Vampiros en el cine
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Una habitación tranquila en una noche cualquiera. Prisionera de un profundo sueño, la víctima no percibe la suave brisa nocturna que anuncia la llegada de una criatura ávida de sangre… Esta es quizás la imagen más recurrente en el cine de vampiros y no son pocas las películas que la han empleado para transmitir la misma esencia del terror. Desde que en 1897 Bram Stoker publicara su novela ‘Dracula’, este subgénero de terror cuyas raíces se remontan al cine mudo ha sufrido una evolución que vamos a intentar analizar.

«Entre usted libremente y por su propia voluntad”.-Dracula.

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El mito del vampiro.
Sería un error empezar a hablar de cine y vampiros sin viajar primero a los orígenes de esta criatura que durante siglos aterrorizó a medio mundo. Una buena forma de hacerlo es remontarnos a los cuentos y leyendas conocidas para poder valorar adecuadamente la forma en que se ha adaptado a la gran pantalla a lo largo de los años. Observaremos que aunque la figura del vampiro ha sufrido distintas variaciones y enfoques, hay una esencia básica que permanece inmutable, o al menos debería.

El origen de este ser lo encontramos en antiguos relatos e inscripciones, en ocasiones referido a la lucha entre los hombres y los dioses, y precisamente el primer relato conocido proviene del antiguo Egipto: Se cuenta que en un pasado remoto los hombres decidieron rebelarse y derrocar a los dioses. El dios supremo Ra, al enterarse de ello, se reunió con el resto de divinidades para encontrar una solución. Fue entonces cuando acordaron llamar a Sekmet, la diosa leona cuyo poder no tenía rival, para que pusiera orden entre los hombres y acabara con la rebelión. Sekmet castigó a los culpables matándolos y bebiendo su sangre, pero cuando los dioses decidieron que el castigo ya era suficiente no pudieron pararla porque se había vuelto adicta a la sangre humana. La única salida fue engañarla dándole a beber una mezcla de vino y plantas mágicas que consiguieron aplacar su sed.

En la cultura clásica romana también encontramos referencias al mito del vampiro, en este caso la figura de las Estriges, que Ovidio describía como «mujeres aladas con garras de rapaces que se alimentan de la carne y la sangre de los recién nacidos».
Los griegos también tenían su propio chupasangres, la Lamia, una mujer que seducía a los hombres con su belleza para después devorarlos y beber su sangre. Incluso hay referencias de bestias como el Jaracaca brasileño que se alimentaba de leche materna, otro fluido vital…
¿Por qué comento todo esto?. Porque estamos ante un mito que puede variar sustancialmente pero manteniendo unas particularidades comunes. Si bien en la mayoría de casos nos encontramos con seres híbridos o animaloides, en las leyendas eslavas y balcánicas que nos son más cercanas, la figura del vampiro adquiere forma totalmente antropomórfica por razones puramente religiosas y contextuales. Precisamente aquí nos topamos con el mito mesopotámico de Lillith, que en cierta forma representa la figura del vampiro en su estado más puro, alejándolo de las deformaciones sufridas a manos de novelistas. Lillith fue una figura que influenció y de qué manera en las creencias populares y en la forma de entender el vampirismo.

Bien, en cualquier caso tengamos en cuenta que las historias de vampiros que más conocemos se originaron en Europa, sobretodo en la parte oriental, y posteriormente se difundieron a lo largo de Asia, incluyendo las tierras de los Cárpatos donde Bram Stoker ambientó su famosa novela.
En aquellos años la figura del vampiro carecía de romanticismo alguno y se presentaba a esta criatura de la noche como un ser abyecto y malvado, muy unido a las creencias cristianas y el paganismo que aún subyacía entre la población. Fue precisamente el folklore cristiano el que ligó este ser al mal y al concepto de inmortalidad, convirtiéndolo en un enemigo más de la Iglesia. De hecho una de las mejores definiciones de vampiro la daba el abad Agustín Calmet en 1746 cuando en un tratado los llamó «revinientes», es decir, cuerpos que se levantan de su propia tumba en busca de sangre. Es esta versión la que más ha arraigado en el imaginario colectivo, y creo que este es un buen punto de inicio para empezar a abordar la figura del vampiro como personaje de ficción.

