El hombre de la pistola de oro
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Francisco Scaramanga nació en un circo. Su padre era cubano. Su madre inglesa y encantadora de serpientes. A los diez años ya era un espectacular tirador y a los quince ya era pistolero en Río. La KGB lo reclutó allí y lo mandaron a Europa. Empezó a trabajar por su cuenta. Hoy cobra 1 millón de dólares por diana. Siempre utiliza una bala de oro… Por eso le llaman… ‘El hombre de la pistola de oro’.

“Verá, Señor Bond. Igual que todos los grandes artistas, antes de morir siento la imperiosidad necesidad de crear una obra maestra. La muerte de 007. Mano a mano y cara a cara… será mi obra maestra. Mi pistola de oro contra su Walter PPK” (Scaramanga)

Crítica de El hombre de la pistola de oro

Antes de empezar, conviene hacer un poco de historia. Ian Fleming era primo legítimo de Christopher Lee, tal y como bien se cuenta en el documental póstumo ‘Vida y muertes de Christopher Lee’ (Jon Spira, 2024). Y antes de convertirse en actor, Lee fue reclutado como espía por el gobierno británico debido a su facilidad para los idiomas. Esto le llevó a realizar un buen número de misiones que, a día de hoy, siguen estando clasificadas. Así fue como el propio Lee inspiró la creación del personaje de esta entrega de Bond por parte de Fleming cuando vivía en Jamaica. Y así surgió la novela homónima en la que se basa ‘El hombre de la pistola de oro’.

La novela se publicó de manera póstuma a la muerte de Fleming en 1965 y supuso el fin de su idilio con el 007, ya que, antes de morir, el propio escritor le dejó una nota a su editor: “Esta es mi última novela sobre Bond”. Al poco tiempo, Fleming falleció. Además, la película también fue la última aportación del director Guy Hamilton a la franquicia. Toda vez que, según sus propias palabras, estaba exhausto del ritmo al que debían trabajar en ellas. Hamilton alegaba que se había quedado vacío y sin ideas para seguir aportando a la saga. En cualquier caso, ‘El hombre de la pistola de oro’ fue, muy probablemente, su mejor película de la serie… o, por lo menos, igual de buena que ‘James Bond contra Goldfinger’ (1964).

La fotografía fue a parar a cuatro manos. El ya conocido Ted Moore y Oswald Morris, que debió sustituir Moore al enfermar durante la filmación. Destacaremos claramente todas las partes filmadas por las diferentes localizaciones asiáticas (Hong Kong, Tailandia, Macau) y el sensacional partido que se le saca a la fortaleza de Scaramanga en Phuket, luego conocida como la isla de James Bond y revisitada por Roger Moore enThe Quest (Van Damme, 1996). La música corre a cargo de todo un emblema de la saga como John Barry. Y la canción original de los títulos de créditos de mismo título que el film, fue interpretada por Lulu.

Personalmente creo que, a nivel exótico-aventuras, reto en busca de cierta innovación, modernidad, acción, comedia y toque kistch en su justa medida, ‘El hombre de la pistola de oro’ es un film mucho más entretenido y vistoso que la mitificada ‘Goldfinger’. Esta última, en varios momentos, pecaba de demasiado acartonada en la pose de Bond. Un 007 esperando sentado o acostado a que el villano llevará a cabo su plan. Además de exhibir localizaciones ciertamente normalitas. También me gustaría añadir que los setenta no siempre sentaron muy bien a Bond, ya que la forma de visualizar al personaje, por parte de Roger Moore, se acercaba cada vez más a la parodia. Y no siempre lograban equiparar el balance entre parodia y tono aventurero jovial que, inevitablemente, fue perdiendo con el paso de los años.

