El gran despilfarro
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Tras el exitazo de ‘Límite 48 horas’ (1982), y cubriéndose las espaldas por el posible batacazo de ‘Calles de fuego’ (1984), Walter Hill firmó una comedia que tenía todas las papeletas para triunfar. Dos ases como John Candy y Richard Pryor y una trama altamente estimulante. Hoy vamos a conocer la historia de Montgomery Brewster, pitcher suplente en equipos de ligas menores de Béisbol y al que se le ofreció el ansiado sueño americano en bandeja de plata en… ‘El gran despilfarro’.

«¿Conocen el refrán: Poderoso caballero es Don Dinero?… Pues yo soy millonario»

Crítica de El gran despilfarro

Después de fusionar acción y comedia en Límite 48 Horas (1982), Walter Hill demostró con ‘El gran despilfarro’ que no se le daba nada mal la comedia pura y dura. Para su primera incursión en este terreno se rodeó de lo mejor de la década. Hablo de dos humoristas de gran nivel como John Candy y Richard Pryor. Junto a ellos, otros actores de sobrada eficacia como: Pat Hingle, Jerry Orbach o Joe Grifasi. Ponían la pasta los, por aquellos años ascendentes, productores Joel Silver & Lawrence Gordon.

Al hablar de este film se hace necesario recordar otra cinta parecida. Me refiero a Entre pillos anda el juego’ (John Landis, 1983). En esa cinta se jugaba con la naturaleza del ser humano y cómo afectaría y viviría uno que siempre ha sido rico en la más absoluta pobreza (y al revés). En cambio, en ‘El gran despilfarro’ lo que nos proponen es comprobar si seríamos capaces de gastar una millonada en menos de un mes. Todo ello respetando ciertas reglas: nada de casarse, prohibido regalar nada de gran valor, prohibido decir a nadie el motivo del despilfarro y no se puede comprar nada que nos ate más allá de esos treinta días. Cumplido todo esto, y cuando se cumpla el plazo, no podremos tener nada a nuestro nombre, ni tan siquiera un duro en la cartera.

La idea de poder gastar todo el dinero que queramos, sin importar el mañana, es un sueño con el ha fantaseado despierto todo ser humano desde tiempos inmemoriales. Esa excusa argumental se utiliza aquí para dar rienda suelta a la comedia con Richard Pryor como auténtico protagonista. Pryor da rienda suelta a sus innumerables ocurrencias y gags maestros (muchos de ellos realmente desternillantes). Todo vale con tal de poder pulirse ese dineral y lograr ganar la partida a su Tío Horn, el familiar fallecido.

En este film se nota que Walter Hill no sólo es un maestro en el género de la acción y el western puro o urbano, sino que también es capaz de manejarse con enorme soltura en la comedia. El realizador californiano supo rodearse muy bien en su única comedia, no sólo en el apartado técnico con la vuelta de viejos y asiduos colaboradores, sino también delante de la cámara. En este sentido, y en una comedia como esta, que basa a partes iguales su suerte en los gags físicos y en las chifladuras a las que se ve obligado recurrir su protagonista principal, una pareja de cómicos se antojaba indispensable. En este terreno, los 80 fue una cantera inagotable de la risa y aquí nos encontramos a un par de ellos de gran nivel: Pryor y Candy.

El primer gran acierto de Hill fue el de darle el papel protagonista al genial (y tristemente desaparecido) Richard Pryor, un comediante que marcó a toda una generación con su humor políticamente incorrecto. Fuera de los platós llevaba una forma de vida desmedida. Él mismo dijo una vez: «Finiquité todo mi dinero en alcohol, drogas y mujeres… el resto lo malgasté». A Pryor lo acompañó el gran (en todos los sentidos) John Candy, otro icono de los eighties que se nos fue antes de tiempo.

La pareja que ambos forman en pantalla da como resultado los mejores instantes del film, su química es sensacional. Y, a pesar de que el papel de Candy es secundario, logra sacar unas cuantas risas de las buenas al espectador. Presten atención a sus ataques de cordura para con su amigo, ya que mientras Monty (Pryor) intenta gastar el máximo dinero posible en el menor tiempo, Spike (Candy) se empeña en contratar a asesores económicos e invertir la fortuna de su amigo en negocios rentables. Lógicamente todo eso hace enloquecer a Monty ante la atónita mirada de Spike. Candy y Pryor nos regalaron innumerables joyas de la comedia reciente americana. No en vano, fueron dos actores que dejaron para siempre marcada a fuego su influencia en el género de la comedia durante los 80.

Y si no fuera bastante con este par, en esta película se les sumaron otros grandes. En primer lugar destaca la aparición de Rick Moranis como un cansino de cuidado. También está el siempre sobrio Pat Hingle y un asiduo de los repartos secundarios de la época, Jerry Orbach. En el apartado de los secundarios puros y duros apenas un par de rostros más o menos conocidos como los de Stephen Collins, Joe Grifasi o Rosetta LeNoire. Esta última pasó a la historia como la entrañable abuela Winslow de la sitcom afroamericana ‘Cosas de casa’. Los demás interpretes son, en su mayoría, actores desconocidos o de la televisión. Aunque no falta el eterno cliché de toda comedia donde el dinero hace acto de presencia: los especulativos viejos ricachones, en esta ocasión David White & Jerome Dempsey .

También tenemos los pequeños guiños al «universo Walter Hill». Aquí representados por el cameo de Alan Autry y el bar donde tiene lugar la pelea que llevará a los dos protagonistas a la cárcel (el mismo tugurio donde Reggie Hammond llevaba a Cates en ‘Límite 48 horas’). No sólo estos detalles recuerdan a obras pasadas de Hill, sino que en la cinta podemos encontrar a Ric Waite (un maestro de la fotografía) y al gran Ry Cooder (banda sonora), ambos habituales colaboradores de Hill. Atención a su su constante y pegadiza pieza sonora principal, un sello inconfundible de la época.

Otro aspecto en donde destaca la película es en su gran trabajo de decorados y atrezzo. Parece fácil, pero todo lo contrario. En un largometraje como este la logística debió de dar muchos quebraderos de cabeza. Mostrar la opulencia en pantalla sin que el presupuesto se salga de órbita es todo un logro y aquí lo consiguieron. El coste fue de 40 millones de $ y ver el resultado en pantalla es para estar muy satisfecho.

En resumidas cuentas.
Finalizo esta crítica de El gran despilfarro, una comedia descacharrante y con un reparto de lujo. Un icono de una de las mejores décadas de la comedia gamberra made in USA. Dénle una oportunidad porque pasarán un buen rato, se lo aseguro.

Tráiler de El gran despilfarro

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