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Construyendo el personaje.
Es evidente que el vampiro como ser sobrenatural que bebe sangre y goza de inmortalidad no existe, pero creer lo contrario en el pasado podía ser en cierta forma justificado.
Por una parte eran tiempos donde hacían estragos cierto tipo de enfermedades como la rabia, la peste o la porfiria cuyos síntomas podían parecer propios de un vampiro, tales como fotosensibilidad, palidez extrema, deformidad facial o incluso intolerancia al ajo. Y por la otra había la existencia real de personajes históricos cuyos horribles actos despertaron el terror entre sus contemporáneos, llegando a crearse una verdadera leyenda negra a su alrededor. Dos casos de sobras conocidos son los de Vlad Tepes y la condesa Elizabeth Bathory, el primero un consumado sádico y la segunda una desequilibrada que pretendía conservar su juventud bañándose en la sangre de doncellas.
Si nos atenemos al folklore y a las leyendas que he comentado al principio, la figura del vampiro va estrechamente ligada a dos conceptos muy concretos: la absorción de energía vital y la eternidad. Eso sí, no hay que olvidar que la Iglesia metió mano en el asunto aprovechando la ignorancia del populacho, demonizando a los vampiros y convirtiéndolos por tanto en seres nocturnos que abjuraban ante cruces o agua bendita. Pero digamos que ese es un aspecto puramente contextual que no tiene por qué ser extensible a otras culturas.
Otro elemento propio de los vampiros es lo que llamamos «sumisión jerárquica», que no es ni más ni menos que el hecho de que un vampiro maestro muerda a otro humano, éste muera y quede convertido en un vampiro que depende del maestro para poder sobrevivir. Ese es un punto que en el cine ha sufrido variaciones, en parte debido a la literatura.

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El primero en abordar una novela inspirándose en el mito del vampiro y la historia de Vlad Tepes fue Bram Stoker con ‘Dracula’ en 1897. Y con su novela creó una variante a esta sumisión jerárquica, justo mediante la ingesta de sangre vampírica, de forma que el converso no necesita morir para convertirse en vampiro sino que efectúa el cambio mediante una suerte de alquimia que transforma su organismo. Como podemos ver, hay una serie de elementos recurrentes en las diferentes versiones culturales de este ser. Podrá diferir en ciertos aspectos, pero no en otros muy concretos. Todo esto nos lleva a lo que a mi me gusta llamar el «canon vampírico», que no es otra cosa que las características mínimas que debe tener un vampiro para ser considerado como tal.

Tras un repaso exhaustivo de los mitos y leyendas que rodean a esta criatura, podemos establecer que un vampiro es un depredador esencialmente malvado con poderes sobrenaturales, entre los cuales se puede incluir la metamorfosis. Absorbe la energía vital de los humanos, ya sea sangre u otro tipo de fluido, y puede convertirlos en vampiros si así lo desea manteniendo una sumisión jerárquica. Es capaz de sobrevivir a la luz del sol, pero sus poderes disminuyen considerablemente porque es una criatura de las tinieblas. Y si nos atenemos a las prácticas conocidas de exterminio de vampiros en siglos pasados, puede ser eliminado mediante una estaca, cercenando su cabeza o con fuego. Toda la parafernalia religiosa que conocemos es opcional, porque como he dicho son elementos que se introdujeron por motivos circunstanciales, pero cobran especial fuerza en tanto en cuanto el vampiro es un ser demoníaco. Evidentemente habrá quien no esté de acuerdo con ese sencillo canon, pero por lo que a mi respecta no todo lo que nos han vendido como vampiro lo es. No al menos en toda su dimensión.

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Vampiros en el cine:

Los inicios en el cine mudo.
Todo lo que hemos visto hasta ahora contribuyó en gran medida a alimentar el mito del vampiro, y el poder de fascinación que irradia esta criatura explica por qué el cine le ha dedicado tantas películas. A partir de un cúmulo de leyendas diversas se construyó un icono que pasó al imaginario colectivo con unas características muy concretas. La novela de Bram Stoker, quizás el pilar principal sobre el que se construyó este género, no se llevaría a la pantalla hasta 1921 de la mano del húngaro Karoly Lajthay, pero por el camino tenemos alguna que otra producción donde la figura de la Vamp evocaba más el glamour y la seducción que otra cosa. Otro tipo de películas son las que retrataban al vampiro más como un genio del mal que como un ser sobrenatural, tal es el caso de ‘Bajo el dominio del vampiro’ de 1912.