En ‘El hombre de la pistola de oro’ se abraza ese toque de películas de persecuciones, de colegas de birras al más puro estilo de Burt Reynolds y sus ‘Cannonball’ y ‘Caraduras’. Un estilo ya presente en el anterior episodio. A fe de ello aquí tenemos al equipo de especialistas automovilísticos. Y el infame y exageradísimo personaje del Sheriff Pepper (Clifton James), un sureño de pura cepa que, por azares del destino, acaba de vacaciones en Tailandia. País que para él es toda una sede de comunistas. Destacar también su hipnótico exotismo y abrazo al estilo de cine de Hong Kong con la presentación de las escuelas de Karate y los combates de Muay Thai. Se aprovechaba así la pujanza del cine de artes marciales gracias Operación Dragón (Robert Clouse, 1973). No por casualidad, Bond acaba aquí con kimono y teniendo que pelear por salvar la vida.

En el cast está Roger Moore moviéndose muy hábil y todavía jovial como James Bond. Bien podemos dividir su interpretación en dos partes: la física en los primeros tramos y la intelectual en último acto porque su rival resulta más frío que físico. Alabar en favor de Moore que se curte el lomo contra varios esbirros de forma creíble. También logra mantener el tipo junto a varias bellezas a las que, con el paso de la serie, iría despechando con mayor desapego.

Pero sí alguien destaca dentro del elenco ese es Christopher Lee. El mítico “Drácula” roba sobradamente el show. Casi que podríamos decir que incluso adelanta a Bond como el verdadero protagonista. Y eso que casi no consigue el papel… ya que el primer actor contratado, y que abandonó la producción por discrepancias con los productores, fue Jack Palance. El Francisco Scaramanga de Lee es un villano sensacional proveniente de un intérprete con un magnetismo fuera de lo común. Es ese mismo magnetismo, y su enconada obsesión con Bond, la que hace creíble que el reto de matarle sea el mayor al que se ha enfrentado 007. Un puro tete-a-tete interpretativo.

No menos glorioso e inenarrable es el personaje al que da vida Hervé Villechaize (Nick-Nack), un pérfido mayordomo enano que sería la versión en miniatura de Oddjob en ‘Golfinger’ al que inmortalizó Harold Sakata. Hervé lograría una tremenda fama tanto con este papel como con otros posteriores. Incluso vendría a España en 1988 para inmortalizar una parodia de Felipe González a cargo del cáustico humor de Javier Gurruchaga en su programa ‘Viaje con nosotros’. Si no la conocen, búsquenla en YouTube porque son risas aseguradas.

Las chicas Bond son Maud Adams (Andrea) y Britt Eckland (Goodnight). Las dos aprovecharon para hacerse amigas fuera del set en los tiempos muertos entre la filmación, por más que en la película sean dos mujeres luchando por el corazón de 007. Papeles también con importancia argumental para Lazar (Marne Maitland) como un armero que se vende al mejor postor… y el ya citado alivio cómico a cargo de Clifton James (Pepper). Y ¡cómo no! espacio para los ineludibles Bernard Lee (M) y Desmond Llewelyn (Q). El primero casi todo el tiempo metido en la base de operaciones en Tailandia (el semihundido Queen Mary), y el segundo casi sin gadgets que añadir a la ecuación, pero con algunas estrafalarias ideas en preparación. Por último está el aporte del enlace local en Tailandia con el rostro de Soon-Tek Oh (Hip).

“Le voy a dedicar este disparo por pura simpatía. Quizá ahora, Señor Bond, comprenda por qué me llaman el hombre de la pistola de oro” (Scaramanga)

En resumidas cuentas.
Acabo esta crítica de El hombre de la pistola de oro, una trepidante aventura en Asia que saca todo el partido a su imponente paisaje. Todo un choque entre la belleza natural de dicho continente y sus siempre presentes costumbres antiquísimas. Un Bond a plena potencia que se aprovecha de una dirección briosa por parte de Hamilton, un guión de puro enfrentamiento héroe-villano con la dosis justa de plan maquiavélico y, por supuesto, un magistral villano a cargo de todo un licenciado en la especialidad como era Christopher Lee.

Tráiler de El hombre de la pistola de oro

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