Funny Games
Comparte con tus amigos










Enviar

En 1997 Michael Haneke estrenaba ‘Funny Games’, una película experimental austriaca. En 2007 nos ofreció una nueva versión, esta vez de habla inglesa y con unos actores más internacionales. Hay quien dice que desde ‘Asesinos Natos’ (Oliver Stone, 1994) es una de las películas más duras que se han podido ver, ya no por la violencia explícita, sino por lo enfermiza y angustiante que es. También hay una evidente relación entre esta película y ‘La naranja mecánica’ (Stanley Kubrick, 1971), ambas autoproclamadas como una crítica a la violencia. Pero ¿hay algo más detrás? ¿Somos unos paletos ignorantes aquellos que no vemos nada más allá de la ventana? Vamos a reflexionar acerca de ello.

«Sería tan amable de ir y traernos algo para comer”.–Peter.

Crítica de Funny Games

Antes que nada deberíamos ser sinceros, Michael Haneke es alemán, europeo y muy crítico con la sociedad americana. Eso, en los tiempos que corren, significa que congrega una selecta legión de fans. Fans que, lejos de ver errores en sus planteamientos, están dispuestos a elevar a los altares cualquier producto suyo. Aunque ya había tocado el tema de la violencia desde diferentes puntos de vista en ‘El video de Benny’ (1992) y ‘Caché’ (2005), la película que le llevó al plano internacional fue ‘La pianista’ (2001), una excelente obra protagonizada por Isabelle Hupert y Benoit Magimel que se llevó justamente varios galardones en el Festival de Cannes de 2001.

En ‘Funny Games’ retoma el tema de la violencia y, como reza el título de la película, todo gira alrededor de unos juegos sádicos y divertidos que los dos psicópatas inventan para humillar y aterrorizar a la pobre familia. Para interpretar a los psicópatas se escogió a Michael Pitt, que ya había realizado un notable trabajo con ‘The Dreamers’ (Bernardo Bertolucci, 2003), y Brady Corbet, que había debutado con la aclamada película ‘Thirteen’ (Catherine Hardwicke, 2003). Obviamente, y teniendo en cuenta que la película iba dirigida principalmente al mercado norteamericano, se sirvió de dos actores punteros como eran Naomi Watts y Tim Roth que interpretaron al sufrido matrimonio.

Haneke siempre ha reconocido que con esta película pretendía, en parte, hacer una parodia del género de thriller y criticar películas de violencia gratuita y de consumo como ‘Hostel’ (Eli Roth, 2005). Pero a todas luces no vemos parodia alguna, sino un típico drama con rehenes que no va a gustar a los amantes de ‘Hostel’ y tampoco a sus detractores. Tampoco es efectista como crítica, aunque ciertamente uno de los mensajes inequívocos que extraemos es que el mal acecha en cada esquina, y que incluso una familia burguesa acomodada puede ser víctima de agentes nocivos externos que hagan tambalear su apacible vida. Pero es cuanto menos curioso que, pese a querer posicionarse contra la violencia, su película acabe siendo un vehículo para sacar beneficios a costa de ella.

El objetivo de Haneke en todo momento es castigar a ese público norteamericano que se sienta a ver ‘Funny Games’ como si de cualquier otra película comercial de terror se tratara. Aquí no encontramos persecuciones, luchas coreografiadas ni peleas finales donde el bueno sale siempre victorioso. Tampoco muestra lo que puede llegar a hacer el ser humano para proteger a sus seres más queridos y opta por plantear una situación aparentemente real que acaba tornándose surrealista y absurda. Una situación protagonizada por unos personajes que son incapaces de conseguir que nos identifiquemos con ellos. Ojo, no me parece mal este tipo de planteamiento si se hace correctamente, pero lo que debería ser un thriller angustiante con situaciones inesperadas se acaba convirtiendo en algo previsible, tedioso y que francamente no asusta. Eso conlleva que el público objetivo de este experimento se aburra y el resto se moleste de manera notable ante un ritmo, en ocasiones, lento y unos personajes con unos sentimientos y reacciones muy poco creíbles. Sólo los fans más acérrimos de Haneke, dispuestos a encontrar mensajes ocultos en el más recóndito rincón, encontrarán sentido a esta película.