La primera película que es imprescindible destacar es ‘Nosferatu’ de Friedrich Wilhelm Murnau. Una obra maestra del cine de terror y del expresionismo alemán que casi se pierde debido a una denuncia por plagio que obligó a quemar todas las copias existentes, de las que sólo se salvaron cinco. También cuenta la leyenda que el actor protagonista Max Schreck era en realidad un vampiro, una simpática historia que sirvió de inspiración para E. Elias Merhige cuando en el año 2000 dirigió ‘La sombra del vampiro’ con Willem Dafoe de protagonista. Si algo podemos decir del Conde Orlock es que reúne las características más esenciales de ese «canon vampírico» del que hablaba antes. Se trata de un ser malvado, con una fuerza sobrehumana y a diferencia de la obra original de Stoker, la luz del sol es letal para Nosferatu. Es importante destacar que hasta el día de hoy, en plena era de la parafernalia visual, no se ha conseguido igualar el efectismo de Murnau.

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El cine sonoro hace su entrada.
En 1931 el director Tod Browning dirigió ‘Dracula’, la primera película sonora de vampiros producida por Universal Studios que adaptaba la obra original de Bram Stoker. Para interpretar al conde Dracula se había pensado en Lon Chaney, pero su muerte prematura llevó a los estudios a quedarse con un veterano actor teatral llamado Bela Lugosi, que dotó al famoso conde de su apariencia aristocrática y su capa negra, eso sí, sin mostrar los famosos colmillos que años más tarde serían una seña de identidad. En esta primera etapa podemos observar un uso de la fotografía de manos de Karl Freund que heredaba cualidades del expresionismo alemán y ofrecía una atmósfera gótica. En 1936 se estrenó ‘La hija de Dracula’, con Gloria Holden como protagonista y con la sorprendente ausencia de Lugosi. En este caso asistimos a los inicios de lo que en adelante se llamaría «vampirismo lésbico», una variante del género vampírico inspirado en la novela de 1872 ‘Carmilla’ de Joseph Sheridan Le Fanu del que hablaremos más adelante.

La tercera película de la Universal tuvo que esperar hasta 1943 para ver la luz. En ‘El hijo de Dracula’ se pretendía alargar la historia original, esta vez con Lon Chaney Jr. dando vida al hijo del primer Conde Dracula. Una película fallida que no acabó de funcionar y que junto a películas como ‘La mansión de Frankenstein’ o ‘La mansión de Dracula’ acabaron en el olvido. Bela Lugosi, ya enganchado a la morfina y en el ocaso de su carrera, aún pudo interpretar una vez más al aristocrático vampiro en 1944, en una mediocre ‘El retorno del vampiro’. Algo tenía que cambiar en un género que languidecía estrepitosamente pese a unos inicios tan prometedores. La respuesta vino de la mano de una nueva productora que dominaría la década de los cincuenta con sus emblemáticas películas de terror. Hablamos de la Hammer, cuyas producciones se caracterizarían por un generoso uso de la sangre, decorados góticos y una sexualidad casi explícita en algunas de sus películas. También hay que destacar que la aparición del cine en color supondría un cambio drástico y sobre todo visual en las décadas siguientes.

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En 1958 Terence Fisher se dispuso a rodar ‘Dracula’ con Christopher Lee encarnando al famoso conde y Peter Cushing dando vida a Van Helsing, su eterno perseguidor. La principal diferencia con las películas de la Universal era que por primera vez el vampiro se nos presentaba con colmillos y los ojos inyectados en sangre, ofreciendo una actitud más violenta. Pero por lo demás seguía siendo la figura aristocrática aparentemente cordial que dibujara Lugosi. La película fue un éxito y Christopher Lee volvió a encarnar al malvado vampiro en 1965 en la película ‘Dracula, príncipe de las tinieblas’, aunque en esa ocasión se trabajó al personaje como un asesino silencioso que no pronunciaba una sola palabra en todo el metraje. Las buenas críticas propiciaron que Lee se convirtiera en el Dracula por excelencia, rodando tres secuelas nada desdeñables como ‘Dracula vuelve de la tumba’, ‘El poder de la sangre de Dracula’ y sobre todo ‘Las cicatrices de Dracula’.

