El dragón del lago de fuego
La historia arranca en una era pasada y oscura donde los dragones surcaban los cielos batiendo sus potentes alas. Uno de esos viejos dragones, llamado Vermithrax, mantiene atemorizado a un reino que como último recurso decide ofrecer la vida de jóvenes doncellas para aplacar su ira. Hasta allí llegará Galen, un joven aprendiz de mago que para salvar a una de esas damas arriesgará su vida para acabar con la temible bestia. (Cineycine).
En 1981 llegaba a nuestras pantallas ‘El dragón del lago de fuego’, una entrañable película de magia y dragones que nos ofrecía una historia sencilla pero efectista. No fue un éxito ni ha pasado a la historia como una de las grandes películas de los ochenta, pero juntos descubriremos que tras esta olvidada producción reside la magia que nos permite volver a ser niños aunque sea sólo por una vez.
Crítica de El dragón del lago de fuego
Antes de comentar los diferentes aspectos que componen esta película es importante tener en cuenta en qué contexto se estrenó ‘El dragón del lago de fuego’ y el por qué de su fracaso en taquilla. Recordemos que el año 1981 fue especialmente prolífico en lo que a grandes películas se refiere. ‘Excalibur’ (John Boorman) y ‘En busca del arca perdida’ (Steven Spielberg) son sólo un par de ejemplos, pero sirven para entender lo difícil que fue ese año para este film dirigido por Matthew Robbins. Y fue en parte por lo alargada que era la sombra de determinadas películas, que esta pequeña historia de princesas, magos y dragones quedó relegada al olvido de una forma un tanto injusta.
Puede que a la mayoría de nuestros lectores no les suene el nombre de Matthew Robbins, pero si decimos que fue el director de ‘Nuestros maravillosos aliados’ (1987) o el guionista de ‘Mimic’ (Guillermo del Toro, 1997), entonces igual la cosa ya cambia. Pensemos que no hablamos de un experimentado director, en ese aspecto su carrera cinematográfica no alcanza la decena de películas. Pero con la que nos ocupa hizo un buen trabajo, con una puesta en escena sobria y realista para los estándares de la época. Reconozco que antes de revisionar esta cinta no las tenía todas conmigo, hacía francamente muchos años que no la veía y el recuerdo que tenía de ella se apoyaba más en el factor sentimental que en cualquier otro. Pero tras haberla visto me quedó la sensación de estar delante de esa antigua magia que impregnaba el cine por aquellos años.
Lógicamente el apartado visual está algo desfasado, tampoco descubrimos nada si decimos que la tecnología digital de la que disponemos en la actualidad permite acabados mucho más espectaculares. Pero hay una chispa añeja que impregna los decorados, vestuarios y escenarios que acompañan a esta película. Y es que, aunque alguno se sorprenda, detrás de la supervisión de efectos visuales no había un desconocido sino un profesional con más de una década de experiencia y ocho Oscar a sus espaldas. Hablamos de Dennis Muren, miembro de Industrial Light & Magic desde 1976, y que para crear al temible dragón utilizó una técnica basada en el stop-motion que ya había utilizado en ‘El imperio contraataca’ (Irvin Kershner, 1980). El resultado fue un dragón que soltaba terribles llamaradas de fuego y que, por aquellos días, supuso un avance respecto a las técnicas existentes. Todo un icono de aquellos tiempos y un referente para muchos futuros cineastas.
El apartado interpretativo es correcto y poco más, en parte porque los actores no dan para más y en parte porque el guión, escrito también por Matthew Robbins, no profundiza en los distintos personajes. Es decir, hay una cierta sensación de dejadez e improvisación, quizás porque se pretende relatar una historia sencillita y sin demasiadas complicaciones que pueda ser digerida por todos los públicos. La consecuencia es que sin ser una trama infantil carece de la fuerza necesaria para ser considerada épica. Lo más interesante del reparto, más por curiosidad que por otra cosa, es ver a un jovencísimo Peter MacNicol en su primer papel, muchos años antes de ponerse en la piel del inolvidable «Bizcochito» de la serie ‘Ally McBeal’. El resto de actores se mueve en unos registros aceptables, el más destacable de ellos sin duda Ian McDiarmid, que cuando participó en esta película arrastraba tras de sí una dilatada experiencia en teatro. Como dato curioso diremos que tras esta cinta se hizo con uno de los papeles más emblemáticos del cine fantástico, el emperador Palpatine.
Por cierto, y antes de la conclusión, cabe hacer una mención especial a la espléndida banda sonora compuesta por Alex North. Fue el último trabajo de este genial artista que en su haber cuenta con trabajos tan tremendos como la música de ‘Espartaco’ (Stanley Kubrick, 1960).
Conclusión.
Finalizo esta crítica de El dragón del lago de fuego, he empezado hablando de la niñez y de la magia del cine porque en el fondo todo se reduce a eso. No podemos entender este film como una simple película de fantasía, sino que es un icono que representa un momento y una forma de hacer cine. Por eso en determinados aspectos he sentido una sensación refrescante al volverla a ver. En otros, como son el guión y el trabajo interpretativo, el bajón es evidente y sería absurdo negarlo. Pero prefiero concluir tal como he empezado, afirmando con la mano en el corazón que estamos ante una película que, pese a sus carencias y lo obsoleta que pueda parecer, consigue transportarnos una vez más a aquellos tiempos donde la ilusión y la inocencia eran nuestras únicas acompañantes. Y sólo por eso ya vale la pena.
Escucha nuestro podcast