Poltergeist III
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Existe un dicho, bastante alejado de la realidad, que dice: “Segundas partes nunca fueron buenas”. A esto habría que añadir: “Pero las terceras, fueron mucho peores”. Y, desde luego, ‘Poltergeist III’ no es precisamente la excepción que confirma la regla. Exploremos ya mismo los motivos de este fracaso…

“Voy a contar hasta 3 Carol Anne… y cuando choque mis dedos despertarás”

Crítica de Poltergeist III

Esta tercera entrega acumula todos los ingredientes genéricos de la mayoría de las terceras partes. Su finalidad sólo parece una: estirar el chicle hasta el máximo, aunque no haya nada nuevo que contar, para vivir de rentas pasadas. No obstante, resulta curioso el status de culto que, con el paso de los años, ha adquirido ‘Poltergeist III’ entre los seguidores del fantástico. Pero no precisamente por su calidad, sino más bien por su leyenda negra. Una leyenda que se oculta tras la accidentada producción al fallecer su joven protagonista, Heather O’Rourke. La pequeña murió antes de que los productores dieran la orden de filmar algunas escenas alternativas del final de la película, una vez completada la fotografía principal. Por consiguiente, tuvieron que ser interpretadas por una doble. Es por esto por lo que a Carol Anne no se le ve el rostro en algunas secuencias del tramo final.

Este eterno halo de misterio y siniestralidad que ha rodeado a la cinta desde antes de concluir su rodaje, sumado a su radical alejamiento estético/visual con respecto a sus predecesoras, convierten a ‘Poltergeist III’ en una pieza peculiar. En cualquier caso, no se dejen engañar. Estamos ante una mala e innecesaria entrega que intenta alargar la historia de forma poco convincente. Porque, como sucede en la inmensa mayoría de las terceras partes de muchas franquicias pertenecientes al género fantástico, la finalidad de la cinta no es otra que intentar aprovechar el factor nostalgia. Además de exprimir la gallina de los huevos de oro para llamar la atención de un espectador posiblemente ya hastiado de los Poltergeist, Carol Anne, los Freeling y Tangina…

Quizás por ello, y sin explicación alguna, el guionista decidió prescindir de los actores originales de las dos primeras películas. El pretexto era que la pequeña Carol Anne se marchaba a vivir con sus tíos. Y estos residen en un lujoso rascacielos de cristal ubicado en Chicago. Llegados a este punto, resulta imposible no burlarse del asunto y llegar a la conclusión de que los padres de la pequeña están tan cansados de ella, y de los espíritus que la asedian, que no han tenido reparos en deshacerse de la pobre niña. Realmente, ¿Cómo es posible que, después de lo que ha pasado Carol Anne, la manden a vivir con sus tíos? Y más cuando el mensaje de las dos primeras películas radicaba precisamente en el amor y en la eterna unidad familiar.

Así pues, observamos como muchas terceras entregas que no tienen reparos en violar las películas anteriores. La finalidad es reabrir finales ya totalmente cerrados y conclusos. Y en ‘Poltergeist III’ esto provoca que vuelva a aparecer un ya tedioso y, por momentos, risible reverendo Kane (esta vez interpretado por el actor Nathan Davis tras el fallecimiento de Julian Beck). El maldito espíritu insiste, nuevamente, en llevarse consigo a Carol Anne en una premisa argumental tan reiterativa como poco estimulante.

‘Poltergeist III’ quedó en manos del realizador Gary Sherman, un cineasta experto en efectos ópticos. Anteriormente había dirigido con acierto un pequeño clásico del cine fantástico titulado ‘Muertos y enterrados’ (1981). Sherman no sólo dirigiría la película, sino que también se encargaría del guión y de la producción ejecutiva. Eso sí, siempre ciñéndose a la estricta pauta que le exigieron los mandamases de la productora: llevar a Carol Anne a un ambiente totalmente distinto al de los dos primeros films. Y es aquí donde la propuesta flojea en exceso. Es bien cierto que se agradece el intento de imprimir un aire nuevo a la serie alejándola por completo de la ambientación y localizaciones de las dos primeras películas. Pero, por otra parte, se pierde por completo esa inquietud y deliciosa atmósfera provocada por el hecho de encontrarnos ahora en un espacio mucho más limitado.