En este punto hagamos un inciso para citar a Roman Polansky y ese experimento francamente divertido que fue ‘El baile de los vampiros’, una magistral parodia del género que mezclaba comedia y terror, y que aprovechó con éxito la ola que había iniciado la Hammer.

En pleno apogeo de la productora hay un nombre que sería interesante recordar, el de Jesús Franco. Un prolífico director español que en 1969 contrató a Christopher Lee para rodar su particular visión en ‘El Conde Dracula’ y que dedicó algunas películas al género de vampiros como por ejemplo ‘Las Vampiras’. De nuevo estamos ante el aprovechamiento del mito para el lucimiento femenino, en este caso una aventura erótica cuyas escenas subidas de tono sufrieron la tijera de la censura en España. Recordemos que antes hablábamos de la novela ‘Carmilla’ y del vampirismo lésbico. Pues bien, durante los setenta se creó un auténtico subgénero que tiene como máximo representante la llamada Trilogía Karnstein, formada por tres películas de alto contenido erótico. La primera, ‘Amantes vampiro’ dirigida por Roy Ward Baker, era sólo un anticipo de lo que veríamos en las posteriores películas, ‘Lujuria para un vampiro’ y ‘Dracula y las mellizas’. Fue un tipo de cine que se alargó por un tiempo pero acabó desapareciendo y dejando paso a visiones más conservadoras, aunque es innegable su influencia en producciones más recientes que emplean el sexo como reclamo.

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Resucitando el género.
Los años setenta estuvieron marcados por el declive del género de terror, sobretodo en lo relativo a los vampiros. Quizás por ello, e inspirándose en el personaje del profesor Van Helsing, se intentó recuperar el interés del público centrando la acción en la caza del vampiro. En esta línea podemos recordar una película de 1973 llamada ‘Kronos, el cazador de vampiros’. También se quiso aprovechar el fenómeno del «blaxplotation» para ofrecer versiones más exóticas y cutres como ‘Blakula’. Pero sin duda el mayor éxito lo consiguió Tobe Hooper en 1979 al adaptar una novela de Stephen King enEl misterio de Salem’s Lot‘. Por vez primera la acción se trasladaba de centroeuropa a Estados Unidos, pero manteniendo íntegra la figura del vampiro como un ser maldito y despiadado. El propio Hooper dio otra vuelta de tuerca años más tarde cuando rodó ‘Life Force’, una película donde una especie de vampiros espaciales succionaban energía en vez de sangre.

Otras películas de vampiros estaban inspiradas en novelas contemporáneas, tal es el caso de ‘El ansia’, dirigida en 1983 por Tony Scott. En dicha película se trataba al vampirismo como una enfermedad más, algo parecido a lo que ha ocurrido con el género de zombies o infectados.
Gracias al tirón conseguido se buscaron ideas originales como Noche de miedo, una aproximación al mito del vampiro en tono de comedia pero respetando su esencia malvada. Tal fue el éxito de la película de Tom Holland que cuatro años más tarde daría lugar a una secuela. Además era un hecho que el público juvenil había quedado cautivado y eso propició que se adaptara el personaje a un público adolescente. El mejor ejemplo es la película de Joel Schumacher ‘Jóvenes ocultos’, que buscaba una orientación nueva y sobretodo conseguir que ese nuevo público se sintiera identificado con los protagonistas. Lo consiguió dando un soplo de aire fresco al género y abriendo la puerta a otras producciones, pero quedó lastrada por su propia estética ochentera como tantas otras películas.

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Es en la década de los noventa cuando el género experimenta una completa resurrección de la mano de Francis Ford Coppola. Basándose en la obra original de Bram Stoker, Coppola ofrece con ‘Dracula’ una adaptación mucho más fiel al libro que las que se habían hecho hasta entonces. Con Gary Oldman y Anthony Hopkins como antagónicos enemigos, la película se ha convertido por méritos propios en un clásico imprescindible del género. Otro referente obligado fueron las novelas de Anne Rice, que con sus ‘Crónicas vampíricas’ daba una visión romántica pero respetuosa del mito. Fue la base de una memorable película protagonizada por Tom Cruise y Brad Pitt, ‘Entrevista con el vampiro’, que vería una secuela bastante mediocre años más tarde. También de por entonces es la película de Robert Rodríguez ‘Abierto hasta el amanecer’, donde se integran la mayoría de elementos característicos de la edad dorada del género mediante una ingeniosa mezcla de thriller, comedia y gore.

