La justicia del ninja
Comparte con tus amigos










Enviar

A principios de los ochenta el género de las artes marciales comenzaba a ponerse muy de moda en occidente. No eran pocos los niños que ya no aspiraban a ser Sheriffs, sino que querían ser ninjas. Y la culpa la tienen películas como la que vamos a comentar. Films que, con una trama muy simple y un presupuesto ajustado, aprovecharon la legendaria figura del ninja para abrirse paso en el mercado cinematográfico. Hoy sabremos cómo de implacable puede llegar a ser ‘La justicia del ninja’.

«Amigo mío, un ninja no asesina. Elimina para defenderse” (Cole)

Crítica de La justicia del ninja

Con esta película, el productor Menahem Golan iniciaba una trilogía que marcaría un antes y un después en el género de las artes marciales. Estas cintas contribuyeron, en gran medida, a popularizar la figura del ninja como personaje cinematográfico. Menahem Golan fue toda una eminencia en el cine de serie B. Un hombre que, a lo largo de su vida, produciría películas para actores de la talla de Sean Connery, Sylvester Stallone, Charles Bronson o Jean-Claude Van Damme.

En el caso de ‘La justicia del ninja’, el amigo Golan se pasa también a la dirección. Si bien lo que tenemos delante no requiere de demasiadas habilidades. Ya no sólo hablamos de una película de bajo presupuesto, sino de un género que por entonces comenzaba su singladura. Todo esto explica las numerosas cantadas que contiene el film. Vamos, que hay katanas, bombas de humo, shurikens,… Pero olvidémonos de puestas en escena, montajes sublimes y otros conceptos técnicos que aquí brillan por su ausencia.

El título puede llegar a ser algo engañoso. En realidad sólo vemos ninjas al principio y al final de la película, el resto del metraje el protagonista reparte leña en mangas de camisa y sus enemigos son básicamente una banda de mafiosos. Es en los primeros quince minutos de película donde observamos al protagonista con la tradicional indumentaria ninja y empleando todo tipo de armas exóticas… Pero ojo, ¡va de blanco! Lo cual chirría bastante porque no es el color más apropiado para un maestro del sigilo. Por increíble que parezca, otros ninjas rizan todavía más el rizo y visten de ¡rojo chillón! No es de extrañar que ante semejante despiporre cromático decidieran prescindir del tema durante la mayor parte de la película. En cualquier caso, si tuviéramos que corregir todos los errores históricos que giran alrededor de los ninjas en este film ¡necesitaríamos varias páginas!

El actor escogido para protagonizar esta película fue Franco Nero, un hombre curtido en el spaghetti western. Si ya de por si sorprende que el encargado de dar vida a un ninja fuera un actor con una dilatada experiencia rodando westerns… encima esto presentaba un problema evidente: ¡no puedes poner a picar cebolla a un manco! Así pues, se optó por emplear a un coreógrafo y artista marcial de nombre Mike Stone para doblar a Franco en las escenas de lucha. El resultado deja un sabor agridulce. En los planos lejanos la cosa cuela, pero como se suele decir: «en las distancias cortas es cuando un hombre se la juega». En fin, al menos Franco Nero le pone unas ganas tremendas y posee un innegable carisma como actor que el personaje agradece.

Un punto a favor es que para encarnar al malo de turno se decidieran por un experto en artes marciales como Sho Kosugi, que debutó con esta película y alcanzó una gran popularidad entre los aficionados al género. Kosugi participó también en las dos siguientes entregas de la trilogía y se convirtió en un icono del género. Aunque no era un experto en ninjitsu consiguió convencer al público gracias a su dominio de las artes marciales. Y otro villano a tener en cuenta es el excéntrico capo interpretado por el veterano Christopher George. La lástima es lo tremendamente desaprovechado que está. George básicamente se limita a soltar algún que otro comentario gracioso como si de una autoparodia se tratara.

Conclusión.
Concluyo esta crítica de La justicia del ninja, una película bastante mediocre… pero que, sorprendentemente, consigue ofrecer todo aquello que un fan de las artes marciales podía pedir allá por los ochenta. Tiene las suficientes escenas de lucha, sablazos y mutilaciones que podamos desear. Lógicamente, y al mismo tiempo, adolece de un guión bastante previsible y unos diálogos muy pobres. Lo curioso del caso es que, pese a todos sus defectos, consigue elevarse por encima de la mayoría de películas del llamado ninja exploitation que aparecerían en años posteriores.

Tráiler de La justicia del ninja

Escucha nuestro podcast