Lo anterior no sería del todo un problema si el realizador hubiera sabido aprovechar este nuevo entorno urbano. El rascacielos donde se desarrolla la acción podría haber dado mucho más juego del que se nos muestra en pantalla. Desafortunadamente, Sherman no sabe sacar provecho de un edificio repleto de elementos interesantes y muy sugerentes para un film de terror. Elementos tales como: ascensores, escaleras, largos pasillos, sótanos, espejos,… Al final, lo que hace el realizador es tirar por el derrotero de lo facilón y de lo efectista. Y esto se nota a través de momentos que, si bien están correctamente filmados, caen en la más absoluta y triste redundancia, por no llamarlo plagio…

Y es que algunas de las secuencias supuestamente “estrellas” y más terroríficas de la película se encuentran directamente sacadas de otras cintas del género de terror. Queda de esta forma patente que la originalidad del film brilla por su ausencia. Además pone de manifiesto que esta producción se rodó sin alma ni interés, más allá del económico. Y es una lástima porque, a pesar de que la idea original podía no ser mala, el guión en cambio está plagado de incoherencias. A esto se le suma una forzada premisa argumental que no convence absolutamente a nadie. Por consiguiente estamos ante una secuela oportunista y del montón.

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Por su parte, el elenco es fruto de un espantoso error de casting. Nancy Allen y Tom Skerritt están totalmente perdidos y muy desafortunados en sus interpretaciones. Por no hablar de unos diálogos pueriles y de una serie de reacciones impropias dentro de un contexto como el que se vive en la película. Ojo al incomprensible y absurdo amago de revolcón que el uno le propone a la otra, como si tal cosa, antes de la resolución final y de haber rescatado a su sobrina… Tampoco ayuda un Nathan Davis cuyo reverendo Kane carece de todo aquello que lo convirtió en el elemento más perturbador de la segunda entrega. Su fracaso también se debe al director, que satura al espectador con continuas e intrascendentes apariciones del personaje a través de espejos y reflejos durante todo el metraje.

¡Y qué decir del regreso de Zelda Rubinstein como Tangina! Su rol ya no es nada interesante y sus diálogos son bochornosos. Los mismos inciden, por enésima vez, en el amor y en la unidad de la familia para derrotar al mal. Todo ello, sumado a una sosa partitura musical de Joe Renzetti excesivamente rudimentaria. Del derrumbe sólo podemos rescatar unos cuantos FX bastante interesantes y algunos efectos ópticos muy prácticos con los que Sherman saca partido de los espejos del edificio. Amén de unas decentes actuaciones de una joven Laran Flynn Boyle y de la malograda Heather O´Rourke. La pequeña ya se encontraba enferma durante el rodaje, motivo por el que su rostro se ve visiblemente afectado a consecuencia de la fuerte medicación.

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En resumidas cuentas.
Finalizo esta crítica de Poltergeist III, una tercera entrega de usar y tirar. Una continuación absorbida por los cánones de las secuelas de consumo rápido y donde la mediocridad, el aburrimiento y la reiteración conceptual arruinan un producto totalmente innecesario y olvidable. No obstante, un último y curioso apunte: a principios de los años 90, se llegó a contemplar la posibilidad de filmar una posible ‘Poltergeist IV’, que no iba a ser otra cosa que una que precuela que narraría los orígenes del predicador Henry Kane y la secta religiosa que este fundó. El protagonismo recaería sobre los antepasados de la familia Freeling en una película totalmente vinculante con los dos primeros films de la franquicia.

Tráiler de Poltergeist III

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