Debido a esta resurrección, y siguiendo la moda de los superhéroes, se decidió recuperar a un viejo personaje de la Marvel Comics para adaptarlo a la gran pantalla y convertir al vampiro en algo más comercial y espectacular. Estamos hablando de ‘Blade’, la historia de un hombre medio humano y medio vampiro que se dedica a exterminar chupasangres. Pese a pasarse por el forro aspectos esenciales del mito, Stephen Norrington consiguió una película entretenida que acabaría originando una trilogía de dudosa calidad. El precio a pagar sería una reconversión del género centrada en la flipación y la transformación definitiva del vampiro en un infectado. Ya no había marcha atrás. Quizás la última película en la década de los noventa que vale la pena recordar esVampiros del maestro John Carpenter. En ella vemos un brillante homenaje a la figura clásica del vampiro, respetando los cánones más clásicos pero ofreciendo nuevos conceptos a través de una estética más violenta.

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Sangre y efectos digitales.
Con el nuevo siglo dominado por los avances tecnológicos asistimos a una segunda juventud del género, el cual ha quedado centrado en la parafernalia visual y el uso de la sangre en cantidades industriales, tratando de magnificar la bestialidad propia de estas criaturas de la noche. Baste como ejemplo la primera película de vampiros del nuevo milenio, una porquería de producción con el original título de ‘Dracula 2000’. Afortunadamente hay excepciones que merecen la pena, como la bella e imprescindible producción sueca Déjame entrar, o propuestas interesantes como esa película gore de serie B que es ’30 días de oscuridad’. Por otra parte hay productos totalmente prescindibles como ‘Van Helsing’ oUnderworld que mediante excesos videocliperos de todo tipo pervierten totalmente la esencia misma del género. Y es que en mi opinión los avances técnicos y la innovación son sin duda bienvenidos, pero pasarse de la ralla puede ser como añadir demasiado azúcar al café.

Es importante resaltar que unido a ese incremento de la violencia, y para acercarlo a un público más joven, se intentan potenciar los últimos vestigios de humanidad que puedan quedar en esta criatura de la noche, alcanzando cotas totalmente absurdas. Quizás el mejor ejemplo sean películas como Crepúsculo donde el vampiro brilla como la purpurina bajo la luz del sol, se abstiene de beber sangre e incluso se enamora de jovencitas adolescentes. A veces se desdibuja totalmente al vampiro, tal como ocurre en Daybreakers‘, una película que trata de dar respuesta a la pregunta de qué ocurriría si los vampiros se quedaran sin humanos de los que alimentarse. Una premisa interesante que por desgracia acaba perdiéndose con detalles esperpénticos como el efecto terapéutico y sanador del sol. Siguiendo esta línea también se ha dado el salto a la televisión con series amables como ‘Moonlight’, donde el vampiro acaba reinsertado en la sociedad como un detective privado, o ‘True Blood’, donde estas criaturas de la noche conviven con los humanos con toda naturalidad. Y bueno, ¿quién no recuerda ‘Buffy’ a estas alturas?…

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Concluyendo.
El balance final es tan bueno o malo como nosotros queramos. No hay duda de que salvo excepciones la figura clásica del vampiro va desapareciendo poco a poco, convirtiéndose en un infectado cuyas habilidades sobrenaturales se deben al efecto de un simple virus. No voy a engañar a nadie, que guste o no el rumbo que ha tomado este tipo de películas es una cuestión meramente personal. En mi caso soy de los que piensan que la evolución de un género cinematográfico es otra cosa, creo que hay aspectos enriquecedores y porquerías que no deberían permitirse. No me malinterpretéis, no hace falta regresar a las capas de Bela Lugosi o al mutismo de Christopher Lee, y Dios me libre de recluirme en el cine mudo abominando de todo lo demás. Pero creo que sería más positivo ofrecer una visión del vampiro que respete sus orígenes y sobre todo aquello que representó para el ser humano durante siglos. Si meditamos un par de minutos acerca de lo que hemos analizado veremos que hay múltiples caminos a elegir. El límite es la imaginación, pero manteniendo cierta coherencia que desgraciadamente se está perdiendo.

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