Pelham 1-2-3
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La década de los setenta nos dejó un buen número de thrillers memorables. Uno de ellos es ‘Pelham 1-2-3’, una película que recuerdo especialmente con cariño. Quizás porque fue de las primeras que vi y también porque recoge la esencia y el estilo de las películas de acción de los setenta. Coged vuestro billete y acompañadme en este recorrido por los túneles del metro de Nueva York.

«Vamos a matar un pasajero cada minuto hasta que la ciudad de Nueva York nos pague un millón de dólares».-Azul.

Robert Shaw

Crítica de Pelham 1-2-3

Del cine de acción de los setenta podríamos decir muchas cosas pero, sin duda, una de sus principales características sea la sobriedad. Es algo que se contrapone al efectismo y al exceso que prima hoy en día en las producciones de Hollywood. Aunque por aquel entonces había directores emblemáticos de la talla de Don siegel o Sam Peckinpah, se optó por contratar a Joseph Sargent para este film. Sargent era un realizador curtido en innumerables series de televisión.

El resultado es francamente satisfactorio pues Sargent consigue imprimir la película con un ritmo muy equilibrado que en ningún momento decae. Tenemos un planteamiento inicial en el que se nos presenta a cada uno de los personajes. Después hay un nudo argumental donde se desarrolla la trama. Finalmente asistimos al desenlace. Para mi es el esquema perfecto para un guión.

Volviendo con la sobriedad he de avisar que aquí no hay persecuciones trepidantes, tiroteos interminables o explosiones a tutiplén. Nada de eso. Sargent dosifica todos y cada uno de los elementos para que estén al servicio del argumento y no al revés. La mejor forma de entender lo que digo es comparar esta película con el estilo videoclipero empleado por Tony Scott en el remake Asalto al tren Pelham 123’ (2009).

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La película está basada en un bestseller de John Godey, y el guión adapta de forma bastante fiel la novela original. Peter Stone se toma algunas licencias, como por ejemplo los nombres en clave que usan los secuestradores. Apodos que, años más tarde, serían «homenajeados» por Quentin Tarantino en Reservoir dogs’ (1992). En general, y con sus licencias, Stone crea una historia atractiva con inclusión de finos toques de humor en momentos puntuales.

Un aspecto importante es cómo se dibuja a los personajes. Los cuatro secuestradores son tipos aparentemente normales y lo que les convierte en delincuentes fríos y calculadores no es su peinado, su ropa o el vocabulario. Para entendernos, tomemos esta película y su remake, y a continuación comparemos el personaje de Robert Shaw con el de John Travolta. El primero es un tipo normal vestido únicamente con una gabardina. El segundo es un marrullero con malas pintas al que nadie le pediría ni la hora. Esto sirve para comprobar que en los setenta, y a diferencia de lo que ocurre hoy, en la mayoría de películas no se marcaba con luces de neón quién era el villano, sino que se dejaba al espectador la labor de pensar un poco y sacar conclusiones por sí mismo.

Casi tan importante como el guión es el reparto escogido. El peso principal recae lógicamente en Walther Matthau y Robert Shaw. El primero interpreta magistralmente al típico policía cincuentón y experimentado. Un tipo con ese punto de fina ironía que caracterizaba al actor. Queda muy claro que un cómico como él podía cambiar de registro cuando quisiera. Por su parte, Shaw encarna al temible y calculador jefe de la banda en una de sus mejores interpretaciones. Como secundario de lujo tenemos a un Martin Balsam en la piel del típico ex-empleado rencoroso y con un molesto resfriado que tendrá una irónica y crucial importancia. Es de justicia decir que los otros dos secuestradores que acompañan a Shaw contribuyen a imponer la atmósfera amenazante que reina en el vagón. En especial Héctor Elizondo.

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Hay un aspecto de la película que abarca cierta crítica y análisis social. Esto lo notamos no sólo en el alcalde que sólo piensa en los votos sin importarle las vidas, sino diseccionando la sociedad norteamericana de por aquel entonces. Y es que los personajes que vemos en el vagón secuestrado no son los que son por casualidad o por caprichos del guionista. El jefe de la banda es un mercenario que se ha quedado sin trabajo y busca dinero fácil. El “señor Verde” es un ex-empleado del metro que busca vengarse del mal trato recibido por la empresa. También tenemos a una pasajera claramente feminista que sólo por eso ya es tratada de mujerzuela por los secuestradores. Además hay un negro que simboliza una América aún reacia a la integración racial. Son sólo algunos ejemplos, pero casi nadie del vagón es un simple ciudadano más.

David Shire se encarga del apartado musical creando una mezcla de ritmos multiculturales y funk. Su música ayuda a recrear el bullicio y la diversidad de una ciudad como Nueva York. Hay que decir que sus composiciones en esta película le valieron dos Grammys. Una vez más se hace patente la evolución, o degeneración según se vea, que ha sufrido el cine en algunos campos. En el de las bandas sonoras soy de los que opinan que la cosa ha ido claramente a peor. Actualmente domina la estridencia y el estallido de colores y cada vez hay menos sitio para buenos temas.

Conclusión.
Finalizo esta crítica de Pelham 1-2-3, todo un clásico de acción y el thriller de los setenta. Además de la sobriedad y ese tono desenfadado que posee, es una de esas películas que por mucho tiempo que pase seguirán vigentes para poder disfrutar de ellas. Seré franco, aquí no encontraremos el efectismo de las películas actuales ni un derroche de pirotecnia ni efectos especiales. Pero sí podremos pasar un rato entretenidísimo con una historia muy bien contada y resuelta de forma sorprendente.

Tráiler de Pelham 1-2-3

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