Mad Max: Salvajes de autopista
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‘Mad Max: Salvajes de autopista’ suele encasillarse en el llamado «cine apocalíptico», pero en realidad no lo es. Para ser justos, es una visión distópica del futuro. Un futuro donde la sociedad civil está sometida a un creciente desorden. La visión de ‘Mad Max’ es en muchos puntos parecida a la que nos presentaba ‘La naranja mecánica’. Y, de la misma forma, la visión de la policía está claramente influenciada por películas como ‘Harry, el sucio’, donde el crimen es castigado por las buenas o por las malas. Lo que empezaría como un intento del cine australiano de meterse en el mercado internacional, acabaría convirtiéndose en toda una saga. Una franquicia que ha marcado un antes y un después en el género de acción.

«Dicen que el pueblo ya no cree en héroes y valientes. ¡Maldita sea! ¡Tú y yo, Max, vamos a devolverles a sus héroes!» (Fifi Mcafee)

Crítica de Mad Max: Salvajes de autopista

Inicio esta crítica de Mad Max: Salvajes de autopista, hablando de la labor de George Miller. Aquí tenemos a un director que imprime una energía salvaje y frenética en todas las secuencias de acción. Creo que es un ejemplo evidente de cómo una buena técnica de filmación puede suplir las limitaciones de tecnología y material. Basta recordar la escena en la que los motoristas acechan y aterrorizan a la joven pareja que viaja en el coche, y cómo Miller consigue crear una atmósfera tensa y aterradora sin mostrar apenas nada de violencia en pantalla.

Siguiendo con Miller, en ciertos momentos de la película manipula (o así lo parece) el metraje, ya sea modificando los colores o acelerando la cinta, para crear cierta sensación de discontinuidad. Hay secuencias como el final de la persecución de «Jinete Nocturno», que son realmente interesantes. Este tipo de escenas crearon un estilo cinético nuevo que antes no se había utilizado en escenas de acción. En cierta forma esto explica el estatus de culto que ha adquirido ‘Mad Max’.

Los coches y el uso de los efectos sonoros son constantes a lo largo del metraje y se convierten en uno de los principales motores para imprimir ritmo. Por cierto, los coches utilizados son muscle-cars americanos de principios de los 70. Auténticas bestias de rugientes motores que imprimen una serie de matices que con otros coches más deportivos y glamourosos no sería posible obtener. A destacar que el Pursuit Special negro que conduce Max es un Ford Falcon XB modificado mientras que el modelo base de los coches de la Patrulla de Fuerza Central es un Ford Falcon. También es necesario apuntar que este film trata de mezclar varios géneros: el western, el tema de los vigilantes y las road movies. Dicha mezcla no siempre se produce de forma homogénea pero, en general, se puede decir que el resultado es satisfactorio.

Entrando con los personajes tenemos a Max que, como patrullero implacable, está bien trabajado. Quizás es demasiado blando y joven para el papel que le toca representar. Y bueno, creo que su lado familiar no está del todo bien resuelto. Es decir, tenemos a un policía que cada día sale a la carretera para liquidar delincuentes, que vive a diario entre la violencia y la muerte… pero de golpe se planta en casa y se convierte en un amante esposo y padre de un retoño. Digamos que algo falla. No acaba de cuadrar la manera en que eso se muestra.

Hay que tener en cuenta que Mel Gibson (Max) era un completo desconocido que apenas había realizado algún telefilme en Australia cuando se le ofreció el papel. Fue a partir de aquí cuando se dio a conocer a nivel mundial protagonizando ya no sólo las secuelas de ‘Mad Max’ sino otras películas destacadas. Pero vamos, que su interpretación del papel de sheriff es correcta. Un sheriff que, al contrario que en los westerns clásicos con final feliz, acaba siendo presa de aterradores recuerdos que le van matando lentamente por dentro hasta convertirlo en el Mad Max que todos conocemos, y es que, el Max de la primera mitad no es ni loco ni nada que se le parezca.

A partir de cierto punto, que coincide con la detención y posterior liberación de «Johnny el Niño», se observa un cambio sustancial en el enfoque de la cinta. Ese cambio creo que está inspirado, como he dicho antes, por películas como Harry, el sucio(Don Siegel, 1971). Max observa que la justicia ya no funciona y que para castigar a los criminales hace falta algo más. Sin embargo, se ve incapaz de asumir esa tarea. Poco a poco, nuestro protagonista, se ve sumergido en sucesos horribles que acaban por transformarlo. Y es en esa huida donde la tragedia sacude la vida del feliz Max Rockatansky para transformarlo en «Mad Max». La escena con Johnny y el serrucho ya nos deja claro que, finalmente, Max ha perdido la cordura y, como él temía, se ha convertido en lo que perseguía.

En el otro lado del espectro tenemos la banda de motoristas liderada por «Cortauñas». Unos bandidos que, sin duda alguna, completan este homenaje al género del western. Porque está claro que esta banda de motoristas es comparable a las bandas de pistoleros fuera de la ley que asolaban el antiguo oeste. Lo que pasa es que, para ser sincero y sin querer ahondar mucho en el tema, no deja de parecerme fuera de lugar ese enfrentamiento estético que hay entre los moteros y los policías. Los unos con harapos roñosos y una sexualidad un tanto ambigua… y los otros con uniformes de cuero negro, sudorosos y dominantes. El paralelismo con el género Bondage-gay es evidente, y el hecho de que haya cierto homoerotismo entre los componentes de la banda no es fortuito. ¡A saber qué pasaba por la cabeza de Miller!

Mención especial me parece la interpretación de Hugh Keays-Byrne dando vida a un motorista sádico, violento e implacable. En mi opinión está exageradamente sobreactuado. No me extrañaría que hubiera tratado de imitar al Malcolm McDowell de ‘La naranja mecánica’. Lo mismo les pasa al resto de la banda de motoristas, algo comprensible porque eran motoristas de verdad: una banda  motera local conocida como «Los Vigilantes». George Miller podría haber optado por dibujar una banda de motoristas nómadas en el papel de depredadores. No obstante, optó por pintarlos como una panda de imbéciles drogados. Un fallo a mi modo de ver.

Conclusión.
‘Mad Max: Salvajes de autopista’ es un fiel producto de los 70. Una visión futurista basada en el miedo y la preocupación, observando cómo el crimen y la violencia van acrecentando su poder en detrimento de unos sistemas legales ineficientes. En todos los aspectos es superada por su secuela, pero no podemos negar que la energía visceral con la que está rodada no deja indiferente a nadie. Pese a sus fallos y errores, muchos de ellos debidos a la inexperiencia, es una película con una acción frenética, momentos puntuales de suspense y un trabajo de los especialistas sencillamente excelente.

Tráiler de Mad Max: Salvajes de autopista

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