Sherlock Holmes: Juego de sombras
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Tras sólo un año de espera después de ‘Sherlock Holmes’, llegó a nuestras pantallas la secuela. Si bien en la primera película ya pudimos hablar de excesos, no cabe duda de que en ‘Sherlock Holmes: Juego de sombras’ Guy Ritchie consiguió rizar el rizo. Porque con esta segunda película todo aquello que aún podía recordarnos al detective más famoso de la historia quedó totalmente eclipsado. Aquí se dio paso a una pirotecnia visual en ocasiones descontrolada.

«Los malvados hacen el mal porque pueden» (Sherlock Holmes)

Crítica de Sherlock Holmes: Juego de sombras

Cuando comenté Sherlock Holmes ya di mi sincera opinión sobre Guy Ritchie. También me pronuncié sobre lo peligroso que me parecía darle una película como esa a un director como él. Y también remarqué que no era sólo un problema de dirección, sino que una película que relate las aventuras de Sherlock Holmes requiere una atmósfera y un tono muy concretos. No basta con pintarnos una hermosa ciudad de la época victoriana. La esencia misma de la obra original es lo único que otorga grandeza al conjunto, prueba de ello es la serie Sherlock’ donde la acción se sitúa en pleno siglo XXI y que, sin caer en el efectismo visual, mantiene intacto el espíritu de los personajes de Conan Doyle. Ya dije en su momento que el estilo frenético y caótico de Ritchie eran un lastre y con esta segunda entrega me reafirmo totalmente.

Y me reafirmo porque en esta segunda cinta podríamos decir que se ha vuelto a caer en ciertos errores e incluso algunos se agravan. En ‘Sherlock Holmes’ constatamos, con alivio, que el ritmo no era tan frenético y acelerado como cabía esperar con Guy Ritchie manejando el timón, pero en esta segunda película sí lo es. En esta ocasión, Ritchie se desmelena totalmente desplegando toda su artillería. Voces en off, secuencias en slow motion, explosiones y pirotecnia… ¡Todo multiplicado por diez!

Así pues, la artillería de Ritchie se convierte en algo repetitivo que deja de estar al servicio del film para convertirse en el eje alrededor del cual todo gira. Un ejemplo muy sencillo es esa peculiar forma de pelear que tiene Holmes: primero nos narran lo que va a hacer y luego lo vemos en acción. Una vez vale, dos también. Incluso tres. Pero ¿más? Con la ingeniosa habilidad de Holmes con los disfraces sucede lo mismo. Si en la primera entrega se disfrazaba un par de veces, aquí parece que se haya convertido en Mortadelo. En líneas generales parece que Ritchie pensara: «Voy a hacer lo mismo que en la primera, pero más aún». Y para bien o para mal lo consigue. Por si fuera poco se apoya en un montaje casi disparatado que no resistiría un examen minucioso.

Ahora bien, no toda la responsabilidad es de Guy Ritchie. Otro problema es el guión, que acabó en manos de Kieran Mulroney y su mujer. ¿Y quiénes son estos? Pues los conocen en su casa, así de claro. Yo soy de los que piensan que cuando uno pretende hacer una película de estas dimensiones es importantísimo encargarle el guión a alguien competente, con experiencia y, sobre todo, con talento. Y… ¿Qué tenemos aquí? Pues una trama simplona y vacía de contenido. Un argumento que requeriría más tiempo del disponible para alcanzar su fin, algo que repercute en un claro atropellamiento de sucesos. Es fácil que a mucha gente puedan pasarles por alto todos estos fallos porque el conjunto está hábilmente camuflado por un impresionante diseño de producción y una soberbia puesta en escena. Pero repito, es todo un espejismo, tras la pirotecnia y el efectismo no hay nada.

Nuevamente la trama cuenta con el dúo formado por Robert Downey y Jude Law para aguantar el invento. Pero en esta ocasión el personaje de Sherlock Holmes también se suma a los excesos. Todo aquello que en la primera película era gracioso o incluso ocurrente se transforma ahora en cargante. Sí, seguimos viendo una serie de guiños dirigidos a contentar a los fans de las novelas de Conan Doyle, pero se nota cierta dejadez en este aspecto. Downey consigue ofrecer un personaje extravagante, pero rizar el rizo tiene sus consecuencias y lo visto en pantalla no me gustó. Lo poco que quedaba de Sherlock Holmes queda eliminado. Ahora sólo hay un clon que se autoparodia y que, casualmente, tiene grandes dotes deductivas. Por su parte, Jude Law repite como Dr. Watson. En su caso sigo pensando que escoger a otro actor hubiera sido mejor opción.

Un personaje que sí mantiene el tipo es el de James Moriarty, interpretado con sobriedad por Jared Harris. Es curioso porque, a lo largo de las sesenta aventuras del famoso detective, Moriarty sólo aparece en dos. Sin embargo, el estatus alcanzado por este genio del crimen es comprensible. En cualquier caso, el personaje está muy bien dibujado, tanto que se hace raro verle en esta película. También hace un gran trabajo Paul Anderson en el papel de Sebastian Moran, el lugarteniente de Moriarty. Interesante el papel de Stephen Fry dando vida al hermano de Sherlock Holmes, aunque no quiero saber quién tuvo la pajarera idea de hacerlo ir en pelotas delante de sus invitados. Finalmente, quizás el personaje más desaprovechado de todos sea el de Madam Simza interpretada por Noomi Rapace.

Antes he elogiado el diseño de producción y hay motivos para ello. Junto con los efectos visuales es lo que más se salva de esta película. La recreación de Londres vuelve a ser magnífica. No obstante, esta vez Guy Ritchie opta por darle un toque retrofuturista a la ciudad. Esto chirría bastante teniendo en cuenta que la historia se ubica a finales del siglo XIX. Para entendernos, tiene cierto regusto a esa maravilla dirigida por Otomo que es Steamboy’. Otras localizaciones como Berlín o París no se quedan atrás. En cuanto a las célebres cataratas de Reichenbach decir que no tienen mucho que ver con las de verdad pero tampoco importa.

El apartado musical vuelve a correr a cargo de Hans Zimmer, un magnífico compositor. Nuevamente se recrea con una serie de temas que acompañan el drama y la acción. Tal como comentamos en la anterior película algunos de estos temas son estridentes y demasiado chillones siguiendo la ola de excesos creada por Ritchie. También se reciclan viejos temas, como uno que Ennio Morricone compuso para Dos mulas y una mujer’ (Don Siegel, 1970) y que en este caso viene como anillo al dedo.

Conclusión.
Finalizo esta crítica de Sherlock Holmes: Juego de sombras, una secuela que es más de lo mismo. Guy Ritchie no arriesga y opta por repetir fórmula potenciando los excesos y el histrionismo. El resultado es una película disparatada que gustará a los que disfrutaron de la anterior pero que se hará insoportable para los que no salieron demasiado contentos. En mi caso me encuentro en aguas neutrales. Considero que estamos ante una película entretenida pero que, en casi todos los aspectos que la conforman, aprueba pero no va más allá. Esto no es Sherlock Holmes, es otra cosa.

Tráiler de Sherlock Holmes: Juego de sombras

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