Ocho apellidos vascos
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Un galán sevillano enamorado de una ruda y hermosa vasca. Un viaje a Euskadi en busca de un amor imposible. Una interminable farsa que desembocará en incalculables consecuencias que le cambiarán la vida para siempre. Esto es… ‘Ocho apellidos vascos’.

Crítica de Ocho apellidos vascos

Confieso que nunca he sido un gran admirador de las comedias patrias. Básicamente porque la gran mayoría de ellas siempre me han parecido forzadas, casposas, insulsas y poco atractivas. Por no mencionar aquellas en las que el mal gusto y la grosería predominaban por encima de cualquier otra característica, algo de lo que Santiago Segura sabe o sabía mucho…

Pero en los últimos tiempos esta percepción ha comenzado a desvanecerse a tenor de propuestas más que divertidas y dignas. Propuestas como, por ejemplo, las muy cachondas ‘Pagafantas’ (Borja Cobeaga, 2009) y ‘Fuga de Cerebros’ (Fernando González Molina, 2009). También destacan las más interesantes comedias de terrorLobos de Arga (Juan Martínez Moreno, 2011) y ‘Las brujas de Zugarramurdi’ (Álex de la Iglesia, 2013), por citar sólo algunas. Algo estamos haciendo mejor, sin duda.

No obstante, y pese a esta mejora cualitativa que el cine español ha mostrado últimamente en el género de la comedia, reconozco que me mostré ciertamente reticente al visionado de ‘Ocho apellidos vascos’. La película no lograba captar mi atención lo más mínimo. Pero debo de admitir que, dado el inmenso número de espectadores que hicieron cola en los cines por ver esta propuesta del realizador Emilio Martínez-Lázaro, me picó la curiosidad y accedí a darle una oportunidad. Eso sí, con cierta desgana y muchas dudas. Tampoco sabía absolutamente nada del argumento y no había visto un mísero tráiler. O lo que es lo mismo: llegué a su visionado totalmente virgen y más limpio que una patena en lo que a información se refiere.

Pues bien, llegados a este punto, debo de admitir que me topé con una de las grandes sorpresas del 2014, algo que ni imaginaba. Porque la película protagonizada por unos sensacionales Clara Lago, Dani Rovira, Carmen Machi y Karra Elejalde es, ni más ni menos, aquello que ansiaba encontrar en una comedia nacional desde hacía tiempo: una cinta inteligente, desternillante, divertida y, lo más importante, arriesgada y atrevida. Esto último a tenor de los conceptos y temas que tanto el realizador, Martínez Lázaro, como el guionista, Borja Cobeaga (curiosamente también el realizador de la citada ‘Pagafantas’), tratan en el guión. Un script «sin pelos en la lengua» ni medias tintas. No es especialmente usual satirizar determinadas temáticas con el valor y la desfachatez de Lázaro y Cobeaga.

Y es que la comedia española siempre ha tendido a maximizar y exagerar las tendencias sociopolíticas del momento, en algunas ocasiones con mejor suerte que en otras. En ‘Ocho apellidos vascos’ dichas tendencias se encuentran llevadas al extremo de un modo exageradamente satírico y paródico. Algo que, en un principio, cuesta asimilar, dado el descaro con el que Lázaro trata en pantalla temas tan peliagudos como: el independentismo vasco, ETA y el nacionalismo. Por supuesto, sin dejar de lado su visión sobre la extrovertida cultura andaluza, concretamente la sevillana y todo el jolgorio que la rodea.

Cuando señalo que, en un principio, cuesta asimilar la película, me estoy refiriendo a que el realizador estereotipa intencionadamente diferentes culturas de un modo tan directo, desvergonzado y burlón que, seamos realistas, resulta imposible no dejarse hipnotizar por ello. A la vez que resulta inevitable pensar si la cinta podría agredir u ofender la sensibilidad de determinados sectores provinciales. Porque, en pocas ocasiones, se ha satirizado en pantalla un problema tan radical y grave como el que tiene lugar en España desde hace décadas. Del mismo modo, rara vez se ha parodiado la supuesta animadversión entre la cultura vasca y la andaluza de un modo tan festivo y directo.

A grandes rasgos, la trama de esta divertidísima comedia nos narra la historia de Rafa (un Dani Rovira que rápidamente se gana la simpatía del espectador gracias a una interpretación rebosante de «salero» y «arte»), un andaluz de pura sangre que, tras pasar una noche loca con una hermosa pero desapacible vasca llamada Amaia (interpretada por una espléndida Clara Lago), la cual se encuentra de visita en Sevilla en contra de su voluntad, decide ni corto ni perezoso viajar hasta Euskadi para devolverle su bolso al habérselo dejado olvidado en su casa.

La aventura de Rafa le provocará muchos problemas. El principal surgirá cuando Amaia logra convencerle para que se haga pasar por su futuro marido con tal de no defraudar a su padre. Un progenitor que es un rudo marinero cuya relación con su hija no pasa por su mejor momento. En ese instante, Rafa no sólo deberá hacerse pasar por un vasco «de pura raza», sino también demostrar su fidelidad al pueblo vasco y a la propia Amaia. Todo esto a través de una serie de obstáculos que el padre de la muchacha, Koldo (Karra Elejalde) le pondrá en el camino.

La interminable espiral de engaños, embustes y simulaciones que Rafa deberá soportar para sorprender al padre de Amaia son uno de los puntos fuertes. Además, la película está sustentada por unos diálogos espléndidos fruto de un guión repleto de efectivos chistes y gracietas. Por su parte, la narración resulta muy dinámica. Y, finalmente, las interpretaciones resultan sólidas y divertidas, especialmente las de Clara Lago y Dani Rovira. Si hay algo que podemos sacar en claro de todo este asunto es que Martínez-Lázaro nos induce a tomarnos con un poco más de humor los problemas de la nación. Para ello nos ofrece una comedia que, sin tapujos ni rodeos, se ríe de sí misma, se ríe de los vascos y de los andaluces. También se ríe del Euskera y del acento sevillano. En definitiva, se ríe de todo aquello que ha sido y es objeto de debate permanente.

En resumidas cuentas.
Concluyendo con esta crítica de Ocho apellidos vascos, dejen a un lado los prejuicios con respecto al cine español y visionen sin miedo este film. No se arrepentirán ya que la película logra, sin muchos problemas, sacarnos una carcajada tras otra. Siempre de un modo elocuente e inteligente al mismo tiempo que imprudente y osado. Esto último, sin duda, su mayor logro y su mayor reclamo.

Tráiler de Ocho apellidos vascos

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