El Señor de los Anillos (1978)
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La obra de Tolkien siempre estuvo en el punto de mira de los productores. Y, aunque mucha gente no lo sepa, antes de Peter Jackson estuvo Ralph Bakshi, un animador controvertido y muy osado que se había hecho famoso por llevar a ‘Fritz el gato’ al circuito comercial del cine para adultos. En él recayó la responsabilidad de realizar una película animada de ‘El Señor de los Anillos’. Su película, sin ser gran cosa, forma ya parte de la memoria colectiva. Y, además, para algunos un referente obligado.

“Un anillo para gobernarlos a todos…”

Crítica de El Señor de los Anillos (1978)

Antes que nada, hay que decir que el trabajo de animación de Ralph Bakshi siempre estuvo orientado al público adulto. Y debemos reconocerle que es un tipo al que le gusta arriesgar. De hecho, sus únicos éxitos en este terreno han sido la adaptación de Fritz el Gato’ y esta película que hoy nos ocupa. Pero aunque ‘El Señor de los Anillos’ costó sólo ocho millones de dólares y recaudó treinta, las productoras juzgaron que era insuficiente en vistas a financiar una secuela. De ahí que esta obra haya pasado a la posteridad como algo inacabado…

La idea de adaptar la obra magna de Tolkien surgió de la necesidad de hacerle la competencia a George Lucas y su famosa saga galáctica. Y aunque es de recibo recordar que ya había un proyecto a manos de John Boorman, la obra de Tolkien era algo circunscrito a sectores sociales muy concretos. Grupos de fans plagados de frikis y puristas. Así pues, era evidente el miedo de las productoras a que fueran a ver la película cuatro gatos. Eso implicaba un riesgo inaceptable. Además, Boorman pretendía enchufar todo el libro en una sola película, algo que hubiera sido un despropósito. Y fue entonces cuando Ralph Bakshi apareció en escena. Bakshi propuso una versión animada que, como tal, rebajaría considerablemente los costes y condensaría los dos primeros libros en una sola película. ¿Arriesgado? Sí, pero barato. Y eso es lo único que importó en ese momento.

Esta película puede llegar a ser poco recomendable a todo aquel que no esté familiarizado con las películas de animación y concretamente con la obra de Tolkien. Quizás el motivo sea que se pretende abarcar demasiado en apenas dos horas de metraje. Por consiguiente se mete a presión demasiada información, sobre todo en los primeros quince minutos. Pero hay otro fallo a mi modo de ver: un error de concepto. Y es que convertir los tres libros de ‘El Señor de los Anillos’ en unos dibujos animados es imposible. Y me explico en el siguiente párrafo…

La primera parte de la película se toma su tiempo para presentar la historia y los personajes. Pero en cuanto llega cierto punto de la historia (concretamente al formarse la comunidad del anillo), se nos empieza a ametrallar con tal cantidad de información que parece que los guionistas estén gritando «¡Maldita sea! Que ya nos hemos pulido medio metraje y quedan aún 700 páginas de libro por adaptar!»… Así que no se les ocurre otra cosa que terminar a saco, en medio del segundo libro. Si a eso sumamos que nunca tendremos la remota posibilidad de ver la continuación, pues no hace falta decir mucho más.

El apartado técnico merece un trato especial. Digámoslo alto y claro: la animación está mal lograda y las voces tampoco están a la altura. Quizás al principio no caigamos en la cuenta. Incluso puede que la ilusión con la que ponemos la película y la cantidad de detalles que se muestran en movimiento nos nublen la mente… Pero, entonces, al cabo de poco tiempo, empezamos a darnos cuenta de algo maravilloso: los personajes animados también pueden sobreactuar (o en este caso sobre-animar, curioso concepto).

Si algo se sabe en la animación clásica es que sólo se anima a un personaje cuando realmente es necesario. Si, por ejemplo, un soldado se halla en un contexto que no requiere animación, permanecerá quieto hasta que la situación requiera lo contrario. Es algo que puede observarse en cualquier película animada que se precie. Aquí ocurre todo lo contrario: es como si a los personajes les hubiera dado un ataque epiléptico y movieran partes de su cuerpo que se supone deberían permanecer quietas. La verdad, a la mayoría de personajes, empezando por Gandalf, sólo les falta el pantaloncito de licra y esta película se llamaría ‘Fiebre del sábado noche’. Finalmente, para acabar de deslumbrarnos, deciden que los Nazgul sean actores reales. Sí, reales, pero filmados en photo-negativo y entintados. ¿Cómo encontrarlos?… Muy fácil, son los únicos que parecen 3D.

Conclusión.
Acabo esta crítica de El Señor de los Anillos (1978), debo reconocer que Ralph Bakshi intentó ir más allá con esta película. Pero cuando te ponen delante un film como este es sencillo emitir un veredicto. No se trata de licencias arguméntales o lagunas en el guión. De hecho, algunos de los cambios que se sacó Peter Jackson de la manga en su trilogía parecen calcados de aquí, pero mejor no comparar porque sería demasiado cruel. Esta película puede ser un mojón infumable que produzca úlceras en los ojos… o una aventura fantástica que compartir con tus amigos. De vosotros depende la decisión final…

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