El libro de Eli
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Denzel Washington vuelve a deleitarnos con otra de sus actuaciones marca de la casa. Ahora encarna a un personaje muy cercano en espíritu a los ya interpretados en ‘Fallen’ y ‘El fuego de la venganza’. Su némesis es nada más y nada menos que Gary Oldman. Los Hermanos Hughes dirigen a cuatro manos… ‘El libro de Eli’.

«No es sólo un Libro, es un arma» (Carnegie)

Crítica de El libro de Eli

Empecemos por aclarar un punto tremendamente importante: ‘El libro de Eli’ tiene fondo y muy marcado. Estamos ante un largometraje que lanza un mensaje claro y propone desde casi su comienzo un reto al espectador. El reto de creer en lo que el film te cuenta: o entras a su juego o mal vamos. Porque entre tollinas, amputaciones, salvajadas varias, mujeres ciegas usadas como cebo y los Hermanos Hughes jugando a ser el culmen de lo cool con esa apertura tan hipnótica como luego obviada… entre todo eso y más, hay una oda al misticismo.

Aquí seguimos a un hombre sin pasado. Un hombre que ve como una voz interior le dice: cogerás tus bienes y recorrerás la tierra con destino al Oeste, allí tu destino te será revelado. Eso es ‘El libro de Eli’. Lo que viene luego son las consecuencias lógicas que devienen cuando un tipo tranquilo que esconde una máquina de matar imparable entra en acción. Y, entre medias, la desatada actuación de Gary Oldman. Atención a los duelos verbales con Eli y al abanico de gestos que Oldman le copió a Mickey Rourke. El resto de los actores apenas llaman la atención. Ni tan siquiera Mila Kunis, en el típico personaje que si o si tiene que estar presente en estas cintas. Además, Kunis tiene a su cargo unos imposibles minutos finales que rompen con la imagen dada en el resto del metraje y pecan de forzados.

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De este modo, ‘El libro de Eli’ queda a merced del empuje que Denzel Washington le da a su personaje. Y Denzel cumple sin llegar al nivel de sus recitales memorables en ‘Training Day’ (Antoine Fuqua, 2001) oEl fuego de la venganza’ (Tony Scott, 2004). Por citar algunas cintas cercanas al estilo visual que los Hughes imprimen al relato. Un relato que bascula entre lo cool (su apertura, su tono, las formas chulescas del héroe) y lo rudimentario (las escenas de acción están filmadas a la vieja usanza, mostrando en todo momento lo que acontece en pantalla).

Así, entre un guión que se ve lastrado por su empeño en no desvelar la sorpresa de cuál es el contenido del libro, y las habilidades de su protagonista, se van mezclando set pieces de acción de una agradecida violencia. Ver a un hombre de más de cincuenta años, sin experiencia previa en las artes marciales como Washington, repartir de esa forma es de antología. Escenas de acción en las que no se escatima en sangre. Y escenas en las que se deja ver sin bruscos movimientos de cámara quién golpea, dónde golpea y las consecuencias de sus golpes.

Entre medias de lo anterior tenemos la presentación de unos personajes que están de pasada por el film. Me refiero a los moradores caníbales. Unos seres humanos (en su mayoría hombres) que usan como cebo a mujeres ciegas para tender trampas a sus semejantes. Sus víctimas son preferiblemente hombres, si son mujeres ya se imaginarán que antes de matarlas… las violan. Estos buitres inhumanos se distinguen por un tembleque que los delata y por sus asquerosas pintas de carroñeros. Lástima que no tuvieran más presencia en la cinta.

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Otro punto interesante es el hecho de que el medio para comprar bienes sea el intercambio. Para comprar agua, por ejemplo, Eli la cambia por unos guantes y una especie de pañuelo palestino. Esto es una constante porque en este nuevo mundo no existe el dinero. Además, y como en toda cinta apocalíptica que se precie, el agua, la gasolina y los víveres escasean. Y claro, la mayoría están controlados por el tirano y auto-proclamado señor del pueblo de turno. En este caso, Carnegie.

Carnegie es un personaje que aparece ante nuestros ojos de forma memorable. Lo conocemos cuando le son entregados unos libros por los motoristas. También tiene otras escenas destacadas como cuando lava el pelo de Claudia o cuando observa a Eli combatir con sus esbirros. En pantalla lo interpreta Gary Oldman, cambiando nuevamente de registro por enésima vez. Oldman demuestra su tremenda versatilidad como actor y su don para componer villanos inolvidables. Aquí tomando incluso prestada la cara y hasta el peinado del ya citado Mickey Rourke.

Su mano derecha es Ray Stevenson, el último Castigador cinematográfico. A Stevenson le basta su imponente físico para componer por sí sólo el tipo duro que debe ser Redridge. A destacar también el cameo del músico Tom Waits, que nos deleita con un extraño personaje secundario: el ingeniero, propietario de la tienda del pueblo. Finalmente, mención también para el gran Michael Gambon.

En resumidas cuentas.
Finalizo esta crítica de El libro de Eli, una producción importante (80 millones de $) que opta por jugar en las ligas de la serie B. Y es ahí donde reside su espíritu. No estamos ante un film que aspirase a mucho más que a entretener y, de paso, meter con calzador un mensaje demasiado moralista. Contiene pequeños instantes de gran cine, pero también demasiados agujeros de guión. No hace falta dar todo mascado al espectador, pero tampoco obviar detalles porque sí. En esta cinta o falta metraje o el guión nunca pasó de ser una idea interesante de no más de 50 páginas. Artes marciales, apocalípsis y credo no casan fácilmente…

Tráiler de El libro de Eli

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