poder ganarse el derecho de estar al lado de su amigo… simplemente cumpliendo su palabra. Al cabo de un rato, lo dejaron pasar a ver nuevamente a su amigo.
«Vas a estar muy bien. Muy pronto» – repitió – Aún te queda mucho por hacer. Le dijo al despedirse.

El otro momento inolvidable que a este productor le fascina mencionar es el siguiente:
Cuando la vida lo golpeó tan fuerte como las olas sacuden el malecón, este productor tuvo que tomar una de las decisiones más tristes de su vida: vender su hermosa mansión, donde había vivido durante veinte años. Sin embargo, cuando la rueda de la vida completó el giro, la fortuna comenzó a sonreírle nuevamente y sus producciones comenzaron a figurar de nuevo entre las más exitosas, momento en el que sintió que una excelente manera de completar el ciclo era recuperar su añorada mansión. Se comunicó con el nuevo dueño varias veces, pero éste, un acaudalado francés, presidente de una gran compañía, que residía en Montecarlo, se negaba sistemáticamente. Un día, compartió esa frustración con su amigo, el dueño de la sonrisa del millón de dólares.
Pasado un tiempo, el millonario francés, el nuevo dueño de la mansión finalmente accedió a venderle la propiedad al productor. Cuando éste volvió  por primera vez a su mansión, se encontró con una nota de su amigo actor que decía: «De vuelta en casa. Amigo
El ahora nuevamente afamado productor, cuando encontró la ocasión, le preguntó si tenía algo que ver con el cambio de opinión del francés y el actor le confesó que sí, que había volado a Montecarlo, para hablar con el multimillonario, y éste accedió a atenderlo sólo por quince minutos… ¡¡mientras se afeitaba!!
Allí estaba ése actor, igualmente multimillonario, mundialmente reconocido, en el baño con un desconocido rogándole que le devolviera su mansión a la persona que le había dado su primer trabajo importante como actor. En determinado momento se arrodilló y le pidió por favor que accediera a su pedido. El francés no terminaba de entender la situación por lo que le preguntó:
¿Ud. me está diciendo que voló desde su casa en Los Ángeles, hasta aquí solo para pedirme que le venda mi casa a su amigo?
Eso es exactamente lo que estoy haciendo – contestó el actor.
Prometo pensarlo – dijo. Ya era un avance. Durante todo ese verano el multimillonario francés no paraba de decir a sus amistades que había tenido de rodillas en su baño a éste consagradísimo actor. Él cumplió su palabra. Jamás se olvidó de mí. Él es mucho más que un amigo… él es parte de mi alma – dice hoy el productor.

El productor es Robert Evans.

El actor, es el que más veces ha sido nominado, 12 veces al Oscar en la historia. Ganador en 3 ocasiones. Posee una de las colecciones privadas de arte más valiosas del mundo (varios Renoir, Van Gogh ¡y hasta un Picasso colgado en el baño!). Su fortuna está cifrada en más de mil doscientos millones de dólares. Sin embargo, sus amigos coinciden en que su posesión de más valor… es su palabra.

Su nombre, Jack Nicholson.

Hollywood Confidencial

Y esto ha sido todo por hoy desde Hollywood Boulevard. Un saludo desde Los Ángeles, con una taza de café fría y rancia en la mesa y un cigarrillo quemándome la yema de los dedos en mi mano izquierda. La vida del escritor taciturno es lo que tiene…

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