Y es que como hemos dicho, esta película va dirigida al público norteamericano. Pero hay muchísima gente que, lejos de querer ver cine gore al más puro estilo ‘Hostel’ o encontrar mensajes de carga social sumergidos en el guión, espera ver una película coherente e inquietante. Y no es el caso. ¿Por qué digo esto? Veamos, Naomi Watts y Tim Roth bordan sus interpretaciones realizando un trabajo excelente, y no creo que se les pueda poner pega alguna. De hecho, el trabajo de Watts es,  para mi gusto, uno de sus mejores papeles. Incluso el pequeño Devon Gearhart hace un trabajo correcto que me sorprendió gratamente. Pero Haneke marca una serie de pautas en el guión que convierten a sus personajes en unos completos idiotas que rozan la estupidez más profunda…

Muchos pensarán que, en la vida real, cualquier persona se comportaría igual que esos personajes, pero eso dista mucho de ser cierto. A diferencia del asesino típico que ataca con armas escalofriantes por la espalda y amparándose en la oscuridad… aquí tenemos a dos jóvenes que lo hacen de cara, a la luz del día y con un palo de golf como arma. Sí, esto es cine y la película tiene que durar, no seré yo quien descubra ahora los tópicos del género de terror. Pero permitidme afirmar que ante un tipo armado con un palo, cualquier persona con sangre en las venas plantaría cara, y más si la integridad física de su hijo depende de ello. Vamos, que se puede aceptar que Michael Myers o Jason Voorhees traigan en jaque a 10 personas, pero no que dos jóvenes armados con un palo reduzcan a dos adultos con un niño de diez años a su cargo. Eso trae como consecuencia que no nos creamos lo que vemos y que el suspense se limite a esperar cuándo son sometidas las víctimas y de qué forma. No ocurre lo mismo con los dos psicópatas interpretados por Michael Pitt y Brady Corbet. Ellos sí que resultan ser francamente creíbles, en tanto en cuanto ocultan sus sádicos comportamientos tras un aspecto pulcro y aburguesado. Por desgracia, ese matiz inquietante queda muy atenuado por los actos absurdos y sin sentido de las víctimas.

Hay un punto a tratar que ha sido foco constante de críticas y alabanzas por igual. A lo largo de la película hay un par de ocasiones en que Paul, uno de los psicópatas, se dirige a cámara para hacernos partícipes de la acción como si fuéramos simples voyeurs de lo que ocurre. En otra escena utiliza recursos casi divinos para rebobinar lo que no le ha gustado y cambiarlo a su gusto. Es lo que vendría a ser el concepto de deus ex machina, que viene utilizándose desde antaño, y mediante el cual se consigue salir airoso de un callejón argumental que no tiene salida. En este caso Haneke lo usa porque le da la gana y porque simplemente quiere jorobar al espectador y dejarnos bien claro que, aunque pidamos justicia, él es quién manda y quién decide lo que pasa. Y claro, lo único que se consigue con esto es que quieras entrar en la pantalla y darle un palizón a los protagonistas y luego al guionista. Porque no confundamos conceptos, eso no es jugar con el espectador sino tocarle lo que no suena. No albergo duda alguna de que este tipo de artificios hace las delicias del gafapasta más exigente, pero para el público general que busca sentido en lo que está viendo no deja de ser un error más a añadir a la lista.

Conclusión.
Concluyo esta crítica de Funny Games recordando que el cine consiste en manipular y transmitir, qué duda hay. Spielberg, Kubrick o Hitchcock lo han hecho durante años, con cierta malicia en ocasiones, para provocar y entretener a la vez al espectador. También es una herramienta para golpear al respetable con mensajes incómodos que le hagan reflexionar o cuanto menos reaccionar. Pero el problema de Haneke es que convierte esto en una obsesión y olvida otros factores que deben acompañar a toda película. No sería justo quitarle el mérito de haber creado una atmósfera opresiva y angustiante. Tampoco voy a negarle el derecho a protestar ante un tipo de cine violento determinado. Incluso me rindo al talento interpretativo de los actores. Pero en este film no asistimos a otra cosa que a un vulgar intento de provocar al espectador como sólo Haneke sabe hacer. Por desgracia, más que provocar molesta. Molesta que la familia sea tan rematadamente inútil, molesta que el instinto paternal brille por su ausencia, molestan las trampas y molesta que no haya reparo en colarnos escenas desagradables pero se hagan malabares para no tener que mostrar a la protagonista desnuda. Quizás el objetivo de Haneke era precisamente este, pero el mío y el de todo aquel que va al cine es pasar un buen rato sin tener la sensación de que te están tomando el pelo. Finalmente, y respondiendo a la pregunta que formulaba al principio, la respuesta es «NO». No somos paletos, no somos ignorantes, no somos palomiteros que se sientan en el cine para desconectar el cerebro. Sólo somos cinéfilos que han acudido al cine para ver una película y se han encontrado con un fraude o casi.

Tráiler de Funny Games

Escucha nuestro podcast