Fríamente sin motivos personales
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Charles Bronson siempre fue un actor pétreo, con cara de pocos amigos y una tremenda habilidad para repartir plomo. Quizás por ello la película que vamos a comentar le fue como anillo al dedo. Corrían los años setenta y nos llegaba esta producción que ahondaba en una de las «profesiones» más exóticas y explotadas en el mundo del cine, la de asesino a sueldo. Una «profesión» donde no sólo debes ser meticuloso para sobrevivir, sino que además debes actuar siempre…. ‘Fríamente sin motivos personales’.

«Asesinar sólo es matar sin licencia».-Arthur Bishop.

The Mechanic

Crítica de Fríamente sin motivos personales.
Confieso que no soporto determinadas traducciones de títulos de películas, es algo que me saca de quicio. En este caso la distribuidora trató de aumentar el gancho publicitario porque ‘The mechanic’ no era suficientemente atractivo, pero les quedó un título demasiado largo. Y no sólo eso, ‘The mechanic’ hace referencia a la profesión del personaje interpretado por Charles Bronson. Porque no es un simple asesino, sino que planea y ejecuta minuciosamente cada uno de sus golpes para que el resultado parezca un accidente, como si se tratara de un engranaje mecánico de precisión. De ahí el título original de la película.

El realizador británico Michael Winner se encargó de dirigir la cinta. Ya había trabajado con Bronson anteriormente en la película ‘Chato, el apache’ y años después nos ofrecería ese clásico de justicieros que es El justiciero de la ciudad‘. Pero Winner no era un grandísimo director ni la película lo requería. En realidad no estamos ante el típico producto de acción de los setenta, más bien diría que el atractivo de esta cinta reside en observar el día a día de Bishop: cómo planea sus asesinatos y cómo evoluciona la relación entre él y su aprendiz.

Fríamente sin motivos personales

Al principio de esta crítica de Fríamente sin motivos personales he hablado de las cualidades de Charles Bronson, y la verdad es que este papel pareció escrito para él. Nunca fue un actorazo, pero es justo reconocerle que durante la década de los sesenta y buena parte de los setenta realizó trabajos muy interesantes. Vamos, que no era sólo un fostiador sino que con su mirada podía transmitir más que muchos guaperas de los de ahora, y todo sin decir ni una palabra. ¡Cómo no recordar su papel de Harmonica en ‘Hasta que llegó su hora’! Fue más tarde, en pleno declive, cuando empezó a ser denostado injustamente. Pero es en películas como ésta donde vemos al mejor Bronson. Su personaje de Arthur Bishop es un tipo duro pero a la vez cultivado que disfruta escuchando música clásica, vive en una lujosa propiedad en Hollywood Hills y pasa sus ratos libres practicando deporte.

Tal como nos retratan a Bishop podría decirse que estamos ante el típico playboy cincuentón que trata de cuidarse y ligar con jovencitas, pero que se siente solo y encerrado en si mismo. No es de extrañar, ya que el guión escrito por Lewis John Carlino nos da pistas de que la idea inicial era hacer algo más que un thriller de acción. Pero si algo sabemos de Michael Winner es que no podía resistirse a incluir todo tipo de excesos, tanto si le iban bien a la película como si no. Eso hace que nos preguntemos si la mansión de Bishop (con una decoración recargada) es un signo de su decadencia o si por el contrario es un reflejo de su status de playboy. En cualquier caso Winner optó por dar prioridad al espectáculo, pero es inevitable preguntarse qué habría hecho otro director con este mismo material.

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El eje sobre el que giró la trama fue la relación que establece Bishop con su discípulo Steve, interpretado por un joven Jean-Michael Vincent que años más tarde alcanzaría gran popularidad con la serie de televisión ‘Airwolf’. A medida que la historia se va desarrollando vemos cómo Bishop va adiestrando a su nuevo pupilo en el arte del asesinato. Y mientras va despertando cierto sentimiento paternal en Bishop, la ambición de Steve se vuelve cada vez más descontrolada. Esta relación profesor-alumno tendrá consecuencias cuando, tras un golpe fallido, Bishop es reprendido por la organización para la que trabaja. Ese suceso marcará el punto de inflexión que nos lleve a un desenlace desconcertante que se resume con la frase «Nadie jode a Charles Bronson y se va de rositas». Si la elección de Jean-Michael Vincent fue o no un acierto de casting lo dejo a la consideración de cada uno. En mi opinión tiene como punto a favor la apatía con que retrató al personaje, muy apropiada teniendo en cuenta que es un tipo amoral y sumamente ambicioso. Pero al mismo tiempo me recuerda demasiado a esos actores porno de melena rubia tan típicos de los setenta.

El apartado técnico puede parecer cargante, pero recordemos que en aquellos años se llevaban los zooms y el trabajo de planos era muy distinto al de ahora. Y lo mismo con los decorados o las prendas de cuero que llevan los protagonistas. Eran otros años, no hay más. Lo importante es que la película está rodada de forma sobria y fluida, el tempo está muy bien conseguido y el ritmo no decae en ningún momento.

Como dato anecdótico diremos que cuando se estrenó despertó bastante polémica por lo dura que era y, sobre todo, por la frialdad con que se retrataba a estos dos asesinos (sirva como ejemplo la escena donde una chica se corta las venas para llamar su atención). Aunque si me tuviera que quedar con una secuencia, sin duda, escogería el inicio de la película, justo antes de los créditos: dieciséis minutos sin una sola línea de diálogo donde Bronson demuestra lo que comentaba antes, que sin hablar podía hacer más que muchos otros actores.

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Conclusión.
Reconozco que a este tipo de películas no suelo pedirles mucho. Como todos los productos de bajo presupuesto tiene ciertos fallos o bajones que debemos disculpar si queremos disfrutar de lo que ofrece. Pero en este caso iré más allá diciendo que vale la pena darle una oportunidad a esta película, porque es un thriller de acción atípico para la época en que se estrenó. Charles Bronson está genial, la trama es lo suficientemente interesante y las escenas de acción que nos ofrece están bien dosificadas. Amén de que nunca está de más recuperar a los viejos héroes para poder apreciar lo que hemos perdido.

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