El último hombre vivo
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En los años setenta la sociedad vivía bajo el miedo a un conflicto nuclear. Eso motivó que se realizaran numerosas producciones que retrataban un escenario post-apocalíptico. Uno de los iconos indiscutibles de aquellos años fue Charlton Heston. Después de haber aniquilado a egipcios y romanos en varias películas decidió pasarse a la ciencia-ficción. En esta ocasión nos encontramos ante una de esas cintas que resultan difíciles de clasificar, sobre todo teniendo en cuenta que está basada en una obra cumbre del género como es la novela ‘Soy leyenda’ de Richard Matheson. Así que entremos en materia porque hay bastante tela que cortar en ‘El último hombre vivo’.

«Construid ataúdes. Es todo lo que vais a necesitar” (Robert Neville)

Crítica de El último hombre vivo

Antes de comentar la película creo que es importante conocer un poco los antecedentes y la obra en la que se basa. Resalata que Richard Matheson es de los pocos escritores de ciencia-ficción que merece ser nombrado junto a otros genios como Assimov o Bradbury. No en vano tiene en su haber obras del calibre de El hombre menguante’ y guiones de películas más que dignos. Pues bien, en 1954 Matheson publicó Soy leyenda’, una novela que relata las vicisitudes de un hombre que ha sobrevivido a una epidemia en Los Angeles. El resto de habitantes se divide en dos grupos: los que han sido infectados por el virus y los que han resucitado gracias a él. Estos últimos comparten los síntomas de lo que sería un vampiro.

La novela relata, en gran parte, la lucha diaria de Neville contra los vampiros. Además trata de ofrecer una explicación científica para el vampirismo, pero lo más significativo es la vertiente psicológica. Neville enloquece al vivir apartado de otros seres humanos y emprende un camino marcado por la desesperación y la autoaceptación. Al final, la novela se convierte en un alegato que pone en tela de juicio el humanismo y la supervivencia de la especie.

No habría de pasar mucho hasta que alguien decidiera realizar una adaptación cinematográfica de la obra. Al principio el propio Matheson se encargó del guión, tal como hiciera con El diablo sobre ruedas (Steven Spielberg,1971). Desgraciadamente el proyecto quedaría aparcado. Todo hasta que en 1964 se estrenaba El último hombre sobre la tierra’ con Vincent Price como protagonista. Sin duda fue la mejor versión que se ha realizado, incluyendo la que nos ocupa y ese invento que protagonizó Will Smith hace algunos años.

Retomando la introducción de esta review, la moda del miedo nuclear y el auge de los films post apocalípticos propició que se decidieran a rodar ‘El último hombre vivo’ con una evidente influencia del subgénero zombie. Un subgénero en alza gracias a La noche de los muertos vivientes’ (George A. Romero, 1968). En esta ocasión, Matheson se desligó del proyecto, y es por ello que apenas hay referencias fieles a la obra original. No hay vampiros ni carga filosófica. Por su parte, Neville acaba convertido en un tipo exhibicionista y fascistoide. Un sujeto que disfruta dando caza a los infectados de día y recordando la grandeza de la sociedad capitalista por las noches.

En ‘El último hombre vivo’ tampoco se profundiza en la personalidad de Neville, ni en cómo afecta el aislamiento al ser humano. Y, por supuesto, se nota una pobre tarea de documentación en tanto en cuanto los infectados parecen mutantes más que víctimas de un virus. En resumen, la película desvirtúa la novela original y todo queda reducido a un film de serie B de bajo presupuesto. La música, que corre a cargo de Ron Grainer, tampoco acompaña y le quita enteros a la película restándole tensión. Pero la verdad es que esa mezcla de música funk y jazz no hace otra cosa que confirmar lo rara que es esta cinta.

El padre de la criatura fue Boris Sagal, un director que algunos recordaremos por series de televisión como Colombo’, ‘Masada’ o ‘La dimensión desconocida’. En esas lides se movía como pez en el agua, pero en la gran pantalla se ahogaba. De hecho, pocas más películas llegó a hacer después de esta. No es que la culpa sea sólo suya, a fin de cuentas los recorridos diurnos de Neville por la ciudad y los tiroteos son cuanto menos entretenidos de ver. Pero el triste retrato que realiza de este superviviente, que parece que lo esté pasando pipa cuando en realidad debería sentirse deprimido y solo, demuestra sus carencias creativas como director.

Evidentemente, el guión escrito por los Corrington, John y Joyce, también es culpable. Los guionistas no se molestan en profundizar en la personalidad de los personajes y en cómo les afecta la situación. Además añaden situaciones realmente absurdas, por ejemplo: unas criaturas que no toleran la luz y, sin embargo, montan unas hogueras impresionantes cada noche ante la casa de Neville. Así las cosas, se convierte a Neville en un hombre que se pasea por la ciudad con una sorprendente alegría y que encima no busca bombas potentes. Por si fuera poco, también está el tono religioso que destila el film. Ahí tenemos a la comunidad de infectados que acaban uniéndose en una especie de hermandad donde todos llevan túnicas negras… y el tratamiento que recibe Neville convirtiéndose en la viva representación de la redención humana con referencias explícitas a la crucifixión, para que no haya dudas.

No obstante lo anterior, el film también introduce ciertos conceptos e ideas que me parecen cuanto menos interesantes. Ahí está el ejemplo de los peligros de la tecnología aplicada a fines militares, o el riesgo potencial que suponen cierto tipo de sectas. Por otra parte esta película tiene ese particular encanto de las producciones raras e inclasificables, sobre todo cuando pertenecen a los años setenta y tocan el género post-apocalíptico.

En el apartado interpretativo se necesitaba contar con un actor con gancho. Para ello recurrieron a un maduro Charlton Heston como Robert Neville. El resultado es agridulce, y lo digo yo que soy fan del actor. Por una parte consigue dotar al personaje de la dureza y vigor propios de alguien atrapado que lucha por sobrevivir. Pero, por otra parte, cae en graves excesos, ya sea en la vertiente violenta y fascistoide del personaje, o bien por el exhibicionismo del que Heston hacía gala en cada película. En mi opinión se trata de una cuestión de perfil erróneo. Un problema que se repite aún hoy en día. Y es que hay actores que, por famosos o buenos que sean, no sirven para todo tipo de papeles. Charlton Heston era uno de ellos.

El resto de actores apenas merecen una mención especial puesto que el peso del papel recae sobre la figura de Neville. La gran mayoría de secundarios apenas tienen tiempo de lucir ningún tipo de talento. Los únicos que pueden aportar algo son Anthony Zerbe y Rosalind Cash. El primero como líder de la secta pseudoreligiosa apodada «la Familia», un grupo que se encarga de acosar cada noche a Neville con la intención de acabar con el último vestigio de una civilización que aborrecen. Y Rosalind como mera excusa para endosarnos un romance que ningún espectador se llegará a creer… pero que en su momento tuvo su morbo al ver a un tipo ultra-conservador como Heston manteniendo una relación sentimental con una coprotagonista negra,

Conclusión.
Termino esta crítica de El último hombre vivo, una película película que hay que verla y valorarla como un producto de su tiempo. Es cierto que los infectados son poco amenazantes y que la actitud de Neville es excesivamente despreocupada, pero sus correrías disparando con saña a un montón de encapuchados también tienen su punto. Finalmente, de lo que no hay duda es que ver este film es una experiencia que puede resultaros divertida o aborrecible. En vuestras manos lo dejo.

Tráiler de El último hombre vivo

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